Dulce María Sotolongo Carrington
Rodolfo Alpízar Castillo | Arte/cultura / ESCRITO EN CUBA
Dulce María Sotolongo Carrington (La Habana, 1963). Licenciada en Filología, especialista en Literatura Cubana. Editora, narradora, ensayista, antologadora, periodista digital, guionista de radio y televisión, promotora cultural. Sus cuentos aparecen en antologías de Cuba, Estados Unidos, México y España. Por su labor ha recibido múltiples galardones. Títulos principales: De la letra a la vida, coautora (ensayo, 2006), Agustín Marquetti n.° 40 (testimonio, 2009), En el balcón aquel (testimonio, 2010), Vida consentida, (testimonio, 2013), Árboles mambises (testimonio, 2013), El arte de ser cubano (ensayo, 2017), No me hables del cielo (novela sobre la vida de José Martí, La Habana, 2014, Miami, 2019).
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Bendita Guatemala
Guatemala es una de esas regiones benditas –hechas como para aplacar la ardiente sed de los hijos de los países viejos, –y para comprobar la perpetua frescura y la generosidad maternal de la naturaleza.
Paseas por las calles de la Asunción, la avenida Cuarta Sur te lleva a la Escuela Normal. José María Izaguirre, director de la escuela, conoce El presidio político, es bueno saberse leído, más aun si lo hace un amado bayamés que te protege, como una vez lo hizo Rafael Mendive, de él aprendiste el arte de enseñar. Educar honra, por eso estás de plácemes cuando te contrata como maestro.
Mayo es un mes de fiesta. Las flores lucen sus mejores galas en el jardín de la Escuela Normal. Mes de amor que, sin tu Carmen, puede resultar enero.
Las malas noticias ensombrecen la primavera. Por la fría esquela de El Monitor conoces la muerte de Manuel, el hijo de Mercado. Arrugas el papel. Tus ojos van del azul cielo al gris de las tormentas. Un águila vuelve a pasar el mar.
Un susurro llega a las reuniones y tertulias de los Granados. Además de sabio y poeta, comentan tu facilidad para hablar.
– Solo tú puedes hacerlo, José –dice alguien.
Convertir en drama una leyenda de otra tierra, es difícil en estos días en que Céspedes se te revela como un patriota, las glorias no se deben enterrar sino sacar a la luz. Y de momento tu alma rebelde se conforma: Seré cronista, ya que no puedo ser soldado.
Coincides en un almuerzo con el poeta bayamés José Joaquín Palma. En sus versos no corre el aire frío del Norte; no hay en ellos la amargura postiza de Byron, el dolor perfumado de Musset, aprovechas para anotar lo que cuenta sobre Céspedes y su ciudad después del incendio. Su poesía trae el olor de tu tierra, el rumor del árbol, el rocío lejano y el galopar de un caballo que se niega a cruzar dos ríos.
Las manos de Guatemala se levantan para saludarte, aquí podrás vivir junto a tu Carmen.
En la Escuela Normal hay agitación esta mañana. Las alumnas estrenan nuevo profesor; el joven cubano, que ya ha dado muestra de su elegancia y buen decir, imparte su primera conferencia.
La clase está llena, hasta los profesores de otras materias le han hecho el honor de ser todo oído, un poco por admiración y también para saber cómo le va al extranjero en su primer día de clases.
María Granados está sentada en primera fila, le cuesta trabajo reconocer al joven dicharachero y locuaz que participó en el almuerzo en su casa. Sus ojos no tienen el color pardo de la última velada, ahora son verdes, la frente se le antoja más ancha y parece más alto en el estrado. No hay altivez ni orgullo en la hija del general que fue presidente, solo curiosidad.
Ni una mosca se atreve a molestar cuando el maestro comienza la clase.
– Hace dos mil quinientos años era ya famoso en Grecia el poema de la Ilíada. Unos dicen que lo compuso Homero, el poeta ciego de la barba de rizos, que andaba de pueblo en pueblo cantando sus versos al compás de la lira, como hacían los aedas de entonces. Otros dicen que no hubo Homero, sino que el poema lo fueron componiendo diferentes hombres…
– Se arriesga el cubano –comenta el profesor de literatura Gustavo Hurtado, quien escucha a hurtadillas–, mira que entrar en la polémica sobre si es o no Homero el autor de la Ilíada.
María escucha ensimismada al maestro.
–Pero no parece que pueda haber trabajos de muchos en un poema donde no cambia el modo de hablar, ni de pensar, ni el de hacer los versos, y donde desde el principio hasta el fin se ve el carácter de cada persona que puede decirse quién es por lo que dice o hace, sin necesidad de verle el nombre…
Carácter no le falta al cubanito, piensa Hurtado, quien adivina en el joven un fuerte rival.
María no sabe adónde quiere llegar el maestro, es diferente, se le nota seguridad, su voz es dulce, pero firme.
Pasada media hora, la sala se torna escenario de guerra. Los alumnos se debaten entre griegos y troyanos. La clase queda en suspenso cuando Aquiles echa al suelo su cetro de oro y dice que no peleará más a favor de los griegos.
María es Helena, el maestro es Paris. Lo dejaría todo por ese joven de mirada azul.
Desde la tribuna parece Martí un águila sobre altísima roca.
De noche en la residencia de los Granados ninguna mosca se atreve a molestar cuando María toca el piano. El maestro la mira, y ve a Blanca junto al río en Zaragoza, la mira y ve a Marina desnuda cual maja de Goya; se avergüenza de sus pensamientos. María sentada al piano, sus ojos fijos en sus finas manos que apenas rozan las teclas, el susurro de su voz marca el ritmo de la música. La melodía queda suspendida en el aire. En un intervalo, no sabe ni cómo se descubre hablando con su alumna, de París y Víctor Hugo, de Bécquer y las golondrinas. María tiene veinte años, y él veintitrés, pero a sus ojos es solo una niña, o al menos eso se empeña en creer, no puede evitar tomar su mano y darle un beso.
– ¿Cómo no escuchar al maestro?
La colegiala no se atreve a mirar tus ojos. Lee las partituras, los dedos pulsan las teclas, busca el sol en la ventana. Si pudieras descifrar el mensaje de esa melodía, verías ese instante en que se convirtió en mujer.
No temas, niña. No hay peligro mientras no le mires a los ojos ni oigas su voz que es más suave que el viento. María es una colegiala más que toca el piano, suspira y aguarda.
Fotografía principal proporcionada por Rodolfo Alpízar.
Rodolfo Alpízar Castillo
Traductor literario (portugués-español), narrador, exlingüista, con una extensa lista de publicaciones propias (literarias y lingüísticas) y de traducciones de autores como José Saramago, Mia Couto y Pepetela, ente otros, tanto en su país como en el extranjero. Premio de la Federación Internacional de Traductores por la obra de la vida (2011), junto a otros reconocimientos nacionales. Desde hace dos años mantiene un espacio bimestral dedicado al intercambio de narradores con los lectores.
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