La traducción de La patria del criollo al inglés, aciertos y desaciertos
-Marco Fonseca | ENSAYO–
Estamos celebrando el 50 aniversario de publicación de La patria del criollo (LPC) en agosto de 1970. Con la publicación de La patria en inglés en 2009 esta celebración es hoy también una celebración internacional.
Es increíble que hayan pasado casi 40 años para que pudiéramos ver el mayor trabajo de historia guatemalteca traducido al inglés. Ese no ha sido el destino de otros trabajos importantes de autores guatemaltecos como Julio Castellanos Cambranes o Edelberto Torres-Rivas.
En el caso de Café y campesinos de Cambranes, la traducción apareció en inglés en 1985, el mismo año en que apareció en español (según las fechas de publicación en los libros). Pero esta traducción fue también severamente recortada, apareció sin la presentación original, sin los capítulos 10 y 11 (un total de 110 páginas), y sin los anexos (incluyendo el reglamento de jornaleros). La obra pasó de 579 páginas a 326. Desconozco si esto ocurrió con el aval del autor, pero estuvo a cargo de gente también vinculada a CIRMA, es decir, el Plumsock Mesoamerican Studies.
En el caso de La patria quizás su publicación tardía en inglés se deba a que traducir un trabajo complejo, explícitamente marxista y abiertamente revolucionario, era no solo un gran desafío, sino algo en sí mismo polémico cuando la influencia del marxismo y la teoría crítica en los estudios latinoamericanos en Norteamérica (y en los estudios que salen de Latinoamérica) se ha visto desplazada por la creciente popularidad de enfoques filosóficos como el posmodernismo en sus diversas variantes o enfoques filosóficos liberales que ponen los derechos humanos, y no cosas anticuadas como la lucha de clases, al centro de sus preocupaciones. La única forma de publicar el trabajo en inglés era, pues, exorcizando sus aspectos más críticos.
Como parte de sus reflexiones sobre «la tarea del traductor» Walter Benjamín formuló una interrogante importante que puede servir como punto de partida para esclarecer el hilo conductor de mis comentarios. La pregunta es: «¿Se dirige la traducción a aquellos lectores que no entienden el original?». Benjamín agrega, «Aquella traducción que sobre algo se propone informar no podría comunicar sino información, es decir, lo no esencial. Y es esto precisamente lo que distingue las malas traducciones» (López García, 1996, p. 335).
Desde un punto de vista de traducción, La patria del criollo es un trabajo complejo. Y esta complejidad se incrementa si tomamos en cuenta todo lo que aparenta ser incomprensible, oscuro, innecesario o incluso equivocado. Es decir, dialéctico. Esos elementos del trabajo que los editores llaman «polémicos». Y ante este desafío, la traducción que hicieron al inglés optó por simplificar e incluso higienizar el texto original, dejarlo sin su filo polémico, y ofrecerlo de modo que convenga más al mercado académico inglés.
La traducción al inglés salió en 2009, extremadamente recortada, publicada por Duke University Press, hecha por Susan M. Neve y W. George Lovell, editada e introducida por Lovell y Christopher H. Lutz, conocidos académicos vinculados con CIRMA, consta de 300 páginas más unos reconocimientos, una introducción de los editores, una cronología de los eventos narrados en el libro, un glosario y la bibliografía.
En la introducción, los editores intentan situar La patria del criollo en lo que ellos entienden como su contexto histórico y en su relación con las cuestiones y los debates contemporáneos. Para ello los editores utilizaron, entre otros, los textos reunidos por Óscar Peláez Almengor en La patria del criollo, tres décadas después (publicado en el 2000). Pero el público al que está dirigida La otra patria del criollo es el público académico inglés y, sobre todo, el pequeño mundo de los estudios latinoamericanos en Norteamérica. Es aquí, y sobre todo dentro del diminuto mundo de «guatemalanistas» de Norteamérica, donde encontramos la recepción más entusiasta y acrítica de este trabajo en el mundo inglés.
La introducción de los editores, sin embargo, no remienda o rellena, de modo adecuado, los recortes y las brechas que los editores dejaron, aunque sea de modo invisible para los/as lectores/as en inglés, en la versión traducida. Pues hay mucho que el trabajo de la traducción ha condenado a la marginalidad o la oscuridad, mucho que no ha sido propiamente reconocido en la introducción o que ha sido mencionado solo de modo muy general, como elementos «polémicos» (es decir, infundados o exagerados) y justificado como un doloroso acto de recorte impuesto por las necesidades editoriales de la publicación en inglés.
Esta explicación es insuficiente para justificar el hecho de que hayan sido precisamente los detalles más «polémicos», es decir, los detalles conceptuales, metodológicos y filosóficos más críticos y trascendentales de La patria los que hayan resultado adulterados, tijereteados o totalmente ignorados en la interpretación inglesa. No se puede afirmar categóricamente que el producto de todos los recortes y depuraciones que le hicieron a la edición inglesa, o que el cuestionable intento de actualización teórica del texto en inglés (para dejarlo conforme a los estándares de cierta historiografía anglosajona), haya resultado en lo que Benjamín entiende como «una interpretación imprecisa de un contenido no esencial». Porque hay mucho del contenido histórico del trabajo original que sí ha sido preservado y, en realidad, incluso bien traducido en la edición inglesa. Pero sí se puede afirmar que la edición inglesa es «una interpretación imprecisa», en algunos casos incluso distorsionante, en lo tocante a algunos puntos cruciales de método y filosofía del texto original.
La patria original es un texto de 639 páginas, más una bibliografía propia de La patria, un índice analítico y una sección extensa de notas de 214 páginas. El grueso de estas notas no está presente en La otra patria y las notas que sí fueron tomadas en cuenta fueron incorporadas al cuerpo mismo de algunas de las secciones de la traducción en inglés. Todo esto fue reducido a 300 páginas en la edición inglesa con agregados editoriales que, aunque útiles guías de lectura o para la investigación, no existen en el original o no existen de la misma forma.
En mi trabajo he hecho una comparación minuciosa de los textos en ambas lenguas. Me concentro en los capítulos 2 y 3 sobre «Las dos Españas», el capítulo 5, sección VII, «El indio como elemento de la patria del criollo», el capítulo 7 sobre «Pueblos de indios», y el capítulo 8 sobre la Colonia y nosotros. Este trabajo de exégesis de la traducción me llevó 3 años y el resultado es mi ensayo «La otra patria del criollo», de próxima publicación por la revista Análisis de la Realidad Nacional del IPNUSAC.
Mi argumento es que para traducir un texto del materialismo histórico clásico guatemalteco se requiere, como mínimo, un/a traductor/a competente no solo en el lenguaje del trabajo a la mano sino también en el lenguaje de su filosofía/teoría, es decir, el lenguaje revolucionario tal y como este se forjó por lo menos en las dos décadas previas a la publicación de la obra en 1970.
Hay que reconocer que la traducción inglesa brilla por una excelente traducción de elementos importantes de la información contenida en La patria. Pero no es lo mismo en cuanto a la filosofía, es decir, el sentido fundamental de la obra. Pues Martínez Peláez no era un activista liberal de derechos humanos interesado solamente en revelar y condenar las crueldades del régimen colonial (al estilo de Las Casas) y, en el presente, sugerir reformas para corregir el legado histórico de la colonia. El maestro era un marxista revolucionario interesado no solo en desvelar las contradicciones, la negatividad, la ideología y la hegemonía del mundo creado por los criollos en lucha constante con la resistencia indígena, sino que al mismo tiempo era parte de un proyecto que buscaba el reemplazo del Estado oligárquico por un Estado popular de liberación tanto social como nacional. Detrás de lo que es, pues, una traducción técnicamente competente, se esconde una operación ideológica pero problemática de «humanización» y «actualización» de Martínez Peláez que yo encuentro inaceptable. Benjamín tiene por ello mucha razón al decir que «sólo un pensamiento superficial, al negar el significado independiente de la última [de la filosofía], calificará a ambas [el lenguaje del trabajo y el lenguaje de su filosofía] de equivalentes» y se dará, así, a la tarea de tijeretear lo textual sin creer que ello también recorta, y mucho más, lo filosófico.
Traducir filosofía requiere conocimiento filosófico. Es por ello preciso comprometerse a considerar la traducibilidad de la filosofía, y no solo del lenguaje del trabajo, para entender las sugerencias, los argumentos y las apuestas filosóficas y metodológicas de un autor como Severo Martínez Peláez, aun cuando muchos de estos elementos parezcan hoy ser innecesarios, equivocados y descartables no solo para editores de otra tradición filosófica y cultural, sino también para el público norteamericano al que se dirige la traducción. El espíritu de Severo Martínez Peláez está, precisamente, en muchas de esas sutilezas, sugerencias, argumentos y apuestas aparentemente «polémicos» que, si entendemos el trabajo de traducción de modo riguroso, ¿no deberían incluso permanecer y aparecer como tales en cierta medida incluso en el texto traducido?
La patria del criollo es un texto histórico en dos sentidos: es una interpretación de la historia colonial del «reino de Guatemala». Pero también es un texto que pertenece a su propia historia intelectual y personal (el lenguaje de la revolución). No es posible traducir el texto como si fuera solamente un texto acerca de la historia colonial ignorando que es, también, un texto de la historia y las luchas contemporáneas.
Aquí sostenemos que la traducción de la La patria demanda fidelidad al espíritu y la letra, el método y la filosofía de Severo Martínez Peláez, así como respeto tanto a la forma como al contenido de su proyecto tanto académico como político. Si la vida de Severo Martínez Peláez es, como lo expresa Edeliberto Cifuentes Medica, «una vida hecha obra de arte» (Cifuentes Medina, en Peláez Almengor, 2000), ello significa como mínimo que la vida, la obra y la finalidad de lo que es Severo Martínez Peláez y La patria son, en realidad, inseparables. Si una traducción debe ser, en alguna medida, prolongación de esa unidad, la misma no puede ser respetuosa de la vida sin ser respetuosa de la obra por mucho desacuerdo que se tenga con la misma. Solo así se puede recibir, valorar y dignificar para un público muy diferente lo que fue, para el esclarecimiento y autoentendimiento de un proyecto revolucionario en Guatemala y para la teoría crítica del país, el acontecimiento extraordinariamente significativo que fue la publicación original de La patria del criollo: ensayo de interpretación de la realidad colonial de Guatemala por la Editorial Universitaria en 1970.
Por años he enseñado en mis cursos sobre metodología y filosofía de la investigación que para hacer una investigación en las ciencias sociales (incluyendo la historia) es preciso hacer preguntas relevantes; para esto hay que partir del presupuesto de que las fuentes no son «hechos neutrales» sino que son interpretaciones de interpretaciones (construcciones ideológicas), y que para deconstruir estas construcciones ideológicas es preciso partir de un compromiso ético con «la diferencia», la «otredad», la «exclusión», lo que queda afuera, «los de abajo». Ese es el punto de partida metodológico del maestro Martínez Peláez. Lo «científico» es pues, en principio, no una simple fidelidad a los «hechos» o los «documentos» (que son también construcciones históricas del poder, la dominación y la hegemonía), sino que es un proceso de desenmascarar lo ideológico y lo hegemónico en pasos que nos llevan al esclarecimiento de la emancipación. Ese es el hilo conductor de La patria del criollo.
El maestro Martínez Peláez nos ofrece así una interpretación comprometida con la «diferencia» de clase, de etnia (y muy sutilmente incluso de género) de la lenta gestación histórica de la conciencia, dominación y hegemonía criolla, de como ese proceso se forjó por medio de exclusiones, silencios y opresión, y de como no es comprensible sin verlo como parte de una lucha constante con su negación, es decir, con la conciencia, resistencia y autonomía indígena. Leer La patria es, a mi juicio, algo diferente de leer La recordación florida. Se aproxima, más bien, a una lectura de la dialéctica del señor y el siervo como la formula Hegel en su Fenomenología del espíritu o la dialéctica del capital y el trabajo como la formula Marx en El capital. Los aspectos metahistóricos en estas propuestas son irreductibles a los simples «hechos» o los «documentos». Cuando el maestro radicaliza la historicidad de lo indígena, por ejemplo, lo hace precisamente para resaltar su construcción en relaciones contradictorias de poder/contrapoder. Lo hace para rebatir todo reclamo esencialista, ya sea de una objetividad pura (la del cronista colonial) o de una subjetividad incambiable (la del indígena colonizado).
Generaciones diferentes hablan sobre La patria de formas diferentes. Aprecio mucho escuchar a la gente que conoció al maestro, quienes fueron sus estudiantes, quienes militaron con él en las trincheras de la lucha ideológica por recuperar la memoria histórica de los/as de abajo. Yo, por mi parte, pertenezco a una generación un poco más joven que no tuvo contacto directo con el maestro y para quienes La patria significó y significa no solo una interpretación histórica de la realidad colonial guatemalteca, sino también una luz, un programa, para la transformación práctica de la Guatemala del presente. La patria nos sigue invitando a imaginar, interpretar y transformar tanto el pasado como el presente de la Guatemala bajo nuevas modalidades de la dominación criolla y hoy, también, bajo el asalto y neocolonialismo de la globalización neoliberal.
La patria es un trabajo del marxismo clásico de Guatemala. Es una obra que encarna la filosofía de la praxis como pocas obras lo hacen o lo han hecho en Guatemala. No es solo un libro de texto introductorio para gente que tiene curiosidad sobre los estudios latinoamericanos y las luchas por los derechos humanos. La naturaleza de este texto demanda que se traduzcan no solo sus palabras y su información, sino también su filosofía y su práctica de transformación. Hoy, sin embargo, la filosofía de la praxis se ha trivializado y la prueba más contundente es que la conciencia filosófica ha sido arrastrada por los requerimientos de una «objetividad» reducida a los estereotipos de la investigación supuestamente científica. El resultado es un texto higienizado, con mucha indignación por el colonialismo, pero sin la llama revolucionaria para la transformación del presente que lo animó desde un principio.
En conclusión
Ser un trabajo del marxismo clásico guatemalteco reviste muchas formas. Una de ella, particularmente difícil para una traducción, es el tratamiento del materialismo histórico y cómo explica las luchas sociales. Para comprender esto es preciso comprender el marxismo del trabajo. Y es esto lo que no fue traducido al inglés. No es cuestión de una traducción literal o una más digerible para el público inglés. El problema es como lo define Benjamín.
Si tradujéramos La otra patria al español, tendríamos que hacer un sinnúmero de correcciones, así como reagregar y quitar pasajes que faltan en inglés o que fueron agregados sin obvia necesidad. Y aún así resultaría ser otro libro, no el que escribió nuestro maestro.
La traducción es una traducción muy competente, muy buena, pero es la traducción de otra obra, no de la original. Se trata de una obra que fue tijereteada, macheteada con anterioridad o posterioridad a la traducción, pero que resultó en un texto diferente del original. Una lectura capítulo por capítulo, pasaje por pasaje y a veces palabra por palabra revela cuan extensa fue esa ejecución extraeditorial que se le impuso al texto del maestro Severo Martínez Peláez.
Texto de la conferencia dada de modo virtual el 29 de agosto de 2020, como parte del Coloquio en Conmemoración del 50 aniversario de publicación de La patria del criollo en agosto de 1970. Este evento fue hecho posible por el Instituto Guatemalteco de Economistas (IGE), facilitado virtual y técnicamente por el Movimiento Tzuk Kim-pop y moderado por Eduardo Velásquez Carrera. Gracias al Instituto Guatemalteco de Economistas representado por su presidente Mario Rodríguez por patrocinar el evento.
Imagen principal tomada de Kobo.
Marco Fonseca
Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony.