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Odiseas y espacios

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Odiseas y espacios

José da Cruz | Política y sociedad / INCONFIDENCIAS

La atención periodística sobre la pandemia continúa con buena salud, pero ha variado el objetivo. Una epidemia de bolas de cristal atacó a los opinadores y el futuro incierto, si es que alguna vez ha sido otra cosa, es la canción de moda. Aquí va mi aporte.

Hace décadas que los servicios públicos están pasando a manos privadas, incluso los ejércitos. La tendencia a privatizar funciones es una transferencia del poder de decisión desde una instancia electiva, democrática, política, a un grupo jerárquico de presuntos expertos técnicos, parte de la esfera privada, con reputación de virginidad ideológica. Las presiones para establecer un gobierno mundial de expertos que nadie elige pero muchos elogian, apuntan en ese rumbo. ¿Quién escogió, por ejemplo, al IPCC, el panel internacional de expertos sobre cambio climático?

Hablar de economía, hoy, es hablar de préstamos y deudas impagables. Los gobiernos tienen menor espacio soberano acogotados por el peso histórico de eventuales sanciones si no pagan las deudas, desnutridos por décadas de austeridades y cinturones apretados, por lo menos entre las mayorías. El tope de los privilegiados cuenta con amnistía fiscal a cambio de promesas de inversión.

Esa debilidad de los gobiernos es impulsada por intereses mundiales, acrecienta el desprestigio de los políticos y abrillanta el aura de inocencia y sabiduría de los expertos. Va en vías de alcanzar el consenso según el cual una dictadura de expertos totales, militares incluidos, debería sustituir a los gobiernos débiles, corruptos y timoratos. La sensación de votar pero no elegir, pues las alternativas se parecen demasiado al deseo de ese ser mítico, el Mercado, pavimenta el camino al mesianismo autoritario de autoconsagrados Salvadores de la Patria.

La gestión de la pandemia acrecentará la imagen de debilidad de los gobiernos, así haya sido la mejor gestión posible en las circunstancias vigentes. Más de 600 000 muertos autorizan a cortar cabezas, mientras los más poderosos se acomodan a la situación, y profundizan y aceleran sus proyectos. Embanderados en la pandemia, desmontan las escuelas como referencia socializadora, tal vez la única instancia de socialización para la niñez más desvalida, con la educación a distancia, y a la mayor destrucción posible de las organizaciones de trabajadores dinamitadas por el teletrabajo. Cuanto más aislamiento solitario, mejor. Los expertos conducirán a la masa de individuos, cada uno en su caparazón.

Un hecho notable ha sucedido en la mayor economía del planeta, la estadounidense, donde el Estado ha privatizado la administración de los fondos extraordinarios para asistencia de la población y los sectores económicos en crisis. Son sumas gigantescas, de emergencia, fuera del presupuesto. Las suministra la Reserva Federal y las distribuye una empresa privada, la mayor del mundo, la financiera Blackrock. Es una señal muy fuerte, y como viene de parte del hegemón, encontrará oídos receptivos. Los necesitados ya no tramitarán los posibles subsidios ante la burocracia estatal y como ciudadanos, sino en el mostrador de una financiera en calidad de clientes. Es un agorero relámpago del futuro.

La dinámica económica lleva a las empresas, como organismos vivos, a nacer y morir en busca de ganancias. En la crisis solo sobrevivirán los más fuertes. Por lo tanto, el mercado de trabajo achicará la oferta ante el embate del decrecimiento y una posible expansión acelerada de la robotización. No olvidemos, sin embargo, que las pequeñas empresas locales, después de todo, emplean a la mayor cantidad de gente. Este sector no puede recostarse en la esperanza de obtener apoyo de parte de un Estado enflaquecido por décadas de dietas para bajar de peso y además endeudado hasta el límite de la extremaunción.

La salida neoliberal favorita ante el desempleo es el emprendedurismo. Los empresarios mayores subcontratan, el Estado también, y ambos se lavan las manos de sus responsabilidades sociales, como si no fueran parte de esa sociedad, como si hubieran nacido por generación espontánea. Ahí está el mito de la transnacional surgida de la cabeza de un joven emprendedor en un garaje californiano. Si tu empresita se va al diablo, está claro que es culpa tuya, pues no has hecho bien las cosas.

En el postCOVIDismo no habrá dinero ni empleo, pero habrá que seguir viviendo. Entre los desocupados, muchos conseguirán un nuevo trabajo, pero muchos otros no lo lograrán. Tendrán que recurrir a la caridad pública o privada, caerán en la marginación o apostarán al autoempleo. Si el pensamiento dominante realmente creyera que la solución es ser empresario, debería actuar en consecuencia y apostar en serio y masivamente por esta alternativa.

Toda actividad humana necesita espacio físico, locales estables o eventuales, como vender caramelos en la calle, es decir, utilizar espacios públicos para fines privados. El tan aplaudido teletrabajo presupone un lugar en la casa y una infraestructura de equipos y servicios que muchísimos neodesempleados no podrán ni soñar en costearse.

No sé si es una buena noticia, pero van a sobrar locales vacíos en todos los contextos. Muchos serán ocupados por nuevos negocios; otros muchos, no. Solo como ejemplo, se calcula que la mitad de la capacidad hotelera mundial ha sido clausurada. No digo que esté vacante, sino clausurada. A los millones de desempleados, sumemos los millones de metros cuadrados sin utilización. Si fuera como se repite en los cursos y conferencias para emprendedores, de la crisis surge la oportunidad, aquello de los ideogramas chinos o las bendiciones a través de Calvino o los pentecostales.

Podría haber una salida en la reutilización a costos mínimos del espacio construido que quedará sin funciones. Debería ser administrado con injerencia de la sociedad, atendiendo a las necesidades. El derecho de propiedad no puede ser absoluto, y menos en una emergencia. Esto no es comunismo, sino la administración de un bien común, como es la ciudad.

¿Cuánto espacio necesita una persona para un emprendimiento? Por lo menos conozco un estudio sobre el asunto, el del geógrafo inglés Cowan de 1967. Nunca lo encontré digitalizado, es un recuerdo de los tiempos de estudiante. La pregunta de Cowan era simple: ¿cuánto espacio requiere una actividad?

No halló ni respuestas ni metodología para investigarlo. La solución fue tomar lápiz, papel y sentido común. Hizo una lista de todo tipo de actividades, desde remendar zapatos a tocar en una sinfónica, una larga lista. A cada actividad adjudicó una estimación de superficie y analizó los resultados. Conclusión: un individuo no necesita más de 15 metros cuadrados, algo así como un dormitorio mediano en un apartamento mediano, para la gran mayoría de sus ocupaciones. Iniciar un negocio necesita poco espacio por individuo, pero sí mucho apoyo.

¿No habrá llegado el momento de flexibilizar y facilitar al máximo una nueva reutilización de los espacios vacíos? Habría que crear nuevas leyes y disposiciones urbanas pero mucho peor es entregar más pedazos de soberanía al FMI o a Blackrock y a los banqueros del uno por ciento. ¿No sería auspicioso cambiar de escala, recordar que lo pequeño es bello, acomodarse a una digna austeridad?

El viejo camino solamente nos conducirá al lugar de siempre. Es necesario soñar con otros caminos, así sean modestos sueños de 15 metros cuadrados. Que florezcan mil flores.


José da Cruz

Geógrafo especializado en desastres, además de escritor y periodista.

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