El loco
Wilfredo Hernández Cabrera | Arte/cultura / EN LETRAS CHIQUITAS
Y los demonios le rogaron diciendo:
si nos echas, permítenos ir a aquel hato de puercos.
Mateo 8:31
Más que el penetrante olor, me impresionó su grito imprevisto; similar al de los fantasmas y seres de ultratumba que me persiguen desde niño. Era algo así como entre el berrido de un recién nacido atragantándose de vida y el postrer aliento regurgitándole en la herida del cuello a un moribundo, que cedía abruptamente para dar paso a una risa sardónica que me puso los pelos de punta.
Recordé historias de endemoniados que, de pequeño, escuché en boca de exorcistas protestantes que habían visto salir gatos negros y animales corpóreos y macabros de la boca del poseso liberado; demonios multiformes en búsqueda desesperada de un cerdo o un cuerpo de cualquier especie, susceptible de ser poseído.
Los espantos temibles adquirieron infinitas formas en las pesadillas que poblaron mis sueños infantiles; pero no un olor tan tangible, ni unos ojos tan vivaces, ni tantos colgajos de imágenes sagradas en el pecho, ni una proximidad tan impactante como la de aquel espectro no del todo muerto; sino cuernos, cola y cascos que, pese a todo, más de alguna vez me dieron risa, y no esos pies de diez uñas mugrosas tan humanamente definidos que bien pudieran ser los míos.
Solo acerté a cerciorarme que no hubiera la posibilidad de que abordáramos el mismo vagón. Luego de perderlo de vista, me absorbí en las mil abstracciones propias del burócrata al que más que el cansancio físico al volver de la oficina le domina el tedio —que a veces es al espíritu lo que la fatiga al cuerpo—.
Esquivé por inercia el río humano al bajar del vagón para cambiar de línea dos estaciones después y, a la mitad de la rutinaria escalera, más que percibir, intuí de nuevo el fuerte olor a aceite rancio, luego del cual resonó nítida la risa lamento escalofriante; no volví la vista para mantener la sana distancia a la que conservo mis fantasmas, pero vi en los ojos vueltos hacia el loco, un curioso terror reflejado en las pupilas.
Unos pasos después de abandonar el subterráneo de la estación, al apagarse intespestivamente las luces del sector; entre la oscuridad intermitentemente veteada por los faros de los coches, me asaltó de nuevo ese olor desagradable; caminé calles eternas esperando el grito que temía. Terminé deseándolo, porque era menos terrible que sus ecos vibrándome por dentro, que el recuerdo de sus uñas mugrosas y sus ojos vivaces que bien pudieran ser los míos, junto a los cascos relucientes de mis diablos riéndose de no sé qué putas en la oscurana de la calle que no terminaba nunca.
Wilfredo Hernández Cabrera
Nació en Jutiapa, Guatemala, tres días después de la rebelión militar del 13 de noviembre de 1960. Escribidor congénito. Sembrador de estrellas. Crítico de las letras, el derecho, la sociedad y el Estado.
Correo: [email protected]
bella abstracción mágico-realista