Rottweiler de Bosques de Prusia
-Manuel Barrera Ibarra | NARRATIVA–
A San Jorge y su supuesta existencia
Los perros habían olido el culo caliente a la bestia desde varios metros, pues había defecado al principio del pasaje, cerca de un Kia Río, 2012. Descendió ahí y había dejado el coprolito que en pocos segundos se solidificó. La deposición daba el aspecto como si tuviera varios milenios de antigüedad, y emanaba de ella mucho azufre y humo. Era el efecto de sus entrañas candentes. Varios canes y mininos de la cuadra habían sentido al animal. Sus ladridos y maullidos exultaban miedo y desesperación. Desde adentro de un jardín en tapiado con ladrillos saltex, dos blancos perritos de aguas también lo habían sentido. El magma de sus entrañas hacía que el pasaje oscuro se iluminara un poco. Unos meses antes se habían quemado las dos últimas lámparas que servían en el ancho pasaje. La directiva informó a las autoridades municipales, pero estas nunca atendieron el problema.
Campeaba la fiera con sus belfos echando fuego e iluminando más el umbrío del lugar y a los carros estacionados. Las pequeñas flamas se reflejaban en los charcos y en la pintura de los automóviles. El conticinio encontró a los dos perritos de agua ladrando para ahuyentar la mitología renacida a esa hora. Oswaldo despertó y la ventana estilo francés fue abierta. Su mujer le dijo que apagara la luz del cuarto inaugurado por el resplandor del foco. Ella tenía sueño y se levantaría de madrugada. Vio su celular, eran las 12:17 de la medianoche.
‒¿Oíste a los perritos?, se oyen asustados, creo que han salido de su casita de madera.
‒Así son. Esa raza es miedosa y ruidosa. Te dije que adoptáramos un rottweiler. Dormite. Apaga la luz.
Los gatos, ratones, perros y murciélagos de la zona temblaban de miedo. Los que pudieron, huyeron de ahí, con dirección a la calle principal. El dragón no era tan grande, unos tres metros de alto por tres metros y medio de envergadura. Avanzaba con desesperación, ya que tiraba ráfagas de fuego largas. Las alarmas de algunos autos se activaron. Unos tipos salieron de su letargo para ver qué les pasaba a sus coches. El susto fue mayúsculo. Alcanzaron a cerrar sus puertas, en una coincidencia, y a tirarse al suelo cuando el animal mitológico tiró una segunda bocanada abundante que chamuscó árboles y el tendido eléctrico estalló. Tres carros explotaron y alcanzaron alturas de 2 metros. Algunos habitantes sacaron sus celulares para dar fe en redes de este fenómeno del infierno; eso sí, filmaban agazapados desde sus ventanas, otros les pedían a las autoridades competentes su auxilio militar. El carnívoro del averno extendió sus alas y se irguió, mostrando en toda su estatura, sus escamas verdes y rojas metálicas. Una tercera y cuarta ráfaga incandescente, acompañada de un alarido del demonio, rompió vidrios de hogares y quemó más automóviles.
Los perritos blancos de Oswaldo se habían refugiado en su casa de madera. Estaban agazapados hasta el fondo. Temblaban de miedo y sus gruñidos lastimeros hicieron que su dueño saliera reptando al jardín para rescatarlos. No quería que el dragón volara y lo descubriera. Su esposa los agarró y los encerró en el pequeño cuarto de baño. Ya seguros, se envalentonaron a ladrar. Oswaldo los tuvo que agarrar de sus hocicos. No quería que la bestia les calcinara la casa por culpa de estas dos mascotas inútiles.
‒Un rottweiler bien alimentado tal vez si se hubiese enfrentado a un animal así‒, le mencionó su esposa, entre miedosa y hastiada. Oswaldo pensaba en su hogar y que semejante monstruo no le chamuscara su morada. Hacía dos años que firmó los papeles en el Fondo Social para la Vivienda.
Los policías y militares se asomaron a la zona con cautela. Ya pasaban veintisiete minutos desde que el fenómeno mitológico apareció ahí. Al principio no les creyeron a sus jefes con lo que tendrían que ir a lidiar a Bosques de Prusia, pero cuando vieron la magnitud del problema se persignaron los creyentes y los no creyentes inauguraron su fe. El dragón masticaba entre sus colmillos calientes a tres gatitos y ya había engullido a dos perros. Uno «aguacatero» con cabeza de dingo; el otro, un pitbull ya viejo. Amenazó a los de verde olivo y a los azules con sus bramidos y echó a volar al infinito cielo oscuro tachonado de estrellas, que a esa hora sí se miraban en todo su esplendor gaseoso e iluminado. Los militares ya preparaban armamentos y rezos. Se sorprendieron de que la fiera alada hubiese volado sin haber dado la pelea.
Los vecinos, en derredor de los gendarmes y, a la media hora del desaparecimiento del fenómeno en llamas, llegaron a la conclusión de que semejante animal tenía hambre y, una vez saciado su apetito, se había ido. Algunos agentes daban parte de lo ocurrido a sus superiores; otros tomaban café con pan que les ofrecieron los vecinos de la cuadra; los más listos en redes y tecnología informaban de lo acontecido por esos medios. Tenían fe en que tal vez monetizaban en TikTok, YouTube o Instagram, y se harían famosos.
Oswaldo, ya encerrado en su hogar, pensaba que su mujer tendría razón: un rottweiler sería mejor que dos perros blancos que parecen trapos trenzados para encerar autos. Las susodichas mascotas ineptas dormían plácidamente debajo de la mesa del comedor.
Fotografía principal por Paolo Chiabrando, tomada de Unsplash.
Manuel Barrera Ibarra
(El Salvador). Licenciado en Letras por la Universidad de El Salvador (UES), 1996. Perteneció al reconocido Taller Literario Xibalbá, 1990-1994. Antologado en la colección Nueva palabra de la Dirección de Publicaciones e Impresos de El Salvador, 2002. Ganador del Radio Francia Internacional, Homenaje a René Char, Alliance Françoise de El Salvador, 2007. Libros publicados: Memorias del paleolítico, 1999, Editorial Amada Libertad; Mitómano suelto, 2002, Dirección de Publicaciones e Impresos de El Salvador. Ganar la niebla (2014); Tattoo, (2017); Variopinto, ecléctico, surrealista, robótico, híbrido (2024), todos de poesía, con Proyecto Editorial La Chifurnia. Máquinas breves y otras perversiones, 2022, minificción, Estro Ediciones. Estro, 2024, poesía, Estro Ediciones. (Estas últimas se pueden pedir en Librería Clásicos Roxsil, UCA Soho y Campus).
Que lindo cuento, me mantuvo en vilo, esperando el desenlace. Es cierto, estos perritos tipo peluche sirven para todo, menos para espantar dragones hambrientos…