El sobrino de Rameau de Diderot
Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES
Diderot fue durante su vida siempre asediado por las autoridades monárquicas y la Iglesia católica debido a su infatigable, erudita y crítica labor intelectual como escritor y pensador. Primero fue encarcelado en 1749 por haber publicado su novela Carta a los ciegos, en la que sostiene que los órganos sensoriales que poseen todos los seres humanos son la fuente a partir de la que pueden formar juicios y conocimientos verdaderos sobre sí mismos y los entes del mundo. Propiedad o condición que los convierte en seres iguales o semejantes entre sí, así por algún motivo alguno de estos órganos se haya dañado o deteriorado. Y unos años después también fue apresado durante 4 meses debido a la denuncia que un prestigioso clérigo puso por la «grave falta» del ateísmo que sostenía y orientaba la labor que había emprendido en 1751, junto a D’Alambert, de escribir una gran Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios. Obra que contó con la colaboración de 140 escritores, científicos y pensadores prestantes y destacados de la época como Voltaire, Rousseau, Holbach y Turgot, y que terminó 20 años después en 1771, con 28 volúmenes y 72 000 artículos, de los cuales escribió 6000, y después de haber eludido la prohibición, escribiéndola en «secreto», que le impuso el régimen en 1759 de continuarla.
De ahí que para no provocar mayores medidas represivas en su contra por parte del régimen decidió no publicar algunas de sus novelas filosóficas más satíricas y críticas como El sobrino de Rameau, que escribió entre 1761 y 62. Una copia del manuscrito llegó a Rusia en 1770, cuando Diderot, apremiado por las dificultades económicas, vendió su gran biblioteca a la zarina Catalina II que lo admiraba y admiraba su labor intelectual. Años después de la muerte de Diderot, ocurrida en 1784, un ilustrado lector ruso envió una carta con el manuscrito al poeta y dramaturgo alemán Federico Schiller. Este, a su vez entusiasmado, se lo entregó a Goethe, quien decidió traducirlo al alemán y publicarlo en 1805. Y por su parte, Hegel quien fue uno de los primeros en leerlo recién publicado en alemán, citó textualmente una de sus frases en el capítulo sobre la Ilustración que hace parte de su clásico libro en La fenomenología del espíritu, que publicó dos años después. Hecho especialmente significativo si tenemos en cuenta que esta es una de las escasísimas citas textuales que hizo Hegel en este libro; y lo cita al analizar a la Ilustración que considera como una pura intelección y que aborda a sus enemigos que son los prejuicios, las supersticiones y la fe religiosa de tres maneras, entre las que se cuenta la de hacer «una expansión tranquila de sí misma», es decir, difundirse como una infección que poco a poco se va apoderando de todos los órganos de su cuerpo, es decir, del espíritu de los hombres, hasta que finalmente dice, citando a Diderot, «Una buena mañana, da un empujón al camarada y, ¡patapún!, el ídolo se viene a tierra», los prejuicios que lo conformaban se derrumban.
¿Por qué, entonces, estos tres grandes protagonistas de la literatura y la filosofía alemana se interesaron tanto por este libro? ¿Qué valores o cualidades literarias, cognoscitivas y reflexivas le encontraron?
Podemos mencionar dos cualidades fundamentales de esta novela de Diderot. La primera, que es una novela filosófica que Diderot escribió como casi todas las demás, en la forma de un diálogo abierto entre sus dos protagonistas, el filósofo y el sobrino de Rameau, que se ufana o pretende sin serlo un músico al igual que su tío. Un diálogo que se parece al juego de ajedrez que practican destacados y brillantes jugadores de la época como Philidor y Legal en el Café de la Regencia de París donde los dos lo sostienen. Cuando dos personas hablan entre sí sobre uno o varios temas, realizan una actividad semejante a la que ejecutan dos jugadores de ajedrez que usan su razón para pensar, analizar y calcular cada jugada que hacen con el propósito de ganar la partida, de vencer a su contendor. Pues son dos personas que al hablar usan necesariamente su razón para exponer, sostener y defender las opiniones, pensamientos o saberes que emiten sobre el tema abordado con el propósito de «ganar la partida», es decir, de demostrar a su interlocutor que tiene la razón, que la opinión que le expresa es verdadera o normativamente correcta.
Pero a diferencia de los jugadores de ajedrez en la «partida» del diálogo, ninguno de los dos la gana, el diálogo no se termina en favor de ninguno de los dos porque ninguna de las opiniones que exponen, por más sustentadas que sean con buenas razones, con argumentos racionales, son completamente verdaderas. Siempre es posible, en el curso del mismo diálogo o de otro semejante para uno de los interlocutores, encontrar y exponer objeciones válidas que limitan o niegan la pretendida verdad completa y absoluta de esas opiniones, como lo muestran sus dos protagonistas en esta novela.
Limitación que no significa que la aspiración que le brota a un ser humano de conocer la verdad completa de algo de la realidad o del mundo sea irracional o no tenga validez. Es, por lo contrario, una aspiración racional, que le nace de la propia razón, pero que, sin embargo, nunca logra alcanzar porque su vida es finita y los conocimientos posibles son ilimitados; así los logre aprender, serán siempre insuficientes. En otras palabras, es posible que un ser humano que se dedica a aprender todos los conocimientos existentes sobre algo de la realidad los pueda aprender o alcanzar en el tiempo de su vida; pero no serán todos los conocimientos posibles, porque después de su muerte vendrán otros que los ampliarán. Hecho que Diderot expresa por boca del sobrino de Rameau al decir a su interlocutor, el filósofo que «Lo cierto es que cuando no se sabe todo, no se sabe nada bien». Y como nunca lograremos saberlo todo, nunca podremos saberlo bien, es decir, completa y absolutamente.
Pero, además, este diálogo entre estos dos personajes representa o simboliza el diálogo entre la razón y la sensibilidad, o mejor, entre en lado racional y, el sensible que todos los seres humanos llevan consigo. El filósofo, sujeto racional por excelencia, desempeña el papel del lado racional, mientras el sobrino de Rameau, pretendido músico-artista, el sensible que parece ajeno y opuesto al racional, y que se manifiesta en los rasgos contradictorios, cambiantes y desordenados de su personalidad. Dice Diderot al comienzo de la novela describiéndolo: «Él es un compuesto de altivez y abyección, de buen sentido e insensatez; indudable es que en su cabeza nadan las ideas más embrolladas, particularmente las del honor y deshonor, pues presenta sus buenas cualidades sin ostentación y las malas con pudor. (…) Nada más desemejante a él que él mismo».
Y como estos lados distintos y opuestos siempre están vivos y presentes en todos los seres humanos, hacen parte insuprimible de la naturaleza de su ser, el diálogo que se da entre ellos es inacabable y «eterno», es un diálogo que siempre se renueva una y otra vez a lo largo de sus existencias, y que, además, nunca deja de estar cargado de posturas, opiniones e ideas diferentes y opuestas con las que estos dos lados constitutivos de los hombres se expresan y tratan de hacer valer su presencia.
Por eso, si los hombres aprenden a dejar libremente que hablen o dialoguen entre sí su lado racional y sensible, en el que ninguno de los dos pretenda imponer como absolutamente verdaderas las razones que tiene para afirmar y validar su existencia o las opiniones e ideas que los representan, podrán aprender a superar o resolver los diferencias y contradicciones que naturalmente se presentan entre ellos. Un diálogo de esta naturaleza nunca se cierra porque cada lado siempre tiene algo diferente que decir al otro, y viceversa; y que, por lo tanto, cada ser humano no tiene más remedio que escuchar lo que estos dos lados se dicen so pena de desintegrarse; hecho que a su vez pondría en peligro su propia existencia. Por eso, solo en la medida de que cada ser humano tenga la capacidad de poner en diálogo estas dos partes constitutivas de su ser podrá vivir como verdadero ser humano.
Esta idea fundamental contenida en la novela de Diderot seguramente fue la que más valoró y entusiasmó a Schiller cuando la leyó. Pues en cierto modo anticipó, y, al mismo tiempo, corroboró su propia concepción sobre la formación de los seres humanos como seres racionales que debe sustentarse en el juego libre entre su lado racional y su lado sensible, tal como lo expuso en su libro Cartas para la educación estética del hombre, que publicó en 1795. Y gracias a él y, a Goethe que tradujo el manuscrito del francés, los lectores alemanes pudieron, entonces, conocer pronto un aspecto central del pensamiento de este multifacético, erudito y original protagonista de la Ilustración.
Imagen principal, retrato de Diderot por Louis-Michel van Loo, tomada de Wikimedia Commons.
Camilo García Giraldo
Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 9 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
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