De monstruos y otras percepciones
Aly Monfer | gAZeta joven / NECRONOMICÓN
The monsters were never under my bed.
Because the monsters were inside my head.
I fear no monsters, for no monsters I see.
Because all this time, the monster has been me.
Monsters, Nikita Gill
El monstruo vive conmigo.
A donde quiera que voy, él –eso– me acompaña. Por más que trate, no puedo escaparme de su presencia. Siento sus ojos clavados en mí cuando le doy la espalda, y sus manos sobre mi cuerpo cuando duermo. Es omnipresente como dios cristiano, y todopoderoso como el Zeus de los griegos. No me deja en paz, y no parece que esté dispuesto a hacerlo algún día.
Le gusta verme sufrir. Disfruta cuando, por las noches, no logro conciliar el sueño. Se atribuye dicha responsabilidad cual ganador de medalla olímpica. Y, cuando finalmente sale el sol, distingo el regocijo en su cara al medirme la circunferencia de las ojeras que, ahora, adornan el contorno de mis óculos. Negras como manchas de tinta para tatuar, su profundidad se volvió una marca personal.
Lo odio, y él me odia a mí. Por más que sea lo único que tenemos en común. No recuerdo cuándo, ni cómo llegó. Un día todo estaba bien, y al otro decidió instalar residencia permanente encima de mí. Como vagabundo que encuentra una buena esquina, él se contenta con su espacio y yo aborrezco la reducción del mío. ¿Quién se cree que es, viviendo en mi cabeza sin pagar la renta?
Pienso en él constantemente, se ha vuelto una especie de autoflagelación involuntaria. Quienes me rodean me preguntan repetidamente qué me sucede, por qué me ven más decaído. Han notado cuánto he cambiado, en qué medida he llegado a transformarme para protegerme de lo que me acecha. Y es que ¿cómo les digo que vivo con el monstruo? ¿Cómo les explico el miedo que me causa siquiera pensar que, en tan solo unas horas, estaré durmiendo con él de nuevo?
Lo veo y no lo creo. Lo observo, tan inmutable, inadvertido e indomable. Esa cosa de dedos largos, labios carnosos, ojos diabólicos, dientes afilados y lengua venenosa. Solo de describirlo siento escalofríos, como si alguien me soplase una leve brisa fría en la nuca. Su presencia se hace más fuerte por las noches, cuando estoy solo y no puedo gritar por ayuda. Pero él sí que grita, él sí que se permite disturbarme con sus estridentes sonidos y potentes cuerdas vocales.
¿Qué le he hecho? ¿Por qué yo? No creo que nadie merezca vivir con un demonio parecido en sus vidas, no importando siquiera la magnitud de su crueldad. No se lo deseo ni a mi peor enemigo, aun si se lo mereciese. Me siento cansado todo el tiempo, como si su mera presencia me chupara la energía cual vampiro hambriento.
No, no lo compararía con un vampiro. Esto es mucho peor. Él es mucho peor. Trato por cualquier medio de no despertarlo cuando duerme, porque su ferocidad no conoce límite alguno. Sé que, si no juego bien mis cartas, o me muevo levemente de mi puesto, lo pagaré caro. Cuando sucede, me da de insultos, sandeces y gritos. Me trata como una bestia salvaje, como un cualquiera insensible. Me destruye para después reconstruirme. Y lo hace por diversión.
Me provoca las peores pesadillas y los ataques de pánico más intensos. Sueño con sus ojos penetrando hasta lo más profundo de mi ser, en donde yacen mi psique y subconsciente. Siento cómo su influencia corre con mi sangre y me rodea en su más magnánima totalidad. Y no me suelta. No me quiere dejar ir. No me quiere dejar tranquilo. No me quiere. Y punto.
Traté de explicarle, traté de hacerle entender. Le hablé tranquilamente, y también le grité. Le quise aclarar que no soy una amenaza para él, que no hay forma alguna en que yo alguna vez pueda tocarlo, ni mucho menos lastimarlo. Pero él no me creyó. Él siguió gritando, defendiéndose de una amenaza no menos invisible que los ángeles que cree rondan a su alrededor. Aquellos que lo pueden salvar, algo que no pude hacer yo.
En sus peores días, me describe de forma abominable y detalla cada uno de mis defectos. Me compara con las serpientes cascabel. Dice que pareciera que tengo escamas verde oscuro y ojos saltones, rojos y amenazantes. Me insulta por mi altura, pero no es mi culpa que él sea tan pequeño. Me trata de fenómeno cuando apunta a mis largos dedos y anchos pies. Repite que mis dientes son afilados y puntiagudos, y que cuando sonrío soy amenazante y no divertido.
No entiende que yo también tengo problemas, que yo también sufro de complejos. Parece no encontrar en nada la humanidad, aunque se afana de inocencia e ingenuidad. No hay nada que yo pueda hacer o decir para cambiarle de parecer, y a veces creo que es mejor así. Ya me he rendido, tirándole la toalla al mejor postor que aguante lo que yo no. No hay mal que dure cien años, ¿no?
Esta noche, por tercera vez consecutiva, no he logrado pegar ojo. No dejo de pensar en él. No dejo de culparme por haberlo dejado instalarse aquí en primer lugar. Era mi espacio y él me lo robó, descaradamente y sin pensarlo dos veces. Lo odio, lo odio, lo odio. No dejo de moverme, y muy en el fondo sé que no me conviene porque podría despertarlo, y empezarían sus gritos nuevamente. Pero siento tanta rabia, tanta cólera e indignación. ¿Quién se cree que es?
Y de repente, escuché su respiración acelerarse. Escuché los resortes encima de mí crujir y el movimiento acelerado de su torso al sentarse. No faltaba mucho para que él empezara a gritar y
– ¡MAMÁ! ¡EL HORRIBLE MONSTRUO ESTÁ DEBAJO DE MI CAMA DE NUEVO!
El monstruo vive conmigo.
Aly Monfer
Licenciada en Relaciones Internacionales con especialización en Comercio Exterior. Amante de la logística naval, el café, los libros de historia, Stephen King y H. P. Lovecraft. Cinco minutos temprano para todo.
Correo: [email protected]
Es increíble como puedo meterme en el personaje, he disfrutado y disfruto de cómo escribes! Increíble!
Me sentí muy identificado. Excelente texto.
Realidad de día a día de muchas personas. ¡100% identificado!
¡Increíble! Excelente
Me encantó la base y la forma de como las palabras viajan y crean esta historia.
Me gusta mucho la buena descripción.
Sabes, pensé en que no importa la edad… siempre hay «monstruos» que a mi edad ya los llamo miedos perseguidores, viles y consistentes … pero hay que devorarlos y aplastarlos de por vida!!
Simplemente me encantó!