Nombres de escritoras guatemaltecas, obstáculos para escribir
Mónica Albizúrez | Arte/cultura / INTERLINEADOS
En 1895, la escritora peruana Clorinda Matto de Turner pronuncia en el Ateneo de Buenos Aires la conferencia titulada Las obreras del pensamiento en la América del Sur. El objetivo de esta conferencia era empezar a construir un archivo sobre las mujeres hispanoamericanas que, con muchas dificultades, hacían de las letras su profesión cuando el siglo XIX terminaba. En pocas palabras, Matto de Turner asume la labor urgente de historizar lo que, como bien precisa Beatriz Ferrús Antón, era un «fenómeno imparable»: la escritura de las mujeres, desde la novela, el ensayo, el teatro, la poesía y/o el artículo periodístico. En un momento de la conferencia, Matto de Turner advierte: «Los nombres que he mencionado bastarían para la gloria literaria de un pueblo; no obstante aún tengo otros que agregar…». Con ello, Matto de Turner figura una lista abierta, un orden provisorio, una labor en construcción. Los nombres posiblemente elegidos son solo unos, hay otros. Pero hay que empezar.
Recordaba esta conferencia de Matto de Turner a raíz de la publicación en las redes sociales de nombres de mujeres escritoras guatemaltecas como respuesta a una promoción de libros por parte de la editorial Magna Terra titulada «Gran Feria del Autor Nacional». El eslogan referido a la conmemoración de la independencia nacional indica: «En septiembre conoce a los autores nacionales». En la imagen aparecen veintitrés escritores varones y una escritora. Se me figuró que estaba ante una galería de escritores ilustres del siglo XIX, en donde usualmente faltaban las mujeres y una de las razones posibles por las que Clorinda Matto de Turner decide pronunciar aquella conferencia.
Indudablemente, un país no se construye sin el pensamiento de las mujeres, un mapa literario es incompleto sin ellas. Y por ello me parece importante la circulación de esas listas provisorias, ese nombrar en el momento a quienes se dedican a escribir literatura. Listas que se pueden completar y ampliar, pero nombres que sientan una tradición, una existencia.
Las dificultades para hacer de la literatura una forma de vida son inmensas para una mujer fuera y dentro de Guatemala. En este último caso, la existencia de un mercado cultural pequeño hace más cuesta arriba la publicación para hombres y mujeres.
Con la vista puesta en los veintitrés escritores nacionales que nos ofreció Magna Terra, pensé en la utilidad de recordar tres obstáculos que enfrentaron las mujeres para tener una presencia en el espacio público de finales del siglos XIX y principios del XX, pensando que algunos pueden hoy seguir operando o evidenciarse resabios.
Patronazgo masculino. Con esta categoría, Noel Valis nomina un conjunto de relaciones de subordinación, por las que una escritora debía legitimar su entrada en el campo literario por medio de un escritor, editor o intelectual varón poderoso. Se trata de un mentor que facilitaba la entrada de una mujer a las instituciones literarias, ya sea con una invitación a una conferencia, la publicación de un artículo, la presentación en público o la validación por un comentario en la prensa, por ejemplo. Lograr la bendición de ese mentor era crucial, como no tenerla podía determinar el fin de una carrera literaria naciente. El costo personal y profesional de las mujeres fue alto.
La falta de reconocimiento de una autoría femenina. El pseudónimo fue muchas veces una estrategia para publicar y lograr un reconocimiento, que difícilmente vendría con el nombre propio. Escudarse en un pseudónimo fue la fuga de la identidad, pero la entrada en el mercado literario. Lograr publicar, algo que todo autor, toda autora desean tuvo el coste de esconderse. Jaime Barrios Carrillo, en un reciente artículo de prensa, recordaba la disputa que enfrentó Elisa Fernández Hall respecto de la autoría de Semilla de mostaza, publicada en 1938. El periodista Federico Hernández León hacía una crónica al respecto «…algunos críticos dudaron de que Semilla de mostaza -por ser una obra de arte magistral- pudiese ser obra de una mujer que se daba a conocer con semejante monumento escritural en el mundo de las letras y que, además, no había cursado universidad alguna, sino que había estudiado en la intimidad de su hogar». La inseguridad, la tensión, el lapidiario autoexamen fueron experiencias que indudablemente presidieron la decisión de publicar o no en muchas mujeres.
La falta de autonomía financiera y tiempo. El magisterio fue una salida laboral usual para mujeres al principio del siglo XX y poder costear las propias vidas sin dependencia de la figura del marido. Algunas escritoras pudieron dedicarse a la literatura a tiempo parcial o a tiempo extra alrededor de otro trabajo, como el de maestra. Mientras muchos escritores tuvieron el privilegio de tener una mujer que les resolvía la vida doméstica, las escritoras partieron el tiempo entre tareas laborales, domésticas y su vida literaria. De ahí la publicación «tardía» como una constante en las mujeres. Es el caso, por ejemplo, de la escritora costarricense Luisa González, que trabajó en el manuscrito de su novela autobiográfica A ras del suelo en 1948, pero la publica en 1970.
Frente a estos obstáculos, Ana Peluffo señala incisivamente cómo tampoco debe idealizarse una sororidad entre mujeres escritoras. Examinando cartas, Peluffo concluye que en ocasiones fue mucho más fluida y productiva la relación laboral e intelectual entre mujeres en la distancia, que permitía mediar más hábilmente egos, diferencias ideológicas y competitividad.
Creo que discutir en tiempo presente los obstáculos para llegar a publicar y participar en el campo literario guatemalteco es valioso. No se trata de una queja estéril, ni como bien dijo Ana María Rodas, volver a señalar lo obvio. Sino se trata de intercambiar experiencias, pensar estrategias, evaluar iniciativas y recuperar también la memoria de quienes nos antecedieron en el camino de la literatura. Es el caso, por mencionar un nombre, de Luz Valle que cansada de estar encargada de la «Página del Hogar» del Imparcial en la década del veinte, fundó con muchos esfuerzos su propia revista, Nosotras, congregando allí los nombres de aquellas que, como en la promoción de Magna Terra, no estaban.
Fotografía principal tomada de Twitter.
Mónica Albizúrez
Es doctora en Literatura y abogada. Se dedica a la enseñanza del español y de las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo. Vive entre Hamburgo y Guatemala. El movimiento entre territorios, lenguas y disciplinas ha sido una coordenada de su vida.
Concuerdo contigo: visibilizar el trabajo y la obra de las mujeres escritoras es básico para cambiar el pensamiento que domina a la sociedad guatemalteca . Sabemos que muchas escritoras siguen dividiendo su tiempo entre las aulas, el trabajo doméstico y la lectura y escritura. Quizá, sí visibilizamos esta condición las cosas cambien o, por lo menos, se estimule una conciencia de la situación.
Un fenómeno que sucede en muchos ámbitos de nuestra sociedad: En la música, en el teatro… Por no hablar de actividades profesionales y laborales. En la base de todo esta la educación y los patrones de crianza… Buen artículo. Saludos.
Gracias, Pedro, por su comentario. Sí, tiene razón: estas exclusiones van más allá del campo literario y falta mucho por lograr una equidad de género. Muchas gracias por su lectura.
Como feminista, desde hace 30 años he trabajado por qué la voz, en este caso la escritura de las mujeres logre leerse en los medios de comunicación. Sin embargo creo que se generó toda una satanización de la editorial Magna Terra que es una empresa comercial, sin preguntarles si la/os que en el poster aparecían son los libros que tienen en existencia para vender… rápidamente en las redes sociales se les atacó como misóginos. Y claro que me gustaría que promovieran a las mujeres escritoras, pero hay otras aristas en el asunto. Editar libros en Guatemala no es rentable (yo fui librera y los de literatura eran los menos vendidos) y por ello muchas/os escritores tienen que pagar porque los publiquen o si tienen talento, recurrir a los concursos. Muchos escritores (si hombres) no viven de sus libros, ejercen otra profesión y luego se dedican a escribir por el gusto. Ya Virginia Wolf lo decía en 1929 (creo) que las mujeres debíamos salir de la casa, estudiar una profesión y así podríamos escribir sobre otras cosas y no solo novelas de amor.
Excelente artículo Mónica, falta mucho camino, pero vamos avanzando.