El genocidio palestino parece no preocupar a nadie
La legislación internacional habla con claridad del derecho de los pueblos a rebelarse contra regímenes dictatoriales, habla también del derecho a la legítima defensa, es decir, cuando un país es invadido por otro. Sin embargo, desde que grupos de descendientes de israelitas, provenientes de distintas partes del mundo, en particular de Europa, de manera violenta se establecieron en Palestina, la vida de sus habitantes ha sido un permanente calvario. Encerrados en cárceles a cielo abierto, las y los palestinos han visto cercenados sus más elementales derechos sin que las grandes potencias hagan algo por controlar el permanente genocidio del que son objeto. En varios momentos han intentado rebelarse, exigir respeto, muchas veces de manera violenta, como sucedió el 7 de octubre del 2023.
Porque la represión indiscriminada que viven los palestinos no ha hecho sino aumentar año con año, desde que, con el abierto apoyo británico en 1917, con la llamada «Declaración de Balfour», se promovió que grupos de descendientes de judíos se instalaran en Palestina con la intención de que sirvieran de apoyo para derrotar al Imperio otomano, sin que se tomara ninguna previsión para proteger a los para entonces habitantes de todo ese territorio. Usados como punta de lanza contra el mundo árabe, desde entonces, el ahora Estado de Israel ha sido el instrumento de los antiguos colonizadores para controlar, desestabilizar, diezmar y, si es posible, liquidar al mundo árabe, al que por razones simplemente ideológicas, pero también económicas, pretenden tener por siempre avasallado.
El Estado de Israel fue creado, en consecuencia, en tierras ya habitadas por otros pueblos, produciéndose desde entonces una anomalía social y política en la región. No se constituyó de manera pacífica, mucho menos negociada con sus habitantes, simplemente se les impuso y, para completar la ocupación, se les armó hasta los dientes para acabar con los antiguos habitantes. Esto, sin más, es un genocidio, que en el último año ha sido llevado a sus más masivos y sangrientos niveles. En estos últimos doce meses, Israel ha asesinado, con toda la premeditación y alevosía, a más de cincuenta mil personas, en su mayoría niños, mujeres y ancianos. El pretexto, el ataque de las fuerzas irregulares de Hamás a territorios israelitas el 7 de octubre de 2023. Una acción violenta, sangrienta en demasía, amplificada mañosamente por los medios de comunicación al servicio o alienados por la propaganda sionista, ha sido promovida como la causa de la represión indiscriminada y cien veces más sangrienta que la de Hamás, contra todo el pueblo palestino y que ahora se extiende al Líbano y Siria, con amenazas de destrucción a Irán.
En este último año, el Ejército israelí no se ha detenido en su claro objetivo de borrar de la faz de la tierra al pueblo palestino, verdaderos propietarios de las tierras en las que por siglos han vivido y, lo peor de todo, con la connivencia y hasta el beneplácito de las grandes potencias que parecen estar totalmente de acuerdo con que el genocidio se perpetre.
La geografía política ha cambiado significativamente con los crímenes diarios de Israel. Estados Unidos y la Unión Europea se cruzan de brazos y, cual nerones modernos, parecen solazarse con la muerte de miles de niños y mujeres palestinas. Nada detiene a las huestes sanguinarias de Netanyahu en su horripilante proyecto de eliminar a todo un pueblo, humillarlo al extremo y negar a sus sobrevivientes los más mínimos y elementales derechos. Envalentonado, el régimen sionista ataca ya, sin miramientos, instalaciones y supuestas fuerzas de paz de Naciones Unidas, cuyos «valientes» soldados han optado por esconderse y no impedir que el Ejército israelí masacre poblaciones en Líbano y Siria.
Al permitir a Israel traspasar todas las supuestas líneas rojas de las acciones militares se está demostrando que de ahora en adelante apenas imperará la ley del más fuerte. Mientras el régimen empresarial armamentista estadounidense siga apoyando abiertamente el genocidio, aplaudiendo en su Congreso los discursos racistas y sangrientos de Netanyahu, el deterioro de la seguridad mundial seguirá profundizándose e, infelizmente, tarde o temprano le pasará factura a sus habitantes.
Pero si los gobiernos de casi todo el mundo apoyan con estúpida ceguera el genocidio, los pueblos, cada vez con más claridad y vehemencia, lo critican, esfuerzo popular que, sin embargo, no parece calar en la estrechez mental y política de sus líderes. Todo tiende a que el esfuerzo de los «países amigos de la paz», liderados por China y Brasil, no conseguirá detener las guerras actuales, mucho menos el genocidio del pueblo palestino, esfuerzo al que deberían sumarse todos aquellos gobiernos amantes de la paz y la convivencia pacífica. Guatemala tendría mucho que hacer en ese intento, pues, como ningún otro país del mundo, aquí se estableció jurídicamente que las fuerzas armadas cometieron genocidio contra el pueblo ixil. Sabemos social, política y jurídicamente lo que eso significa, y la negativa de denunciar lo que en otros lugares sucede, solamente va a conducir a que también esos crímenes vuelvan a repetirse acá.
El momento es propicio para que, desde las altas esferas del Gobierno guatemalteco se establezca y profundice de manera clara la doctrina de la seguridad democrática y, en consonancia con ella, se apoyen activa y decididamente todos aquellos esfuerzos que conduzcan a recuperar el equilibrio geopolítico que el genocidio perpetrado contra el pueblo palestino ha puesto en jaque. De no hacerlo, no solo seremos cómplices de ese aberrante exterminio de un pueblo, sino que, más temprano que tarde, pagaremos las consecuencias.
Es urgente parar esa tragedia, al igual que urge parar la tragedia de Ucrania, Siria y otras en el mundo. Esto solo muestra que los radicalismos no nos llevan a ningún lugar seguro. El costo de la paz es muy alto para las mentes radicales. En todo el mundo hay radicales pero cuando tienen armas siembran el terror. Que termine la barbarie en donde haya guerra.