El BID en tiempos de COVID
Tomás Rosada | Política y sociedad / MIS CINCO LEN
La región atraviesa por un momento crítico. Las proyecciones de empleo, crecimiento, y otros indicadores de desarrollo humano asociados a salud, educación, pobreza y desigualdad dan cuenta de un inminente retroceso en nuestra calidad de vida. Los gobiernos, cuando lo hacen, responden de forma lenta y tradicional. Los hogares y la gran mayoría de empresas tienen un margen de maniobra financiera muy limitado y totalmente insuficiente para las dimensiones del frenazo. La conducción política ha sido dispar, por decir lo menos. Mientras que algunos países se la han tomado muy en serio, otros prefieren hacer las del avestruz. En resumen, la pandemia ha puesto al descubierto todos nuestros puntos flacos, mientras nos debatimos entre la supervivencia económica o la biológica. La verdad es que al día de hoy no hay solución a la vista, solo incertidumbre y unas cuantas hipótesis de lo que puede suceder en el corto plazo.
América Latina necesita más que nunca reforzar sus puentes, sus vasos comunicantes. Si por las buenas fuimos incapaces de construir bienes públicos, ahora, por las malas, estamos siendo forzados a encontrar una estrategia para enfrentar un mal público que nos rebasa. En tales condiciones es muy importante apuntalar espacios institucionales que nos permitan la construcción de una visión compartida sobre el futuro de la región.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) es justamente uno de esos espacios. Es una de las pocas y contadas cajas de resonancia con que disponemos los latinoamericanos. Institución imperfecta como lo son todas, pero indiscutiblemente con una enorme vocación y potencial para continuar apoyando la construcción e implementación de políticas públicas en la región.
Pero el BID pasa en este momento por punto de inflexión. Tiene a la vista la elección de un nuevo presidente. Eso, en condiciones normales, es siempre un momento importante de recambio y evaluación de lo actuado. Pero lo es más todavía en el contexto geopolítico ocasionado por el COVID-19.
Es una institución que históricamente siempre ha tenido un presidente latinoamericano, como el Banco Mundial ha tenido un presidente norteamericano y el Fondo Monetario Internacional un director gerente europeo. Parte de los equilibrios globales y regionales que se ha buscado guardar en el concierto de instituciones multilaterales.
Sin embargo, esta vez, algunos países miembros liderados por el mayor accionista del banco han expresado su deseo por cambiar esa tradición, cosa que ha ocasionado una reacción y resistencia en buena parte de la región. Muchas voces se han alzado al respecto y han logrado ir poco a poco creando un consenso suficiente sobre lo imprudente de tal iniciativa. Son muchos los que piensan –me incluyo– que este no es el momento de aventurarse en una modificación tan trascendental en la gobernanza de la institución. Sobre todo, porque no hay razón aparente que justifique esta desviación. Más bien, este es momento de construir una candidatura de consenso. Una candidatura que convoque a la mayor cantidad posible de países miembros para abrir un debate urgente y necesario sobre el papel que debe cumplir el principal banco regional con que contamos los latinos.
Los ministros de finanzas públicas son los gobernadores ante dicha institución y, por mandato, son ellos quienes tendrán la última palabra. Por ahora tienen ante sí la posibilidad de posponer la elección por unos meses, tiempo valioso para seguir trabajando en la construcción de consensos y poder darle al Banco la oportunidad de entrar en una nueva etapa con objetivos y estrategias renovadas. Una etapa que, ojalá, esté marcada por un liderazgo que provenga de la región y que esté legitimado por toda la membresía.
Para los países centroamericanos, lo que pase al BID es algo que debe importarles y mucho. Los bancos multilaterales han sido una fuente de recursos financieros, de consulta y apoyo técnico en la búsqueda de soluciones a los muchos desafíos de desarrollo que tenemos. No es menor lo que está en juego.
Tomás Rosada
Guatemalteco, lector, escuchacuentos, economista y errante empedernido. Creyente en el poder de la acción colectiva; en los bienes, las instituciones y los servidores públicos. Le apuesta siempre al diálogo social para la transformación de estructuras. Tercamente convencido de que la desigualdad extrema es un lastre histórico que hay que cambiar en Guatemala. Por eso, y sin querer, se metió al callejón del desarrollo, de donde nunca más volvió a salir. Algún día volverá a levantar el campamento y regresará a Guatemala para instalarse en el centro —allí cerquita de donde dejó el ombligo—, para tomar café, escribir, escuchar y revivir historias de ese país que se le metió en la piel por boca y ojos de padres y abuelos.
Correo: [email protected]