CARGANDO GAZETA

Escriba para busca

La contención

Hoy en gAZeta Narrativa

La contención

-Eliézar Romero | NARRATIVA

Julio César quedó de llegar a la una, cuando llamó, dijo que llevaría pizza y soda. Tardó más de lo que Ex pensó, eran casi las dos cuando este miró el reloj y escuchó el rugido de sus tripas. Dadas las últimas noticias en radio, Ex pensó que el retraso se debía a que los policías habían parado a Julio en uno de los retenes que había en la ciudad, temió que tardase más tiempo y que no llegara a casa antes del toque de queda que iniciaba a las cuatro.

Ex se había asomado a la ventana hace un rato y miró que Julita, su vecina, regó la acera un día atrás; lo supo al ver que las flores del pequeño cerco que ella tenía ya no lucían tristes, ni tampoco había caca de perro afuera. Sintió pena por Julita y se le erizó la piel al caer en cuenta que eso fue la última cosa que hizo en la vida. La recordó brevemente barriendo afuera de su casa, como lo hacía todas las mañanas, con sus vestidos floreados y de colores pasteles, su cabello canoso y brillante.

Cierto día, antes que Julita falleciera, Ex notó que las flores del cerco estaban casi marchitas, pensó, incluso, en comentarle a su vecina sobre el asunto cuando se la encontrara en la calle o de compras en la tienda o farmacia, pero a pesar que la vio en repetidas ocasiones, lo olvidó por completo. Con la muerte de tan entrañable mujer, Ex se convenció que todo se había tornado extraño; el aire, según él, tenía un olor peculiar, diferente al que acostumbraba tener. Julio le decía que era cosa suya, principalmente porque el aire no tiene olor, solo textura, pero Ex le neceaba en que él sentía su olor y era diferente desde que la contención había empezado; se le hacía difícil explicarlo y vivir con esa inquietud también.

Era verano por aquellos días y el calor insoportable. Ex mantenía las ventanas de su casa abiertas para ventilar un poco el interior, a pesar de que eso estaba prohibido durante la contención. Si Julio César no hubiese arruinado su ventilador, una noche que bebieron cerveza hasta eructar y hacerse caricias en la espalda el uno al otro, quizá no sería esto necesario, pero cierto día, después de pasar casi toda la tarde y parte de la noche bebiendo, escuchando rock y un poco de blues, les entró a ambos un cosquilleo por las manos, como una inquietud que se extendió por todo el cuerpo tras varios sorbos de cerveza fría.

De pronto, ambos se quedaron viendo directo a los ojos, y a pesar que no se dijeron nada, aceptaron la belleza física que se admiraban mutuamente en secreto. Se sintieron miserables después, tan miserables que Julio César fue el primero en echarse a llorar. Ex anticipó esto con las siguientes palabras:

– No llores, mi buen amigo. Venir acá y estar conmigo es lo mejor que has podido hacer últimamente. ¡Al carajo con todo! –y continuó diciendo con la cabeza de Julio en su regazo– Berta no te amó, la cabrona no quiso compromisos y a lo mejor no es momento para hacer ese viaje que tanto deseas. Ya encontrarás un trabajo en el que te sientas competente.

Pero Julio César sintió rabia al escuchar las palabras de Ex. Se levantó de inmediato de donde estaba, bebió cerveza, tiró el envase vacío hacia la pared más cercana y le gritó a Ex que lo dejase en paz.

– ¡No sigas recordándomelo! –gritó furioso y tapando con las manos sus orejas– ¡Entre más me lo recuerdas más rabia siento! ¡Imbécil!

Ex, sorprendido ante semejante reacción, se quedó callado y miró cómo Julio cayó por un momento al piso hecho un mar de nervios. Posteriormente, Ex se echó a llorar y la velada se tornó amarga como la cerveza que esperaba en una hielera contigua a sus pies.

Mientras Julio pegaba con sus manos hechas puños en las paredes por la furia que sentía al recordar algunas de sus frustraciones, Ex acomodó su cabeza sobre la mesa en la que estaban bebiendo para llorar más a gusto.

Esa noche, Julio César salió de la casa de Ex tirando con el pie lo que encontró a su paso, y en una de esas, se topó con el ventilador que su amigo encendía por las noches cuando se sentaba en el sillón para ver la televisión. Julio lo tiró con una fuerza inimaginable, y al ver que quedó semiparado, la furia que sintió en ese momento lo hizo regresar y tomarlo con las manos para tirarlo otra vez. Cuando Ex lo quiso usar después no giró más.

Este suceso ocurrió quince días antes de empezar la contención, y de hecho, la pizza y la soda que Julio César le dijo a Ex que llevaría, el día del fallecimiento de Julita, fue la manera que encontró Julio para remediar el daño a tan preciado aparato doméstico.

Ex miró el reloj de nuevo, eran ya las dos con veinte minutos. Escuchó de repente el ruido de un carro irrumpir el silencio que en la calle había, se asomó por tercera vez en el día a la ventana y vio a Julio César estacionarse frente a su casa. Traía consigo dos enormes cajas de pizza y una soda, una mascarilla que le cubría la boca y nariz, y guantes en sus manos. Ex corrió a abrir la puerta y a tomar lo que Julio traía, lo hizo esperar en la entrada mientras buscaba un poco de alcohol y donde poner la comida.

– ¿Puedes apurarte? –le gritó Julio a Ex con las piernas cruzadas por las ganas de orinar que llevaba.
– ¡Ya voy! –alcanzó a escuchar del interior de la casa.

Ex regresó donde él con un bote de alcohol y un par de sandalias de cuero, las cuales tiró al piso. Le ordenó a Julio César que se deshiciera de los guantes y mascarilla, que cambiara los zapatos por las sandalias, de lo contrario no le dejaría entrar; luego le pidió que le enseñara sus manos para rociarlas con alcohol.

– Lo conseguiste –dijo Julio al ver el bote de alcohol lleno hasta el borde.
– Sí, un poco más caro, pero sí –respondió Ex–. Pasa.

Ex fue a la cocina en busca de platos y vasos, mientras Julio se dirigió al patio trasero después de su ida al baño. Al llegar al patio se sentó en una pequeña banca que Ex mantenía bajo un techito que cubría del sol durante las tardes. Observó las plantas que crecían al frente y sintió el aire pasar por sus cabellos, el roce de este en sus mejillas y el olor a pizza proveniente de la cocina. Esta es la primera vez que siento que el aire tiene olor –pensó– y es a comida recién hecha. Sus pensamientos se esfumaron cuando Ex llegó y se sentó junto a él.

– ¿Por qué tardaste tanto? –le preguntó a Julio después del primer mordisco a una rebanada de pizza.
– Hay policías y militares por todas partes.
– Julita murió esta mañana, ¿lo sabías?
– No, pero lo supuse –respondió Julio César sin manifestar sorpresa– Tenía la edad para morir, ¿no?
– ¿Te imaginas estar 21 días en casa? Es una maldita locura.
– Y escuché en la radio que se extenderá 15 días más.
– Ya me habré suicidado para entonces –dijo Ex.
–¡Oh, vamos!, han pasado solo cuatro días, ¿qué tan malo puede ser? Yo me estoy tomando esto como las vacaciones que no he tenido en casi tres años.

Ex siguió comiendo con la cabeza cabizbaja, Julio César continuó hablando:

– Cuando venía de camino traté de pensar en algo que pudiéramos hacer para no aburrirnos tanto estos días, pero no se me ocurrió nada realmente, solo jugar 31 o la lotería. Ahorita que ya estoy acá contigo, y dada las circunstancias, al fin tengo algo en mente.

Ex miró a Julio César sin mostrarse muy interesado en lo que iba a decirle.

– Tengo una idea –prosiguió Julio un tanto emocionado, y al dar otro mordisco, preguntó– ¿No te gustaría saber lo que dejó la muerta en su casa?
– ¿La muerta? –preguntó Ex extrañado, y Julio César dirigió su mirada hacia el patio de la casa de Julita– ¡Estás demente! –exclamó Ex al entender todo.
– Vamos, solo piénsalo, necesitaremos dinero y más comida para los próximos días.
– ¿Y quieres entrar a robar algo que puedes comprar en el supermercado?
– Miras la televisión ¿verdad?, ¿has visto la cantidad de gente que está yendo al súper y la espera que se debe hacer para entrar? No hemos trabajado a tiempo completo estos días y por cómo veo las cosas no creo que sigamos yendo dentro de poco. El dinero que tenemos se acabará en algún momento, nuestros ahorros también. ¿O tienes dinero para sobrevivir?

Ex guardó silencio y luego respondió:

– No lo suficiente.
– ¿Lo ves? Lo han dicho en la radio y en la televisión.
– ¡Pero no lo haré! –repuso Ex de inmediato– Ella fue muy buena con nosotros, recuérdalo.
– ¡Haz la pena a un lado, viejo! Nadie se va a enterar, ni siquiera la muerta.
– ¿Y si viene la policía a hacer la sanitización y nos encuentra dentro, idiota? Crees que no tendremos problemas, ¿eh?
– Será rápido, no pasaremos mucho rato dentro. Lo haremos también por diversión. Será como de niños, cuando entrábamos a las casas de los vecinos a recuperar la pelota ¿lo recuerdas?

Al no terminar de convencer a Ex, Julio enfatizó:

– Será divertido. Imagínate que vayamos encontrando debajo de su cama sus ahorros, unos seiscientos dólares, los dividimos, trecientos para cada uno. Nadie supo, nadie tiene que saber, ¿qué dices?

Ex siguió creyendo que la idea de Julio era arriesgada. Pensó en cómo escaparían de ahí si la policía llegaba a hacer las inspecciones correspondientes al estar ellos dentro, ¿qué dirían?, ¿qué harían?, ¿se esconderían?, ¿dónde?, ¿cómo? Sin embargo, también era consciente del poco dinero que tenía en su poder y temía que lo dicho en los noticieros se volviera realidad.

Más tarde ese día, y tras una pequeña disputa por seguir los pensamientos repentinos de Julio César, ambos amigos irrumpieron en la casa de Julita. Ex recordó una ocasión en la que su vecina olvidó las llaves dentro de casa y acudió a él para que le ayudara a entrar, escaló por los balcones de las ventanas de la fachada principal y caminó cuidadosamente por el techo hasta saltar en el patio trasero, entró por la puerta de la cocina que Julita siempre mantenía abierta y fue a la puerta principal a abrirle.

Al principio, Julio y Ex pensaron en hacer lo mismo, pero temieron que una patrulla apareciera cuando ellos estuvieran haciendo la fechoría, o que algún vecino los viera y delatase; así que idearon por largo rato cómo entrar discretamente, hasta concluir que la forma más sencilla era, entrada la noche, que uno de ellos se montara encima del otro para saltar el muro que dividía ambos patios, entrar por la cocina y correr a abrir la puerta principal al otro sin hacer mucho escándalo.

Ex, por la complexión más o menos robusta de su cuerpo, prestó sus hombros para que Julio se montara en ellos y fuese él quien saltara el muro, pero debido a que a Julio se le hizo difícil, más de una vez, mantener su equilibrio, y a Ex sostener el peso que caía sobre él, pensaron por un momento en desertar del plan. No tenían escaleras ni nada que les ayudara a cumplir su objetivo, así que, por acuerdo mutuo, decidieron intentar una última vez bajo la condición que si no lo lograban desertaría por completo.

Pero Julio alcanzó a agarrarse de la parte alta del muro luego de tomar un poco más de impulso y finalmente saltó al otro lado. Entró, una vez en el patio, a la cocina y buscó la entrada principal donde le esperaba Ex con las piernas temblorosas.

Se sumergieron en la oscuridad de aquella casa, con la seguridad de que ninguno de sus vecinos los vio. Ambos pegaron tremendo brinco al ser sorprendidos por la mascota de Julita: un gato que empezó a maullar al verlos ahí, y a pesar de que a Julio le incomodó la presencia del felino de bigotes largos, Ex lo mimó durante un rato, mientras el otro empezó a registrar las primeras gavetas de los muebles más próximos, a luz de una pequeña lámpara que encontraron sobre una mesa redonda. Ex se sentía aún inseguro de invadir la casa de Julita, y al mirar a Julio César afanado en abrir y cerrar gavetas e ir de mueble en mueble, entró en el dilema (otra vez) de si era justo o no hacer lo planeado. Le hizo saber la inquietud a su amigo, a quien apenas le veía el rostro por la falta de suficiente luz. Julio César se detuvo por un momento al escuchar lo que Ex le había preguntado, lo miró, le sonrió, y finalmente respondió:

– Tenemos que sobrevivir, Ex. Ya te expliqué.
– Pensé que era por diversión –dijo su amigo al escuchar la respuesta.
– Vendrán días más difíciles –respondió Julio, midiendo el volumen de su voz para que nadie los escuchara hablar. Se percató, asimismo, que Ex seguía mimando al gato en sus brazos, entonces le dijo con molestia–: ¡deja de una vez por todas a ese asqueroso animal y ayúdame!

Ex percibió algo extraño en la mirada de Julio que lo incomodó mucho. Era una mirada fría, malévola, pero se negó a creer que su amigo se había convertido en un bandido sin raciocinio, quiso creer que el repentino brillo de sus ojos era efecto de la oscuridad en la que se encontraban, y que además, robar un poco de dinero y comida de la casa de un fallecido no era una acción que le hiciera mucho daño a alguien. Ex encontró, hasta cierto punto, una justificación aceptable a los hechos. El gato maulló cuando Ex lo soltó, como si hubiese querido permanecer más tiempo en sus brazos para más caricias, pero al ver la indiferencia de Ex, desapareció pronto en la oscuridad del pasillo que llevaba a la cocina de la casa.

Transcurrieron un par de horas, habían registrado ya todos los muebles de la sala de estar sin encontrar nada realmente interesante. Julio César se dirigió hacia la habitación en la que dormía Julita, iluminando sus pasos con una candela que había encontrado, le ordenó a Ex que dejara de pasearse por la sala, que parara de hacer el intento por ver las fotografías y diplomas colgados en las paredes y sugirió que fuera a la cocina a registrar qué clase de comida había, y así, tal vez, llevarse algo. Después de revisar el armario que Julita tenía lleno de vestidos y sábanas, Julio encontró sobre el tocador, en un cofrecito de madera barnizada, una cadena de oro que se llevó a la bolsa del pantalón. En el mismo cofrecito había un sobre blanco con unos cuántos dólares dentro. A pesar de que no era la cantidad que Julio esperó, también echó a la bolsa trasera de su pantalón los billetes, dejando el sobre vacío justo donde lo había encontrado.

– No puedo creer que no hayamos encontrado nada más que ciento veinticinco dólares –dijo Julio César al llegar a la cocina, donde se encontraba Ex registrando unos estantes.
– Te estás llevando el dinero del alquiler de su casa. Sinvergüenza.
– ¿Acaso no era pensionada la muerta?

Ex se encogió de hombros, pues desconocía el asunto.

– ¿Nos vamos ya? –preguntó con la esperanza que Julio accediera.
– ¿Por qué? –respondió Julio.
– Ya no quiero estar aquí.
– ¿Tienes miedo, Ex? – dijo Julio con una sonrisa en su rostro, como burlándose.
– ¡No estés de pendejo, hombre! Alguien puede cacharnos.

Escucharon ruidos afuera de la casa.

Se quedaron viendo el uno al otro, preguntándose si eso era posible. Guardaron silencio y corrieron a apagar la lámpara que habían encendido en la sala, así como las candelas con las que se pasearon por todo el lugar. Julio se asomó primero a la ventana, y escondido en medio de las largas cortinas, miró a un grupo de hombres bajarse de un pick up blanco. Fue hasta ese momento que empezó a sentir el latido de su corazón como nunca antes y le dio tembladera en las manos y piernas.

– Debemos irnos – advirtió de inmediato y buscó la puerta de la cocina.

Ex se asomó a la ventana y reconoció a uno de los hombres del grupo, era el único que vestía diferente al resto, con una camisa a cuadros de manga corta y pantalón oscuro.

– Es Neto – susurró.

Ex se quedó viendo cómo el resto de hombres sacaban del pick up unas mangueras y se echaban a la espalda unas especies de bombas de hechura cuadrada, a cuyo costado enroscaron rápidamente las mangueras y luego las llenaron con un líquido que desde lejos parecía agua con jabón. Ex entendió que era momento de sanitizar la casa de Julita, pues ya había pasado más de doce horas desde su muerte, y Neto, uno de sus hijos, acompañó a estas personas para que pudieran ingresar a la casa. Ex se alejó de la ventana y caminó por la oscuridad buscando la puerta de la cocina, sin tener a la vista a Julio César. Se preguntó dónde estaba y presintió que los hombres lo encontrarían a él a mitad del pasillo.

– ¡Ex! –escuchó a Julio decir–. ¡Ex! ¡apúrate!
Ex se dejó guiar por la voz.
– ¡Te dije que esto nos iba a pasar! –empezó a decir al retomar la caminata hacia la puerta de la cocina, sin tener aún a la vista a Julio–. ¿Estás consciente de lo que va a pasar ahora, imbécil? Te lo dije, ¡pero nunca escuchas! Y soy más idiota yo por seguirte siempre a todos lados.

Ex escuchó como se abrió la puerta de enfrente, la voz de Neto, los pasos de los hombres que le acompañaban y a uno de ellos dar indicaciones a los otros de cómo iniciar a hacer las cosas. Al llegar al patio trasero de la casa de Julita, Ex encontró a Julio agachado en una esquina, escondiéndose tras unas sábanas que estaban tendidas a lo ancho del patio.

– Ahí vienen, Julio– dijo Ex al ver la cara de su amigo. Estaba aterrado– ¿Piensas saltar otro muro, Julio? ¿Piensas seguir haciendo estas cosas, eh?
– ¡Cierra la boca! –respondió este–. No es momento para tus reproches. Ayúdame a salir de acá.
– Te ayudaré –aseguró Ex–. Pero, ¿quién me va a ayudar a mí a salir?, ¿quién me ayudará a saltar? –preguntó.

Julio César no supo qué responder y solo miró cómo el interior de la casa se iluminó por completo.


Eliézar Romero

Eliézar Romero (San Salvador, 1996). Se interesó por la literatura en la adolescencia. Por el momento le apuesta al cuento y la poesía. Sus primeros cuentos aparecieron a principios de 2019 en las secciones de cultura del Diario Co Latino, periódico salvadoreño. Sus publicaciones hasta la fecha son: El despertar, El jardín de Eva y El hormiguero, este último publicado en una revista cultural digital salvadoreña. Siente admiración por la novela 1984 de George Orwell y por Guy de Maupassant, entre otros escritores del naturalismo literario. Uno de sus propósitos al escribir es motivar a las personas a desarrollar un hábito de lectura.

Artículo siguiente

Deje un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

apoya a gAZeta