Espera
-Claudia Almaraz | NARRATIVA–
Los labios dañados por la sed y hambrientos de humedad comenzaban disimuladamente a desprender gotas de sangre cuyas huellas al caer en la arena evidenciaban dolor y auguraban muerte; las pieles secas anunciaban el clamor (aunque inaudible, desesperado) por el rocío celeste que se había negado a mojar el vestido desnudo de su existencia; las frentes sentían deseos de sudar a causa de la potencia con que los rayos del Sol las penetraban, pero carecían del líquido vital para refrescarse. El hedor, que corría para adentrarse en las fosas nasales, descubría el tormento producido por la sequedad: animales postrados sobre el terreno agrietado cuya debilidad no les permitió aguardar, aunque fuera, por un poco más de tiempo; el verde de las plantas palidecía: sus hojas sufrían, se encogían (como aquel que desea esconderse para no ser encontrado por la calamidad) y eran arrastradas a un destino incierto cuando el viento las desprendía de sus ramas; el baile característico que engendra dunas provocaba que gránulos de arena se incrustaran en los ojos, sin embargo, estos no producían lágrimas: la sequía los había convertido en estériles. Los hijos abrían sus bocas para pedir, mediante señas, agua a sus padres y los padres ni siquiera podían darles consuelo porque sus gargantas estaban podridas y sus lenguas se adherían a sus paladares: los grilletes de la impotencia los encadenaban, la ausencia del fluido cristalino enterraba su ánimo en las profundidades del vientre terrestre a pesar de que en sus cuerpos había quedado la cicatriz tangible que exhibía cómo el aliento de la fe prolongó su espera. Las miradas cautelosas que vigilaban el cielo para buscar algún indicio de respuesta a sus súplicas envejecieron y las voces desalentadas por parir un gemido que solamente recibía la indiferencia de los dioses renunciaron a desperdiciar la escasa saliva que lubricaba sus bocas: la sentencia parecía inamovible: las compuertas celestiales jamás se abrirían y, por lo tanto, la lluvia no volvería a ser derramada sobre la aridez que había maldecido la tierra.
Esa noche, sin embargo, la oscuridad que imperaba en las alturas nocturnas fue plateada por la luz de los relámpagos: su proclamación era irrefutable: la esperanza cobijada por el corazón paciente finalmente tomaría la forma corpórea de minúsculas perlas transparentes cuyo postrer riego haría renacer a los hombres. La esencia de la bondad, caprichosa, que había osado ocultarse, retornó, quizá por escrúpulo o por ardid, para ofrecer a la naturaleza la calidez de su manto: la lluvia acarició a las plantas cuando sus gotas se deslizaron a lo largo de la figura femenina de los tallos; fueron saciados los cauces de los ríos que habían olvidado la manera en que corrían las aguas dentro de su regazo; el seno celeste amamantó con su irrigación la fertilidad de la tierra cuyo útero, negrura de su intimidad, había atestiguado cómo el silencio subterráneo se tragó el ruego agónico de sus frutos que querían nacer a la vida y que, sin embargo, perecieron asfixiados en la soledad del abismo. Los pies descalzos de los hombres, que se hundían en el barro, protagonizaron una danza de gratitud por el nacimiento de manantiales celestes cuyo riego derramaba virtud sobre la existencia. Los hombres unieron su canto de alegría al bramar de los truenos: la ilusión que era ceniza y recuerdo vacío en sus almas había resurgido.
El cántaro vertido en el cielo fue bálsamo que sanó la herida forjada por la desesperanza y fue ruina del fuego de la sequedad que produjo abatimiento: la precipitación de agua no cesó a pesar del encanecer del tiempo: parecía que la creación arrepentida les ofrecía un llanto perenne para reconfortarlos: los hombres y los hijos de los hombres hallaron alivio y plenitud en el agua que los mojaba, por lo que, ahora pedían con el ruego ferviente del menesteroso que la ofrenda húmeda de las nubes continuara bañando sus cuerpos.
— Cataratas del firmamento, por favor, sean leal compañera de nuestras generaciones, sombra de nuestros pasos y centinela de nuestros frutos —exclamaron los ancianos.
— Sí, ¡permanezca con nosotros el diáfano fluido de tus entrañas por el resto de las eras! —concluyó el pueblo.
Este texto fue seleccionado de entre los que participaron en la Convocatoria que la revista gAZeta abriera en febrero de 2020. La selección estuvo a cargo de Ana María Rodas, Andrea Cabarrús, Antonio Móbil, Carlos Gerardo, Diana Morales, Eynard Menéndez, Gustavo Bracamonte, Jaime Barrios, Leonardo Rossiello, Luis Eduardo Rivera, Manuel Rodas, Marco Valerio Reyes, Marcos Gutierrez, Marian Godínez, Monica Albizúrez, Roberto Cifuentes, Rómulo Mar, Ruth Vaides y Tania Hernández, a quienes agradecemos enormemente su apoyo y dedicación en este proyecto.
Claudia Almaraz
Nació en una de las zonas con mayor abolengo de la ciudad de México un viernes 06 de enero. Estudió durante algunos años la licenciatura en Composición en el Conservatorio Nacional de Música (CNM). Destacó en la ejecución del piano y se especializó en la interpretación del repertorio de la época del romanticismo. Estudia la licenciatura en Química en la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Algunos de sus trabajos poéticos y narrativos han sido publicados en revistas y antologías de países como Estados Unidos, Alemania, España, México, Colombia y Argentina. Ha sido finalista de varios concursos. Fue invitada, por la editorial española Verbum, para presentar su poesía en el V Festival Internacional de Poesía Madrid 2019.
Un cuento bien logrado. Narrativa con esmero y de buen gusto.
Me gusta el estilo de escritora elegante, formal y descriptivo de la escritora.
Me parece que esta voz narrativa es un descubrimiento. Además el nombre de Claudia Almaraz queda bien para alguien que se dedica a escribir.
Al leer el texto gracias a la impecable descripción me he imaginado los detalles de la sequía y la alegría por la lluvia. Me gusta como da tantos datos de las cosas que van pasando porque uno se imagina y al imaginar uno se olvida de realidades menos favorables.
Siempre me gusta descubrir plumas nuevas y frescas como ésta. Tendré presente el nombre de la escritora porque me ha hecho sentir mientras leía y eso es algo no muy común. Felicito y celebro el esmero de la escritora mexicana.
Lo único que no me gustó es que sea tan corto. ¿En dónde podría leer más de esta escritora?
Termino de leer con un suspiro por la dicha de la lluvia y de las palabras de esta narración que como gotas han dado de beber a mi ansia de leer. Felcito con el corazón a Claudia Almaraz.
Excelente
Exelente cuanto detalle en cada palabra mucho esmero y trabajo,quiero leer mas de todo su trabajo,en mexico hay muy buen talento asi como este claro ejemplo.Exito a esta gran escritora que orgullosamente es mexicana y que por lo visto va a las ligas mayores muy pronto con tanto talento.
Excelente narrativa perfecto en cada pequeño detalle una gran escritora que se que llegara muy lejos
Encuentro en el estilo de la escritora un sello particular e interesante. Intensidad, pasión y exactitud en las letras observo en su narración.