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La OTAN como causa, consecuencia y solución

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La OTAN como causa, consecuencia y solución

-Nahia Sanzo | PUERTAS ABIERTAS

Ya sea como causa, consecuencia o incluso como solución, la OTAN ha formado parte del discurso del conflicto ucraniano desde sus inicios. En 2014, antes incluso de que comenzaran los combates, la opción euroatlántica elegida por el nuevo Gobierno, por aquel entonces minoritaria entre la población según las encuestas, era uno de los aspectos destacados por quienes se manifestaban o se levantaban en armas contra lo que percibían como un golpe de estado que pretendía imponer esa política como parte de su cambio de régimen. Durante años, Ucrania ha exigido a sus aliados un calendario claro para ejecutar lo que la Alianza ya prometió en la cumbre de 2008 en Bucarest: que al igual que Georgia, «se convertirá en miembro de la OTAN». La falta de concreción de esa promesa ha sido algo contra lo que Kiev ha luchado y sigue luchando desde la victoria de Maidán, un objetivo irrenunciable para la clase política, que poco a poco ha ido introduciendo en la sociedad y que se ha consolidado con la invasión rusa, tras la que se ha equiparado seguridad con pertenencia a la Alianza.

La OTAN fue también uno de los aspectos que Rusia quiso negociar con Estados Unidos, el país que siempre ha tenido el mando en el bloque. Durante los últimos meses de 2021 y las primeras semanas de 2022, cuando ya habían comenzado los preparativos militares, la diplomacia coercitiva de Moscú planteaba que las posibilidades eran el acuerdo o la guerra. El cumplimiento de los acuerdos de Minsk para resolver el conflicto de Donbass y la renuncia de la OTAN a extenderse hasta las fronteras rusas en Ucrania eran los dos puntos que Rusia exigía negociar. El segundo mostraba el fracaso de los siete años anteriores, en los que Moscú no consiguió que los aliados de Ucrania ─fundamentalmente Alemania y, en menor medida, Francia, ya que Estados Unidos y el Reino Unido habían mostrado aún menos interés que Kiev por los acuerdos de paz– ejercieran presión en favor de la implementación del único acuerdo de paz que ha existido en esta guerra. La cuestión de la OTAN reflejaba una preocupación que había existido en las élites rusas desde finales de los años 90, la aparentemente sin fin expansión de la Alianza de la Guerra Fría hacia territorio ruso, que reflejaba claramente que no había ninguna voluntad occidental de creación de una arquitectura de seguridad continental y que se optaba por la confrontación y la contención de Rusia en lugar de por el acuerdo. La entrada de Ucrania en la OTAN, o la instalación de bases militares de esos países, como Zelensky alentó en 2021 a modo claro de provocación, era para Rusia la línea roja que, por motivos de insignificancia de su poder militar, no no lo fue en los casos de Lituania, Letonia o Estonia.

El no rotundo a la negociación con Rusia condenaba la situación al enfrentamiento y el conflicto no terminado en Donbass daba pie a que ese enfrentamiento fuera militar. La cuestión de la OTAN se convertía así en una de las causas de la guerra de 2022, muy diferente en su forma y escala de la de 2014, pero heredera de ella al fin y al cabo. Durante los dos años transcurridos desde entonces, se ha repetido de forma constante la idea de que la «invasión de Putin» ha logrado lo que la propaganda no había logrado en décadas, convencer a la población ucraniana de la necesidad de adherirse a la OTAN. De esta forma, el discurso occidental ha conseguido ocultar su papel en el rechazo a una negociación y, por lo tanto, su parte de responsabilidad en el estallido de un conflicto bélico que quizá pudo evitarse para presentarse no como causa sino como una feliz consecuencia.

La novedad de las últimas semanas es el intento mediático de presentar a la OTAN como solución. Bajo un planteamiento que, en lugar de «paz por territorios» podría denominarse «OTAN por territorios», varios medios occidentales importantes han introducido en el discurso la posibilidad de que Occidente ofreciera a Ucrania la adhesión rápida ─quizá incluso inmediata─ a la Alianza a cambio de una negociación con Rusia para congelar el conflicto en el frente, convirtiéndolo en una frontera de facto que, para Ucrania, sería únicamente un revés temporal. Kiev no renunciaría oficialmente a ninguno de los territorios perdidos, pero evitaría el riesgo de continuar cediendo terreno, garantizaría su viabilidad como Estado y podría presentar a su población la adhesión a la OTAN como una gran victoria. Para ello, Zelensky habría de realizar un brusco giro en su guion, ya que incluso después de la aparición de esta teoría en medios europeos, se ha mostrado firme a la hora de rechazar esa posibilidad. Tanto Zelensky como Ermak y Podolyak, dos de las personas más influyentes en la cadena de toma de decisiones, han negado firmemente que esa idea pueda ser viable. Sin embargo, el hecho de que la idea haya sido filtrada a la prensa y haya sido recogida por medios como El País, profundamente atlantista, como un elemento de presión de Occidente a Ucrania indica que comienza a ser percibido como un posible camino a seguir.

La idea supondría priorizar la adhesión al bloque militar por encima del territorio y de la población que quedaría al otro lado del frente, por la que Kiev aún dice preocuparse, por lo que se trata de una planteamiento que Ucrania solo podría aceptar bajo presión de sus aliados. La propuesta sería aún más inaceptable para Rusia, ya que supondría una frontera con la OTAN en situación, no de paz, sino de conflicto abierto. Sin embargo, esta inviable propuesta no es la única forma de presentar a la OTAN como solución. «En su último día como secretario general de la OTAN, tras 10 años en el cargo, Jens Stoltenberg no quiso mirar atrás. Pero en una entrevista con Politico Magazine, no pudo evitar compartir un gran pesar: que Occidente no interviniera más enérgicamente en favor de Ucrania después de que Rusia empezara a morder su territorio en 2014», escribía la semana pasada el medio estadounidense para presentar una de las primeras entrevistas en profundidad concedidas por el ya exsecretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, apenas unos días después de que diera el relevo al neerlandés Mark Rütte.

«Cuando llegué al puesto», afirma Stoltenberg en relación al año 2014, momento en el que comenzó el conflicto ucraniano, «una de mis principales tareas era intentar reforzar el diálogo político con Rusia», insiste sin que haya en su discurso la más mínima autocrítica. «Pero, por supuesto», continúa, «lo que vimos con los años, y específicamente en el otoño de 2021 y principios de 2022, era que el espacio para el diálogo político era extremadamente limitado». Stoltenberg recuerda de esos años las exigencias inaceptables de Rusia de detener la expansión de una alianza militar creada para un mundo, el de la Guerra Fría, que hacía tres décadas que no existía, pero que ha olvidado la negativa de la OTAN a negociar. El secretario general que ha vivido desde su puesto al frente de la Alianza la totalidad del conflicto ucraniano vio también cómo Rusia «empezaba a dar bocados a Ucrania», como le pregunta Político, pero no el irregular cambio de Gobierno que precipitó la crisis y que hizo posible la captura rusa de Crimea y el estallido de la guerra en Donbass.

En la memoria selectiva de Stoltenberg, en la que no hay lugar para admitir ningún error propio, la OTAN es tan central como lo ha sido para el discurso ruso. «La discusión más difícil fue, en cierto modo, antes de la invasión. La guerra no empezó en 2022, empezó en 2014», afirma Stoltenberg para admitir solamente que lo hizo «tanto con la anexión ilegal de Crimea, como cuando Rusia entró en el este de Donbás en el verano de 2014». Además de Maidán, el secretario general de la OTAN olvida que la guerra comenzó como la operación antiterrorista que Ucrania ideó para justificar utilizar a sus fuerzas armadas dentro del territorio nacional contra la población civil y para la que armó a grupos como «los hombres de negro» de Járkov, que ese verano se convertirían en el batallón Azov.

«Recuerdo que una de mis primeras visitas fue a Yavoriv, un centro de entrenamiento de la OTAN para Ucrania en 2015. Trabajé duro para convencer a los aliados de la OTAN de que hicieran más, de que proporcionaran más apoyo militar, más entrenamiento. Algunos aliados lo hicieron, pero de forma relativamente limitada, y eso fue muy difícil durante muchos años porque la política de la OTAN era que la OTAN no debía proporcionar apoyo letal a Ucrania», añade Stoltenberg, mostrando abiertamente que la idea de que la Alianza intentaba contar con más presencia en el país no era algo inventado por la propaganda rusa y dejando clara la voluntad del secretario general de apoyar materialmente una guerra en la que Ucrania no luchaba contra el ejército ruso sino contra dos milicias mal armadas y escasamente entrenadas. Queda sin mencionar, por supuesto, que desde 2015 Kiev tuvo en su mano una herramienta con la que terminar esa guerra por la vía política y sin ninguna necesidad de armamento letal de la OTAN. Recordarlo implicaría tener que explicar por qué continuar la guerra fue la elección política de Ucrania.

Como en la primavera de 2022, cuando Occidente pareció preferir la continuación de la guerra en lugar de optar por la negociación, también en los años del conflicto de Donbass la solución era el armamento y no la diplomacia. «Nadie puede decirlo con certeza, pero sigo creyendo que si hubiéramos armado más a Ucrania después de 2014, podríamos haber evitado la invasión rusa; al menos habríamos aumentado el umbral para una invasión a gran escala. Tuvimos el debate sobre las armas antitanque Javelin, que algunos aliados consideraron una provocación. Y de nuevo, no tiene mucho sentido discutir sobre lo que podríamos haber hecho. Pero, ya que me preguntas, creo que en realidad podríamos haber hecho más antes de la invasión a gran escala. Si hubiéramos entregado una fracción de las armas que hemos entregado después de 2022, podríamos haber evitado realmente la guerra, en lugar de apoyar el esfuerzo de Ucrania por defenderse en una guerra», insiste Stoltenberg. La solución de Stoltenberg a un conflicto cronificado en el que una de las partes del acuerdo se negaba a implementar lo firmado era, cómo no, más armas de la OTAN.

La Alianza no solo parece ser la solución de futuro, sino que pretende serlo incluso del pasado.


Texto publicado originalmente en Slavyangard, el 15 de octubre de 2024.
Fotografía principal tomada de Geodese.

Nahia Sanzo

Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, máster en Sociología por UNED y máster en Historia por Universitat Oberta de Catalunya. Es miembro del grupo de investigación Geopolitikaz y editora del blog slavyangrad.es. Lleva desde 2014, siguiendo el conflicto civil ucraniano y desde 2022 la guerra ruso-ucraniana.

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