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«El abril que nos espera», de Heidy Marroquín

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«El abril que nos espera», de Heidy Marroquín

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El último libro de la poeta Heidy Marroquín (Ciudad de Guatemala, 1992), publicado por Editorial Cultura y presentado en Filgua 2024 y la Feria del Libro al Viento de Chiquimula 2024, emerge como una voz que abraza la variedad de matices propios de la existencia humana, y que logra convertir en poesía, gracias a su extraordinaria sensibilidad para comunicarnos lo que aqueja detrás de su piel, es decir: su historia, su pasión por la vida, su nostalgia, su energía y visión de las cosas. En su palabra se conjugan los clamores de muchos y muchas que junto con ella suspiran por ese mañana que tal vez sea El abril que nos espera.

El poemario está constituido por siete partes, con poemas de verso libre. Además, creo necesario mencionar algo que la poeta ha confesado en las diferentes presentaciones que he compartido con ella: este libro vio la luz después de una gran espera porque Editorial Cultura lo desempolvó de entre la multiplicidad de propuestas de publicación y por fin le dio el lugar que se merece. Fue gracias a la mirada iluminada de la también poeta Nora Murillo, actual directora de dicha editorial, que tenemos la oportunidad de ver publicada esta obra que hoy llega a nuestras manos. Y digo que es necesaria la mención de este hecho porque el libro mismo es la fuerza de la perseverancia de una autora que supo confiar en el poder del tiempo y de su talento literario, para que sus versos estén hoy listos para ser leídos por el público guatemalteco y más allá de sus fronteras.

Mi pretensión en este texto, es la de realizar un comentario que ayude a acercarnos a la poesía de Heidy Marroquín, sin olvidar que la mía es solamente una visión entre las muchas que puedan ofrecer más lectores. Por lo tanto, más allá de ofrecer una opinión definitiva acerca de la obra de nuestra poeta, me daré por satisfecho si el lector después de leer esto se siente invitado a conocer más de El abril que nos espera y se anima a profundizar más en su mensaje que, como toda obra de arte, es inagotable y expansivo.

I

El primer apartado comienza con un epígrafe de Delia Quiñonez, para luego abrirse paso con el poema «El hastío de la tarde le acaricia el rostro». Este primer poema parece hablar de una especie de rotura, de una desconexión. La poeta Marroquín habla de alguien que ha perdido aquello que la ata a la realidad. La palabra, entonces, sirve de bisagra para no dejar que muera del todo la unión. En los versos finales nos anima a cuestionar a dicha persona: «…pregúntenle el color que ven sus ojos / se confunde con el agua».

El poema «Tengo guardado en un cajón tu nombre», hace la primera referencia explícita a un elemento que estará presente a lo largo de toda su obra (algunas veces de manera muy explícita, otras de manera más disimulada): su madre: «…abro y cierro / tu nombre me sonríe / lo traduzco: mamá / he guardado los retazos». La madre parece ser un espacio al que la poeta vuelve de continuo para encontrarse con el recuerdo; aún más, para encontrarse consigo misma, pues la madre es también «esta piel que habito», es decir, la sangre que recorre las venas, es también la de aquel ser que le dio la vida.

El tema de la madre, sigue en este primer apartado con el poema «Mientras duerme»: «…melodía hermosa / respiración / de mi madre». Ella no solo vive en la memoria, sino en los sentidos que la ven («melodía hermosa») y la escuchan («respiración»), como anunciando la eternidad del recuerdo, hecho poema. Las cosas forman parten de esto que me animo a llamar la cosmogonía del recuerdo. Cada aspecto de la atmósfera puede ser un portal que propicia el encuentro, como lo apreciamos en el poema «Pondré siemprevivas»: «Pondré siemprevivas / en la ventana de su habitación / para recordar que están aquí». Hay una resistencia a condenar al olvido, por eso la escritura se convierte en ese viaje de «retorno / a la voz de cada una». A veces uno tiene la sensación de que la poeta evoca a una madre que ha muerto, sin embargo, no es así. Es nada más la fuerza metafórica de la palabra, capaz de hacer habitar a su madre todos los tiempos.

Como ya lo mencioné, el tema de la muerte es recurrente en la poesía de Marroquín. Incluso, la poeta hace referencia a su propia muerte. Atisba a través de la ventana de la palabra, un horizonte que la vincula a ese ser amado que ha partido. Y para ello, hace una serie de peticiones en el poema «Te pido», dentro de las cuales, la que más me llama la atención, es esta de carácter evidentemente de denuncia: «Te pido / que el amarillismo / no se entere de mi cuerpo». Como bien sabemos, vivimos en una sociedad que propicia a través de los medios de comunicación una segunda muerte a las personas, con todo su descaro, su falta de pudor y la desinformación que suele caracterizarlos. Esta segunda muerte es ante la que se revela Heidy, en un intento por conservar la dignidad que todos nos merecemos, aun cuando nuestros cuerpos ya no se agiten con el latido del corazón.

El diálogo con la muerte es una constante. La autora es capaz de dotar con vida a esas vidas que yacen bajo tierra. Es algo que apreciamos en el poema «Gritan y exigen una paz desconocida», donde nos dice: «Aquí están y se levantan / gritan desde sus tumbas / y las que duermen / sin haber sido encontradas / persisten con una fuerza que les hierve / que desconocían». La muerte es aquí rebelión renovada, que no cesa. Entonces lo aparentemente olvidado resurge como esperanza que sonríe.

En el último poema de esta primera parte, apreciamos con mayor claridad cómo la poeta nos ha venido llevando, poco a poco, del recuerdo de la muerte a las causas que la propician. En los primeros poemas habla de la figura de un árbol y esta vez parece llegar a la raíz del mismo, puesto que en el poema «Me levanto», leemos: «Hay una bolsa de colores / que esta vez envuelve sus piernas, / hoy, no hay ígneo abrigo, / sino la fría oscuridad de una bolsa plástica que se / ajusta a su cabeza». La crítica a esta sociedad que confunde la tecnología con el dolor humano se hace presente cuando dice: «El mapa digital (entendemos que es Google Maps) / muestra que a seis minutos de mi ubicación/ está el lugar, / está su cuerpo. / Que a un kilómetro y medio / la encontraron. / Una cinta amarilla señala la escena del crimen / y me separa, / nos separa». Marroquín en este poema se atreve a protestar por esas muertes que son degradadas de todas las formas posibles, no dejando espacio al respeto por aquellas y aquellos que alguna vez respiraron con nosotros el aliento de la vida. Por eso, al final del poema, la poeta se siente fragmentada «entre el desastre de este país / y los restos / de lo que aún soy».

II

En este segundo apartado encontramos el poema que da nombre al libro, aunque tiene una cierta variante, pues se titula: «Hay un abril que nos espera». En estos versos se anuncia un nuevo mundo, una nueva realidad, un nuevo país: «Hay un abril que nos espera / sonriendo a la luz del día; / pero los pasos se acercan / y suena la canción de la muerte». Sin embargo, vivimos en una espera que promete nuevos caminos y se asoma, a la vez, entre un paisaje confuso: «son luces y sombras / que se reúnen / en un vaivén».

«Los 43» es un poema de gran fuerza, con una carga histórica grande: la noche del 26 de septiembre del 2014 en que 17 personas fueron heridas y 43 desaparecidas de la Escuela Normal de Ayotzinapa, México. Sus cuatro estrofas rememoran una masacre que aún hoy día reverbera en el imaginario latinoamericano. Parece ser también un homenaje a las familias que no encuentran consuelo. La poesía entonces se torna protesta y reclamo, porque es impensable vivir sin honrar a quienes murieron de forma atroz: «Es el rostro de un presidente, / son los ojos de una madre / una fosa perpetua / y el rastro de cuarenta y tres almas».

En el poema «Tienen cita las letras», encontramos un afán de personificación por parte de la poeta. Las letras adquieren vida, la vida de un ser humano, compartiendo nuestra tragedia y, en esta ocasión, la de tener que visitar un consultorio y toparse con los vejámenes que cualquiera puede encontrar en un hospital público de nuestro país y por ello «una letra agoniza / de costado».

En el final de este apartado segundo, encontramos un poema que intenta nombrar otra realidad que forma parte de la cotidianidad centroamericana y de Guatemala: la migración. El poema que lleva por título «Valientes», se pregunta acerca del destino de aquellas personas que deciden marchar en busca de mejores condiciones de vida y que no encontraron en su tierra. Pero, además, intenta alzar la voz por aquellos que no pudieron llegar y cumplir su sueño, viéndose obligados a regresar en sus pasos: «Algunos nunca vuelven, / algunos han llegado. / Miles, valientes, / han regresado». De esta manera Heidy, pareciera querer abarcar en su obra todas las tragedias de un país, de una región, de un pueblo, de una familia, de una vida. Una pretensión que la sobrepasa, tal vez; pero válida y necesaria, teniendo en cuenta que solo podemos sanar y encaminarnos al cambio cuando somos capaces de nombrar las realidades que nos rodean. Lo que no se nombra, difícilmente puede redimirse.

III

En el poema «Duerme el niño», que da comienzo al tercer apartado, hace su aparición la ternura. Una especie de canción de cuna, pero en este caso para dormir en la eternidad. La poeta nos hace parte de un hecho contradictorio, la dulzura de taparle la boca a un niño cuya sonrisa no tiene vida: «Se le ve la sonrisa al niño / cúbranle la cara». Dicha ternura la seguiremos percibiendo a lo largo de otros poemas, como si Marroquín no quisiera rendirse a las sombras de la muerte.

IV

El poema «Tejer un universo», perteneciente al cuarto apartado, nos ofrece una dosis de utopía: «Tejer un universo / donde quepa el amor / llegarán seres impetuosos / no lo soportarán / Nosotros / con nuestros tiempos / sobreviviremos». Un poema pequeño, en realidad, y que rebosa de sueños, capaz de atrapar en dos estrofas un mañana deseado. Se atisba, además, un afán de compromiso con el presente conflictuado que atravesamos como país y región centroamericana. Heidy parece invitarnos a involucrarnos con nuestra propia historia, nos anima a adentrarnos en ella.

En este poemario se dan cita las voces de lo ineludible y de lo anhelante. Leemos, por ejemplo, en el poema «Y me dejarás de querer»: «…porque hacer camino lejos / es el llamado / de la voz inquieta que murmulla / adentro». Es decir, atisbamos el hecho a veces doloroso de la aceptación de las cosas, el movimiento infinito que nos hace fluir con la vida y también el reconocimiento del amor que, por otro lado, se ve difuso en el camino. La incertidumbre reina entre los despojos de lo que alguna vez trajo plenitud. De pronto, Heidy nos lleva de la mano de la palabra a imaginar sus versos con fuerza fílmica, como en el poema titulado «En esta noche», donde lo incidental cobra protagonismo, al retratar la escena fugaz de una gota, petrificándola así en la página: «…la gota cae / triste en el umbral / recoge sus dolores / cierra la puerta». A la vez, esta es una escena musical, llena de melodía. Un halo de romanticismo aparece, impregnando la atmósfera con la referencia a la Sonata para piano n.º 14, de Beethoven: «…rito empieza con / el Claro de luna que / aquí se escribe».

Los poemas se tornan por ratos una realidad complementaria o más, otra sustituyente a la que vive la poeta. Y no es que la escritura no sea parte de esta realidad viviente, es solamente que hay hechos que, al residir en la memoria, pueden ser traídos al presente a través de la página e, incluso, puede darse uno la oportunidad de imaginarlos de otra manera. Eso es lo que hace aquí, al parecer, la poeta, cuando nos dice en el poema «Marcaré su número de teléfono»: «…desde un dispositivo desconocido / le diré que lo lamento / que lamento la muerte de sus padres /… y no sabrá reconocer / las fechas ni la alegría en mi voz / por escuchar la suya / de nuevo». La poesía hace verdad eso que no pudo ser. ¿Sucedió esa llamada? ¿Se sorprendió el interlocutor al escuchar la voz? Parece existir un afán por redimirse de un pasado que todavía revolotea en el hoy, con inusitada fuerza. Heidy sigue dialogando, en los poemas subsiguientes. Ahora nos pone frente a una versión de una historia que solo conocemos por lo que ella nos cuenta, en el poema «Dirás»: «…Dirás / que me diste una palabra / y te escribí un poema. / Dirás que la palabra era “flor”. /Déjame revelar / que soy yo quien la marchita… / Ya he dicho mi historia / revela tu versión». En pocas palabras, la poeta condensa toda una historia e invita a su participante a que cuente su versión. A nosotros nos deja con la incertidumbre.

V

El quinto apartado abre con un poema corto e inquietante: «Máscaras que alaban/ máscaras que cantan/ máscaras que danzan/ es una máscara». Este poema, de gran fuerza en pocos versos, parece dilucidar algunos aspectos de la experiencia humana, contradictoria, de intenciones escondidas y apariencias extrañas. ¿Una realidad política que oculta sus afanes oscuros? ¿Una falsa alabanza que sabe vestir con palabras rimbombantes lo putrefacto de la muerte que ronda el diario vivir?

Conmueve también la mirada de la poeta desde su ser hija y también hermana. El poema «Ahora que serás padre», parece ser dedicado a su hermano: «…te recuerdo sentado en el sofá / comiendo una golosina y saborear /… ¡Cómo te digo! / eres mi muro de contención / una columna entre tantas; / y lo serás / cuando seas nombrado padre». Es la experiencia de la sangre, del saberse familia, piel que es parte de una historia compartida, de una cadena de emociones y situaciones que han forjado a dos seres que hoy se contemplan desde otras trincheras, desde otros «sofás». El tiempo los ha cambiado, sin dejar que se rompa la unión.

VI

Al comienzo de este comentario, compartí a modo de epígrafe unos versos de Humberto Ak’abal: «De vez en cuando / camino al revés: / es mi modo de recordar». La poesía de Heidy tiene un poco de esa sustancia, es decir, la de la remembranza. El sexto apartado contiene un poema con estas características, «Camino hacia arriba», nos dice: «…Si retornaras / hacia el día en que nací / te sorprenderías / al encontrar rutas anubarradas / que atravesé / con la sencilla luz de mis ojos». La poeta se funde con ese origen que palpita en el brillo de esos ojos, que no se apagaron nunca, aún en medio de las dificultades. Ella parece insistir en que además de inocencia en la mirada, lo que había era una tierna reciedumbre.

VII

El poemario de Heidy Marroquín tiene una estructura circular. En este último apartado nos hace volver a los caminos de la ausencia, y con los cuales comenzó este periplo de páginas. Lo apreciamos en el primer poema, de esta sección titulado «Desde tus entrañas»: «Voy a recomenzar, / escribiendo / desde las entrañas de mi madre». La palabra se revela en la temática restauradora, con fuerza arrolladora. Lo «no presente» parece alimentar siempre los versos de la poeta, haciendo de éste un tópico que valdría la pena estudiar con más detenimiento. El epígrafe que abre el poema es también revelador, perteneciente a un poema de Alaíde Foppa: «Una infancia / nutrida de silencio, / una juventud / sembrada de adioses, / una vida / que engendra ausencias. / Sólo de las palabras / espero / la última presencia». Los caminos recorridos por Heidy, el conocimiento del cosmos y su amor por la palabra le revelan una gran verdad: «Nazco y me destruyo / desde hace millones de años». Estos versos, pertenecientes al poema «Nebulosas planetarias», anuncian la sorpresa por el hecho del nacimiento, del renacer y de la autodestrucción que, a la vez, nos habla de esa atmósfera circular que impregna la poesía de Marroquín. «Somos / perfectos extraños de la vida», nos dirá en el poema «Me llueven dentro balas», como haciendo otro de sus reclamos, el entorno que nos roba la vida que, a tientas, procuramos resguardar.

Leer a la poeta guatemalteca Heidy Marroquín es una aventura hacia las profundidades de la vida, que es además ausencia y anhelo, fuerza y gozo, pujante esperanza y descarada muerte. Los opuestos se encuentran en estos versos que dan vida a voces sepultadas y devuelven el aliento a quienes les fue arrebatado el derecho a ser felices. La poesía de Heidy es una que exorciza la historia.

Por Antonio Aguilera Flores


Pueden adquirir el libro en Editorial Cultura.

Este libro fue publicado en Guatemala, por Editorial Cultura en 2024.

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