Ser como Odín
-José A. García | NARRATIVA–
Me senté en el viejo tocón del patio trasero de la casa de los abuelos… No, de los abuelos no, de la abuela. Es la costumbre y, aunque desde hace años que ella vive sola aquí, apenas comienzo a acostumbrarme a que él ya no se encuentra entre nosotros. Para mí aún se trata de la casa de ellos.
Este tocón supo ser un fresno.
– El árbol favorito de Odín –repetía el abuelo cuando nos encontrábamos cerca de él–, y el mío también, renacuajo. ¿Sabes por qué?
–No, abuelo… ¿Por qué? –preguntaba siendo el niño de mi recuerdo que ni siquiera sabía lo que era un renacuajo, quién era el señor Odín, ni por qué el abuelo tenía su árbol en el jardín de la casa.
–Porque un día seré como Odín –respondía sin dar más explicaciones.
Varias veces a lo largo de los veranos de mi infancia escuché la misma respuesta. El terreno de la casa era extenso y había otros árboles en él, pero al abuelo solo le interesaba ese árbol, el fresno, y ningún otro. Dudo, también, que de haberme explicado algo más le hubiera entendido.
–Algún día seré como Odín –repetía el abuelo.
Pero antes de que sucediera tuvo lugar mi adolescencia y, con ella, el desprecio, el horror hacia todo lo viejo, lo vetusto, lo familiar y presuntamente innecesario. Crecí, estudié, intenté hacer algo con el arte, pero el arte no estuvo de acuerdo; trabajé e hice muchas otras cosas antes de finalmente regresar a la casa de los abuelos en un momento que nada tenía en común con los días de la infancia. Me quedó claro entonces que, al crecer, nunca nada se parece a lo que fue en la infancia.
El abuelo acababa de morir, la abuela lloraba cuando creía que nadie atendía a lo que hacía, que nadie estaba allí para verla, pero nos dábamos cuenta. Nos mirábamos sin saber qué hacer, cómo reaccionar, qué decirle a esa mujer que, a partir de entonces, estaría sola por el resto de su vida, luego de haber atravesado la mayor parte de la misma junto a ese hombre.
Me escabullí de la incómoda situación hacia el exterior, hacia el jardín detrás de la casa, quería respirar algo más que lamentos y palabras carentes de sentido. Rodeé la casa mirando el descuidado césped que comenzaba a perder su color, su vitalidad; cuando por fin llegué del otro lado lo vi.
Habían talado el fresno.
Yacía en el suelo en señal de su reciente caída en desgracia. El hacha aún se encontraba clavaba en medio del tocón mientras las ramas de aplastaban contra la tierra. Me acerqué con un sentimiento imposible de descifrar, algo más que miedo, algo diferente, extraño, que hacía su presentación en ese momento tan particular de nuestras vidas, al menos de la mía.
Años después, cuando alguien me habló de los sacrificios realizados por el dios de los pueblos nórdicos, Odín, para obtener la sabiduría, el conocimiento, el poder y la gloria para sí mismo volví a sentir algo similar, aunque con mucha menos intensidad; una sensación de vacío en la boca del estómago que ya no me abandonó cada vez que regresaba a ese tema.
Comprendí, entonces momento y no al ver el fresno caído, qué hacía aquella soga amarrada de una de las ramas más altas y por qué parecía que hubiera sido cortada con premura y sin cuidado. No había sangre, solo desesperación en aquel gesto.
Sabes, abuelo, pienso, mientras me encuentro aquí, sentado luego de ver llorar una vez más a la abuela, que nunca serás como Odín; jamás podrías.
José A. García
(1983, Buenos Aires, Argentina), escritor, guionista de historietas, blogger, profesor de historia. Participa en diferentes publicaciones independientes de Argentina, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, México, Venezuela, con cuentos, artículos e historietas realizadas con diferentes dibujantes. Publicó el libro de cuentos Fábulas del cuaderno verde (2014) con Textosintrusos. Cree fervientemente que el conocimiento se demuestra haciendo y no acumulando diplomas, premios y menciones como si fueran condecoraciones o títulos de nobleza. Página web personal: http://www.proyectoazucar.com.ar.