Al entendido, por señas
Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
El hombre sabe mucho más de lo que entiende.
Alfred Adler
Siempre he pensado que una de las características del bajo desarrollo de un pueblo, de una sociedad o de un Estado, o bien la poca madurez de un proyecto o sistema, es la poca planificación que lleva a cabo. Esta ausencia, tanto conceptual como de recursos, del diseño como etapa fundamental de una acción inteligente puede suceder por varias causas, siendo una de ellas la total incapacidad para diseñar o planificar algo porque no se tienen las competencias necesarias para visualizar lo que viene, lo que hay que hacer. Así, como particular, no se tiene claridad de la secuencia, el orden y la priorización de las diferentes acciones que serán requeridas, y por lo tanto se recurrirá a planes emergentes y antojadizos, que por bien intencionados que sean, sufrirán ineludiblemente de miopía, porque no suelen alcanzar, con su corta visión, los aspectos no inmediatos de una problemática. Luego, tarde o temprano, aparecerán los aspectos no considerados que resultan fundamentales, las piedras angulares que fueron omitidas en estos planes de poco alcance y nula profundidad, cayendo en una sucesión de acciones de «apaga fuegos» del momento, los cuales nunca terminarán con el incendio. Y así, el subdesarrollo se transforma en un círculo vicioso, que bien podría sintetizarse como la incapacidad estructural para tomar el control de la situación.
Estos planes de emergencia, provenientes de una cultura de «no diseño», caerán, por regla general, en el error o, en el mejor de los casos, nunca serán los óptimos, que serían las planificaciones inteligentes que todos los involucrados se merecen, y más aún cuando los recursos, incluyendo el tiempo, son muy escasos. Por eso es posible identificar la planificación como una de las notables virtudes de la inteligencia, esa cualidad, muchas veces inefable, pero siempre intuida, que colocó al ser humano por encima de los otros habitantes de este planeta, algunos de los cuales, siendo quizá más fuertes y poderosos, terminaron sucumbiendo ante un plan estratégico que fueron incapaces de solventar. Sin embargo, pareciera que este éxito del humano cazador ha quedado muy atrás, ante los embates de las circunstancias más complejas de un entorno que el mismo ser humano convirtió en antinatura. Implicado está que, para no ir a la deriva, para no dejarse arrastrar por el río de las circunstancias, será imprescindible acudir a los que saben de los asuntos en cuestión.
De modo que es radicalmente condenable cuando esta falta de planificación la sostiene un Gobierno que mal gobierna el Estado, el mismo que la ciudadanía le ha encomendado, pues esencialmente los resultados nefastos podrían ser magnificados catastróficamente, cayendo en irreparables pérdidas. Lo irreparable aquí son los errores al inicio de una crisis, como esta de la pandemia del COVID-19, precisamente porque dejarán marcas y generarán complicaciones que vienen a agravar las problemáticas. Por ello, quienes asumen la conducción de un barco, y más si este ya trae problemas de navegación, cargan una inmensa responsabilidad. Más aún, ante un pueblo que necesita directrices claras y acertadas, no es factible ni siquiera imaginar a un capitán del barco que no se haga acompañar de los equipos idóneos para que la nave, ya en problemas, no termine naufragando.
Cuando los crasos errores en estos iniciales «planes emergentes» han dejado su huella, el retorno a las condiciones iniciales es virtualmente imposible. Esto significa que las cosas están mal e irán para peor, y las presiones por una urgente solución se irán acrecentado. Por tal razón, es que en las crisis, de diversa naturaleza, saltan a relucir las incompetencias en esta tan anhelada disciplina de la planificación, justamente porque las urgencias no permiten tomarse el tiempo para desarrollar las competencias requeridas, pasando a un algoritmo de tanteos, de prueba y error, lo que traerá consecuencias lamentables y fatales, como en este caso de la pandemia, y en diversas áreas, por los efectos multiplicadores de la interconexión entre los sistemas y el transcurrir del tiempo.
¿Qué procede en este caso con un sistema caído, cuando los errores son ya inocultables? Y es que el teatro ese de que «vamos muy bien y somos ejemplo para el mundo» es ya insostenible, como bien lo demuestran los indicadores de antipatía que el presidente Giammattei se ha granjeado en los últimos días. La verdad, desde hace meses debió haber reorientado sus estrategias de confrontación de este colapso institucional, por demás anunciado. Mucho se hubiera ganado si él hubiera reconocido las fallas en el abordaje inicial, todo lo contrario de lo observado. En el presidente se observan ya distintas manifestaciones de la enfermedad de hybris, quien, además, en apenas seis meses de gobierno, está viendo cuesta arriba la carga que insistió durante más dos décadas asumir. Con evidentes signos de la enfermedad del poder, víctima de Ate e infestado de Hybris, la situación empieza a extenderse rápidamente y la metástasis no tardará en hacerse presente.
Al respecto del gobernante detrás de la máscara, destaca el comunicado que el presidente de la Comisión de Pueblos Indígenas del Congreso de la República, Mariano Soch, emitió a propósito de la reunión de Giammattei con las autoridades indígenas en San Juan Comalapa, señalándolo de actitudes evidentemente racistas:
Mi condena pública por el comportamiento desafortunado de quien representa la unidad nacional en San Juan Comalapa, en donde de la manera más simple y sin inmutarse, el presidente de la República reflejó la actitud racista, de superioridad y de no tolerar cosmovisiones y realidades distintas a las que su mediocre equipo de asesores y funcionarios le han establecido.
También, respecto a lo sucedido, el diputado Soch reprochó la pretensión del mandatario de invisibilizar sus verdaderas actitudes, vistiendo ropas que no le corresponden:
Querer desarrollar un simbolismo arropado de prendas o imágenes sin entender la historia y las demandas de los pueblos indígenas de Guatemala es replicar y profundizar esa visión clasista y racista que se ha vivido desde la colonia en donde son los ladinos quienes tienen la verdad. Y a los 200 años del movimiento de Atanasio Tzul y del bicentenario del acto formal de independencia del país se hace condenable e inaceptable que se considere un acto de discriminación con una naturalidad cotidiana.
La pertinente lectura de los signos que las acciones expresan es parte de la madurez que las personas o los pueblos van adquiriendo con el paso del tiempo, y en este caso, es un hecho que muchos aspectos que permanecían en el claroscuro de la duda razonable se han ido despejando, por lo que es momento de tomar el remo de la pequeña lancha a la que tenemos acceso, para ir al rescate de lo que esté a nuestro alcance, porque el capitán del barco está predicando solo, ya sin el apoyo y la legitimidad que en su mejor momento le colocó en la silla del máximo exponente de la ejecución en nuestro país. Será de comprender y participar, porque no nos está quedando de otra.
Imágenes principales tomadas de diversos medios, editadas por Vinicio Barrientos Carles.
Vinicio Barrientos Carles
Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
Correo: viniciobarrientosc@gmail.com
Qué cierto es esto. Ya Weber lo había dejado claro más de 100 años atrás: las estructuras, la institucionalización y la planificación, engendran autoridad sustentable a través del tiempo y esto viene de la mano de la legitimidad. Sin eso, tendremos lo que hay hoy: desórden, desconfianza y la gente buscando –consciente e inconscientemente– guía y liderazgos por otros lados.
Excelente tu comentario Trudy, y la cita que haces de M. Weber, muy pertinente y apropiada. El tiro es que mucho del desorden e inestabilidad que vivimos hoy pudo haberse evitado si los que están a cargo hubieran asumido responsablemente sus roles, pues cuando no se cuenta con las competencias del caso, hay que ver cómo se suplementan con otros actores que sí las posean. Pero la soberbia ha venido a adicionarse a la incompetencia, sepultando toda posibilidad de control de la crisis. Vamos a la deriva, sin capitán ni timonel. Saludos y gracias por comentar.