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Hasta pronto, Luis Cardoza y Aragón

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Hasta pronto, Luis Cardoza y Aragón

Marco Vinicio Mejía | Política y sociedad / TRAZOS Y RETAZOS

La «voz más alta de la literatura guatemalteca» falleció a las 2:10 de la madrugada del viernes 4 de septiembre de 1992. El cuerpo estuvo unas nueve horas en la funeraria y de allí fue trasladado al sitio donde fue incinerado. La cremación se realizó entre las 4:30 y las 6:45 horas de la tarde de ese viernes. Antes de cumplirse diecisiete horas después del deceso, debido a una insuficiencia cardíaca, el cuerpo de Luis Cardoza y Aragón se redujo a un montón de cenizas, luego depositadas en una pequeña caja de acero inoxidable.

Los restos de don Luis permanecieron durante el fin de semana en su casa del Callejón de las Flores, esquina con el Puente San Francisco, en Coyoacán, México. Los residuos serían dispersados en el mismo lugar en que fueron ofrendadas las de su esposa Lya, seis años antes. Hace 28 años, el lunes 7 de septiembre de 1992, con el fin de presidir las exequias viajó a México la comisión conformada por el rector de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Alfonso Fuentes Soria, el director general de extensión, Manuel González Ávila, la jefa de la división de publicidad, Hada Alvarado, y por quien escribe esta relación. Propuse ante el Consejo Superior Universitario el otorgamiento del doctorado honoris causa a Luis Cardoza y Aragón, reconocimiento que se realizó.

En la mañana del lunes, el rector asistió a las diligencias judiciales relacionadas con el proceso promovido por la Universidad contra los elementos de la llamada «Fuerza Hunapú», presuntos responsables de la muerte de un estudiante y de herir a varias personas durante los preparativos del desfile bufo. Como acusador particular, el doctor Fuentes estuvo el tiempo necesario en dichas gestiones, preocupado de viajar a México lo más pronto posible. Los representantes universitarios tuvimos el honor de despedir los restos de uno de los más grandes escritores guatemaltecos, tan importante y magnífico como Miguel Ángel Asturias y a quien Cardoza dedicó uno de sus últimos y más controversiales libros, la «casi novela».

Llegamos a Coyoacán, a las 8:30 horas de la mañana del 8 de septiembre. Mi primera impresión fue comprobar que la mayoría de los asistentes —había unos diez en ese momento—, eran guatemaltecos. Los más tenaces permanecieron durante los tres días en que estuvieron allí las cenizas, cubiertas con una pequeña bandera de Guatemala sobre la mesa de centro de la sala.

La viveza de los colores de la mandarina pintada por Luis García Guerrero contrastaba con el ambiente de luto. La pintura permaneció en el mismo lugar en que la vi, en las varias ocasiones que visité a don Luis, quien escribió sobre la obra: «Preñada de sueño, con más ternura que la luz mental que la revela en su pasión estricta y sin medida, su forma solar canta en su inmensa pequeñez desaforada que danzando la ascendra extática». Solo ese cuadro y el retrato del dueño de casa, realizado por Carlos Mérida y colocado sobre el conducto de la chimenea, estaban en el mismo sitio. No vi los Picasso ni los Toledo, pero tampoco me detuve en comprobar la certeza de mis percepciones.

Había varios jarrones grandes con arreglos de flores blancas y era inevitable sentir un gran vacío. Es indescriptible la sensación de devastación espiritual de esos momentos, acentuada por la presencia de los exiliados guatemaltecos, quienes abandonaron un país en el cual se niega sistemáticamente la inteligencia. Era un sentimiento de orfandad, provocado por la carencia de patria y no por la ausencia de don Luis.

A los diez minutos de estar en el recinto, el rector Fuentes Soria inició la ceremonia. En su discurso, comenzó por recordar las palabras que pronunció el 14 de febrero de ese año, al ofrecer el doctorado honoris causa a don Luis. Repitió las palabras de Cardoza, registradas en el cortometraje preparado para la ceremonia y en el que calificó al reconocimiento académico como el «más alto honor recibido en su vida». Esa valoración no solo dignificó a la Universidad sino que le reservó el privilegio de dirigir ese emotivo desprendimiento. El rector recordó los aportes de Cardoza a la cultura moderna, el fulminante carácter de su poesía, la incisividad de su crítica, su entereza ética y política, su profundo amor por Guatemala.

Otro exrector de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Saúl Osorio Paz, tomó la palabra para atender la solicitud formulada por los exiliados guatemaltecos. Con un trozo de papel en la mano, habló con evidente conmoción. Sus palabras fueron hermosas, sentidas, profundas, breves. La voz se le quebró y debió hacer una breve pausa. Fue muy reconfortante que dos personas, vinculadas por don Luis a una hermosa tradición, oficiaran en nombre de todos quienes se negaron a dejar de pensar y cuyas mayores resonancias se alcanzaron en el acento alto y rotundo de Cardoza. Me sentí complacido, como universitario, de que esa luz diáfana entrara por las puertas de la Universidad de San Carlos, convertida en la «reserva moral» del pueblo guatemalteco.

Al finalizar las honras fúnebres, José Luis, Elisa y Citlalili Balcárcel y Grischa Feldman invitaron al rector Fuentes Soria para dispersar las cenizas de Luis Cardoza y Aragón, «la voz más alta» de la literatura guatemalteca, en el llamado picacho Ajusco, ubicado en el kilómetro veintinueve y medio de la carretera vieja a Cuernavaca.


Las fotografías que acompañan este texto son inéditas, proporcionadas por Marco Vinicio Mejía. En la primera, la urna con las cenizas de Luis Cardoza y Aragón, cubierta con la bandera de Guatemala. En la segunda, de derecha a izquierda, Saúl Osorio Paz, Juan Alfonso Fuentes Soria y Marco Vinicio Mejía.

Marco Vinicio Mejía

Profesor universitario en doctorados y maestrías; amante de la filosofía, aspirante a jurista; sobreviviente del grupo literario La rial academia; lo mejor, padre de familia.

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