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Ego, álguienes y pandemia

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Ego, álguienes y pandemia

Pedro Samayoa Arenales | Política y sociedad / LA CUEVA DEL CADEJO

Ya fui ético y fui errático, ya fui escéptico y fui fanático
Ya fui abúlico y fui metódico, ya fui púdico fui caótico…
El Cuarteto de Nos – Ya no sé qué hacer conmigo

Ego

Hace 65 años, 4 meses y 24 días nació un niño que era esperado como niña y por eso su álbum conmemorativo es rosado. Quizás eso lo marcó de alguna manera. Quién sabe; ya no hay a quien preguntarle. Hijo primogénito de la unión colaborativa de dos humanos y hermano mayor de cuatro futuros en ese entonces. Existen evidencias y testimonios de que fue objeto de cuidados, «consentimientos» y experimentos propios del hijo o hija primogénitos.

A los sesenta y cuatro años más o menos, este niño se convirtió en Yo, nombrado por sus padres como Pedro Rodolfo Antonio Samayoa Arenales. Y así fue como en el transcurso entre ese primer aliento y el de este momento fui construyendo al personaje que hoy escribe esto.

Muchas cosas han pasado desde entonces. Cosas que a cualquier arqueólogo de la mente le sería complicado definir cuáles y en qué medida han contribuido a traerme este aquí y ahora.

Más que las cosas, los eventos y las circunstancias, lo que ha contribuido a la construcción de ese fantasma alienado que creo ser son los…

Álguienes

Todos aquellos, mujeres y hombres, con los que he establecido algún tipo de conexión a lo largo de los años, ese suspiro entre el primer y último aliento, han aportado, condicionado y contribuido a construir las experiencias más significativas de mi vida, y gracias a ellos, o a pesar, estoy aquí. Son quienes hemos intercambiado energías para crear algo nuevo, lo que nos ha convertido en cocreadores del mundo de los álguienes.

A excepción de los once años en un colegio católico, he pasado la mayoría de mis días rodeado, en su mayoría, de mujeres. Muchísimas. Y las experiencias con ellas han sido determinantes. Todas. Desde mi madre, pasando por doña Lila, la directora de la preprimaria, amigas y compañeras entrañables, jóvenes y ancianas, hasta la misteriosa Galatea de hoy.

Pero también ha habido muchos otros álguienes hombres, y que fueron como los artesanos que pulieron el barro que las manos femeninas moldearon a cada momento. Empezando por mi padre, pasando por algunos memorables y muchos nada memorables maestros, mis hermanos, compañeros de trabajo y contados pero selectos amigos entrañables.

Pandemia

Mi confinamiento, no tan voluntario, empezó el 29 de enero de 2019. Y por eso cuando me preguntan «¿cómo te ha ido con la pandemia?» respondo «de maravilla».

Hace poco más de 5 años me vi forzado por las circunstancias a cerrar nuestro proyecto educativo después de cuarenta años de provocación, aprendizaje y aventura pedagógica. Y allí empieza, creo yo, la penúltima etapa de este viaje tan interesante que es, quizás, la etapa de mi vida en la que los aprendizajes han transcurrido como en la bajada de la montaña: rapidísimo y a veces vertiginosamente.

En enero de 2020 cumplí un año de un semiconfinamiento debido a dos eventos de salud que me obligaron a cambiar la forma del trabajo con mis maestros preferidos; los niños. Y en medio de ello, dos eventos personales que parecían catastróficos. Todo a lo largo de 12 meses. Días en los que, de no ser por ese grupo de álguienes, bien hubiera podido naufragar o quedarme sentado a la vera del camino.

¿Por qué escribo esto hoy? Porque precisamente hace un año murió mi madre a quien acompañé, y no siempre de buena gana, en el último tramo de su personal y, ojalá, auspicioso paseo por su montaña personal. Y también me permitió un reencuentro muy afortunado con mis hermanos. Según Freud y Lacan, la madre es el vínculo primario con el que el ego empieza a formarse para luego convertirse en eso que el induismo y el budismo llaman Atman, la ilusión de control y origen del sufrimiento, que hay que deconstruir para descubrir el Anatman, el no-yo, «la insustancialidad y la ausencia» con la que bajaremos, ojalá, de la montaña, para subirnos, quizás, en otra.

Gracias pues a los álguienes que me han acompañado y esperamos que este último tirón a la cumbre sea prodigioso, emocionante y auspicioso para todos, no importa el tiempo-espacio que nos lleve… eso es lo de menos. Pero, principalmente, GRACIAS a la que fue mi madre, de quien aprendí lo mejor y «lo no tanto»; por ser el vínculo que me ha permitido estar aquí escribiendo esto. Que los álguienes de cada quien sean también tan afortunados como los míos.

Hay caminos de caminos en la montaña; algunos nos desesperan y otros nos maravillan, pero todos son mágicos.

No consideraremos milagrosa ninguna experiencia que podamos tener,
sea la que sea,
si de antemano mantenemos una filosofía que excluye lo sobrenatural.
C. S. LEWIS


Caminos

Voy subiendo una montaña particularmente difícil, aunque no escalando. No es el Everest ni el K2 tan llenas de contaminación, egos y basura. Es una montaña amable, senderista, no por ello fácil; tiene sus exigencias. Hacia arriba.

Me voy sintiendo cansado, a veces aburrido, frustrado. Me pongo enfermo a veces. El potasio baja por el esfuerzo y aparecen calambres, e Itzamná, el padre sol, haciendo su trabajo, me produce dolor de cabeza, y la Qanan Ulew, la Pachamama, la Madre Tierra, absorbe mis energías vitales. Tengo que parar por momentos. Me salgo del sendero marcado y me siento en una piedra enorme, volcánica, áspera, incómoda.

A lo lejos veo venir un caminante y decido esperarlo. Aparece en el horizonte solo su silueta pero por algo me llama la atención. Con el sol detrás, aparece con una cabellera agitada por el viento. Se acerca.

Nos saludamos como lo que somos, compañeros de camino, montañeros, caminantes.

Se sienta a mi lado y empezamos a platicar como si fuera solo la continuación de una conversación reiniciada.

Y seguimos caminando. Observando(nos), contándonos cosas de nuestros caminos. Empiezan a aparecer reflejos, luminosidades, destellos, brillos reconocibles por liminales. Pero también fantasmas, esqueletos, oscuridades, conocimientos y reconocimientos.

Hemos compartido, sin saberlo, los mismos caminos, iguales cansancios pero diferentes. Las historias son las mismas con letras diferentes. Llevamos en las mochilas diferentes alimentos, distintos envases, variados implementos. Pero también basuras agobiantes. Las mismas pero distintas. También cuentos, anécdotas de camino, noches de campamento compartidas con otros caminantes a veces inoportunos, a veces imprudentes, indeseables incluso a veces obligatorios. Ixchel, la madre Luna, ha alumbrado noches solitarias a la par del fuego del campamento y a veces fuegos temporales que se apagan al amanecer cuando cada quien sigue sus caminos.

Y seguimos caminando. Hasta dónde y hasta cuándo, solo Juyub’ lo sabe. Nosotros seguimos, sintiendo que no estamos solos en el camino. Que hay caminantes con anhelos y ganas similares y que, quizás, hemos subido las mismas montañas antes por caminos distintos, sin encontrarnos. Hoy, ahora, nuestros caminos se han cruzado y decidimos, intuitivamente, acompañarnos.

Así son los senderos de Juyub’, la montaña. Así son los caminos en Ruwach Ulew, el mundo. Así es la vida cuando lo que importa no es la meta sino el camino. Cuando las cartografías y el mapa no son el territorio.


Fotografías del archivo personal de Pedro Samayoa Arenales.

Pedro Samayoa Arenales

Psicólogo clínico de cartón, psicopedagogo de vocación, medio escritor, medio fotógrafo, medio montañista, medio musicólogo, viajero virtual, conferencista ocasional, lector, «musicofílico», melómano y buscador permanente.

La cueva del Cadejo

Correo: [email protected]

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1 comentario

  1. Angela 31/10/2020

    El pasado es una historia que se cuenta para sí mismo, decían por ahí en una línea de película. A veces hacemos parte de esas historias y es entonces cuando podemos participar de ellas, reconocer la valentía, el desgaste del camino y el aliento que nos damos unos a otros. Uno imagina que a nuestro lado estarán los álguienes que imaginamos, pero a veces aparecen otros álguienes que no conocen de pasados, pero preguntan por él, quizá porque saberlo ayuda a que tracemos otros caminos y nos dejemos llevar para descubrir otros destinos. Da cierta sensación de coherencia o de sincronía o de no sé qué, saber que encontrarse con alguien es construir una historia con las noches, lunas y soles como testigos. Bellísimo escrito, bellísima historia con tantas conversaciones reiniciadas. Hola…

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