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Sobre la soberbia y la arrogancia

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Sobre la soberbia y la arrogancia

Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR

Se conocen como «valores humanos» a los valores agregados de las mejores cualidades sobre la animalidad egoísta. En otras palabras, son las características «buenas» que nos distinguen, pudiendo destacar: la ética, la tolerancia, el respeto al prójimo, la bondad, la solidaridad, la equidad, la responsabilidad, la honestidad, la virtud, la justicia, la lealtad, el heroísmo, la dignidad.

Existen también los antivalores, conocidos como valores inmorales que son los contrarios, algo así como las características «malas» en el comportamiento humano. Son todo lo contrario a los valores buenos, y parten de actitudes o prácticas dañinas o negativas que realiza el individuo en su entorno social. Son posturas peligrosas que la sociedad no avala.

Una persona con antivalores es aquella egoísta, que actúa fríamente, que no le importa hacer daño y que no tiene escrúpulos; entre ellos, la soberbia y la arrogancia ocupan un lugar preponderante en las relaciones entre personas.

La sociedad actual sufre de una crisis generalizada de valores, ya que la mayoría de las personas luchan por «nuestros derechos» y nos olvidamos de «nuestras obligaciones». Esta crisis se puede observar día a día en nuestro entorno rodeado de violencia y situaciones extremas que muestran una total falta de humildad ante nuestros semejantes y ante el cuidado de nuestra casa común. Sin embargo, todo en la vida tiene su precio, ya sea positivo o negativo.

En 1837 se publicó un aleccionador cuento del escritor danés Hans Christian Andersen, titulado El traje nuevo del emperador, también conocido como El rey desnudo. Con este su memorable relato, Andersen nos ayuda a entender lo negativas que suelen ser la soberbia y la arrogancia a través de un personaje, el emperador, que precisamente encierra ambos adjetivos. Esta pequeña historia nos enseña que creyendo que somos mejores que los demás, solo podemos acabar demostrando que somos mucho más necios que el resto de los simples mortales.

Las causas y razones que llevan a muchas personas a perder la dimensión de las cosas y pensar que son superiores a sus subordinados parten de justificaciones sin sentido, basadas en traumas no superados, marcadas debilidades, prepotencia y el abuso de confianza.

A pesar de haber sido escrito a principios del siglo XIX y haberse orientado a un público infantil, este relato no ha perdido vigencia y puede adaptarse a la realidad cotidiana de un mundo que, en apariencia, no cambia para mejorar y no aprende de las lecciones diarias que nos transmite la vida.

Los invito a leer y meditar sobre el contenido del mismo –una historia urbana de mentiras y sinsabores que se nos hace familiar y es conocida por todos–. De repente, así logremos entender de una vez por todas que la soberbia y la arrogancia son muy malas consejeras y que mucho más temprano que tarde nos terminan llevando por los caminos equivocados.

Había una vez un emperador al que le encantaban los trajes. Distribuía toda su fortuna en comprar y comprar trajes de todo tipo de telas y colores, tanto que, a veces, llegaba a desatender su reino… pero no lo podía evitar. Le encantaba verse vestido con un traje nuevo y vistoso a todas horas. Un día llegaron al reino unos impostores que se hacían pasar por tejedores y se presentaron delante del emperador diciendo que eran capaces de tejer la tela más extraordinaria del mundo.

– ¿La tela más extraordinaria del mundo? ¿y que tiene esa tela de especial?
– Así es majestad, es especial porque se vuelve invisible a los ojos de los necios y de quienes no merecen su cargo.
– Interesante… ¡entonces hacedme un traje con esa tela, rápido! Os pagaré lo que me pidáis.

Así que, los tejedores se pusieron manos a la obra.

Pasado un tiempo, el emperador tenía curiosidad por saber cómo iba su traje, pero tenía miedo de ir y no ser capaz de verlo, por lo que prefirió mandar a uno de sus ministros. Cuando el hombre llegó al telar se dio cuenta de que no había nada y que los tejedores eran en realidad unos farsantes, pero le dio tanto miedo decirlo y que todo el reino pensara que era un estúpido o que no merecía el cargo. Tanto así que permaneció callado y fingió ver la tela.

– ¡Que tela más maravillosa! ¡Qué colores! ¡Qué bordados! Iré corriendo a contarle al emperador que su traje marcha estupendamente.

Los tejedores seguían trabajando en el telar vacío y pidieron al emperador más oro para continuar. El emperador se los dio sin reparos y, al cabo de unos días, mandó a otro de sus hombres a comprobar como iba el trabajo.

Cuando llegó, le ocurrió lo mismo que al primero… no vio nada, pero pensó que si lo decía todo el mundo se reiría de él y el emperador lo destruiría de su cargo por no merecerlo. Así que elogió la tela.

– ¡Deslumbrante! ¡Un trabajo único!

Tras recibir las noticias de su segundo enviado, el emperador no pudo esperar más y decidió ir con su séquito a comprobar el trabajo de los tejedores. Al llegar se dio cuenta de que no veía nada por ningún lado y, antes de que alguien se diera cuenta de que no veía nada, se apresuró a decir:

– ¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un emperador como yo!

Su séquito de aduladores comenzó a aplaudir y a comentar lo extraordinario de la tela. Tanto así que aconsejaron al emperador que estrenara el traje con aquella tela en el próximo desfile. El emperador estuvo de acuerdo y pasados unos días tuvo ante sí a los tejedores con el supuesto traje en las manos.

Comenzaron a vestirlo y, como si se tratara de un traje de verdad, iban poniéndole cada una de las partes que lo componían.

– Aquí tiene las calzas… tenga cuidado con la casaca… permítame que le ayude con el manto…

El emperador se miraba ante el espejo y fingía contemplar cada una de las partes de su traje pero, en realidad seguía sin ver nada.

Cuando estuvo vestido salió a la calle y comenzó el desfile y todo el mundo lo contemplaba aclamando la grandiosidad de su traje.

– ¡Qué traje tan maravilloso! ¡Qué bordados tan exquisitos!

Hasta que, en medio de los elogios se oyó la voz de un niño que dijo:

– ¡Pero si está desnudo!

Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo pero, aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón… continuó el desfile orgulloso.

¿Les suena algo familiar?

¿El presente cuento se parece, en algo, a la «tragicomedia» nacional de todos los días?

A propósito de la mitomanía

Una de las deficiencias más pronunciadas que encontramos con demasiada frecuencia en las más altas esferas de la dirección de las naciones parte del arte, cada vez más refinando, de mentir. La mentira está considerada por la sociedad como un antivalor, antivalor que se rechaza puntualmente. Y es que, el engaño es un arma de doble filo.

Sin embargo, vemos con creciente preocupación que cada día es más frecuente encontrarnos con una serie de personajes que hacen de la mentira una forma de vida. En ciertas y determinadas personas, mentir se convierte en un mal hábito, máxime cuando esos individuos ocupan importantes cargos de dirección y ejecución.

Hay personas que mienten de forma compulsiva, se inician de forma espontánea y evolucionan hasta convertirse en adicción. Para alcanzar mejor sus fines, recurren incluso a utilizar verdades a medias o medias verdades. Con el fin de aumentar la credibilidad de las mismas es común recurrir a levantar cortinas de humo para ocultar sus verdaderas intenciones.

De esa forma, el propio mitómano llega a creerse sus embustes, amparándose en el viejo y conocido refrán que dice: «una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad».

En Guatemala, todo cabe en lo posible. Parafraseando a Pedro Navaja: «La vida te da sorpresas… sorpresas te da la vida».

El viejo, siempre directo y puntual doctor Humberto Arias Tejada, periódicamente era muy dado a recordarnos unas de las máximas reflexiones chapinas de todos los tiempos: «vivimos en Guatemala, el país de las bolas, los bolos y las balas. Es por eso que, en palabras de bolo, promesas de políticos y lágrimas de mujer… nunca hay que creer».


Fotografía principal, Alejandro Giammattei, tomada de Gobierno de Guatemala.

Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.

El caso de hablar

Correo: [email protected]

3 Comentarios

  1. arturo ponce 12/10/2020

    Excelente comparación Guichín, con tanta ocurrencia solo imagínate como se vería esa gran barriga en vivo, directo y a todo color.

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  2. Luis, en este caso, debemos hablar de dos personajes desnudos: el rey y el favorito.

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  3. Quería poner este mensaje en el último artículo del connotado Luis Felipe Arce Flores, un fino pensador que supo conjugar la sabiduría ancestral o antigua, con la teoría contemporánea. Siempre te recordaremos, querido amigo

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