Justicia, verdad y belleza o sobre la orientación (II)
Pedro Samayoa Arenales | Política y sociedad / LA CUEVA DEL CADEJO
…es que no nos enseñaron a leer…
Simone Weil
Si no realizamos la igualdad y la cultura dentro de la escuela,
¿dónde podrán exigirse estas cosas?
Gabriela Mistral
(El epígrafe es la respuesta del barquero a la pregunta de por qué, de Simone Weil, que vale la pena pensar. Y que solo van a entender cuando escuchen la conferencia. Esto se llama un click bait.)
Continúo con la pequeña reseña-comentario sobre la conferencia de Jorge Larrosa de hace quince días. Y no sé muy bien por dónde empezar. En quince días han pasado montones de cosas, personas, eventos y de pronto se mezclan y se contraponen y atropellan.
Les conté hace tiempo en algún escrito que nunca consideré la docencia como una profesión y como camino profesional. Puedo decir que la vida me empujó hacia ello. Empecé a ejercer sin ningún permiso más que el de la necesidad y, creo yo, de la mejor manera posible: acompañando a niños con discapacidad cognitiva y social (en ese entonces no sabía qué era primero, si lo cognitivo o lo social, lo fisiológico o lo psicosocial. Era un absoluto ignorante universitario).
Nunca consideré, cuando tuve ya un poco de uso de razón, la docencia como una profesión sino más bien como un apostolado o como una misión. Y el conjunto de maestros que tuve en la primaria no dejaron mucho en mi consciente. Al contrario de los de secundaria, que desmitificaron bastante esa idea romántica del oficio de maestro. Salvo honrosas y entrañables excepciones que reivindicaron «la magia del polvo de radium», la mayoría fueron solo-profesores, como diría Adolf Guggenbhül-Craig, psiquiatra jungiano y escritor (aquí les dejo su semblanza).
Cuando me preguntan por sugerencias para formarse como maestras y maestros inclusivos, recuerdo a todos mis mentores, incluyendo a mis alumnos-maestros y el montón de autores que me acompañaron en mi formación docente, entre ellos Jorge Larrosa. Y allí aparece de nuevo el tema del oficio digno al que se refiere en la conferencia La dignidad del oficio de enseñar.
Antes y para las y los muchades, aquí les dejo algo sobre Simone Weil y la fuerza:
Después de una disertación sobre la Ilíada, los griegos y los textos de Simone Weil, Larrosa llega a la distinción entre el trabajo servil y trabajo no servil y la diferencia está en que «para cada uno su trabajo pueda ser un objeto de contemplación»: entre otras cosas, conocer su uso, su importancia, el para qué. El trabajo esclavo es aquél en el que «el alma sufre», son «trabajos desalmados». En palabras de Weil, un trabajo decente, digno, tiene dos condiciones: que sea educación (que te haga mejor persona) en el sentido de que podamos aprender algo. Y aquí recuerdo de nuevo la distinción que hace Guggenbhül-Craig entre maestros y solo-profesores. He conocido y conocemos de ambos. Y no solo en el ámbito escolar-docente sino también ingenieros y solo-técnicos, abogados y solo-güisaches, etcétera.
La segunda condición de un trabajo digno es que permita y promueva la alegría en el trabajo.
Y vamos de nuevo con Guggenbhül-Craig.
El trabajo digno, no servil, que es educación, es alegre. Esta idea me parece importantísima para la profesión docente. Yo trabajé durante 50 años con maestras y contados maestros que exudaban alegría, entusiasmo (también se cansaban a veces). Y también hay quienes esperan el fin de semana desde el miércoles. Dice Larrosa que la palabra alegría tiene que ver con la danza, con ligereza pero tiene que ver también con la ilusión del descubrimiento. El trabajo que ennoblece es aquel que es educación y promueve la alegría.
La conferencia camina entre comentarios de Weil (a quien hay que leer o releer) sobre el trabajo pero que Larrosa redirige hacia la escuela y su función: dice por ejemplo que «hay escuelas que matan en el alma todo lo que no sea la preocupación por la rapidez, la exactitud y la eficacia, la rentabilidad».
Una forma de evaluar si nuestro trabajo tiene dignidad, orientarse en el sentido que lo señala Weil-Larrosa, es entonces lo educativo (en el amplio sentido) y la alegría. En donde es más fácil encontrar esto es en la escuela y la docencia pero no exclusivamente. Casi cualquier trabajo puede cumplir con las dos condiciones y si el tuyo no está en el casi, hay que plantearse que, en cuanto le sea posible, hay que buscar otro pues de lo contrario «el alma sufre». También a veces puede encontrarse eso en el trabajo menos pensado. Y también se puede transformar para hacerse más digno, conste.
Esto es apenas un pequeño comentario sobre la mitad de la conferencia que, ya lo he dicho, es densa pero profunda. Vale la pena dedicarle una hora. Dejémoslo aquí hasta la tercera parte en donde nos habla Gabriela Mistral por la boca de don Jorge, y pasemos a lo que sigue: la banda sonora con mi tocayo y una ganancia.
La ganancia…
Imágenes por Pedro Samayoa Arenales.
Pedro Samayoa Arenales
Psicólogo clínico de cartón, psicopedagogo de vocación, medio escritor, medio fotógrafo, medio montañista, medio musicólogo, viajero virtual, conferencista ocasional, lector, «musicofílico», melómano y buscador permanente.
Correo: rudkip@gmail.com