Las maquilas en Latinoamérica
Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
Entre los años 60 y 70 del siglo pasado, comienza el proceso de traslado de parte de la industria de ensamblaje desde Estados Unidos hacia América Latina. Para los 90, con el gran impulso a la liberalización del comercio internacional y la globalización de la economía en plena era neoliberal, el fenómeno ya se había expandido por todo el mundo, siendo el capital invertido estadounidense, así como europeo y japonés. En Latinoamérica esas industrias son comúnmente conocidas como «maquilas». Se asocian a precariedad laboral, falta de libertad sindical y de negociación, salarios de hambre, largas y agotadoras jornadas de trabajo y primacía de la contratación de mujeres. Esto último, por cuanto la cultura machista dominante permite explotar más aún a las mismas, a quienes se paga menos por igual trabajo que a los varones, y a quienes se manipula y atemoriza con mayor facilidad (un embarazo, por ejemplo, puede ser motivo de despido). Ello, sin contar con los abusos sexuales a los que se pueden ver sometidas por parte de la patronal masculina.
Estas industrias maquileras en verdad no representan ningún beneficio para los países que las reciben. Pero sí los trae para los capitales que las impulsan, pues se favorecen de las ventajas ofrecidas por los lugares donde llegan (mano de obra barata no sindicalizada, exención de impuestos, falta de controles medioambientales). En estos países, nada queda. Ahí es tan grande la pobreza general acumulada históricamente que la llegada de estas iniciativas más que verse como un atentado a la soberanía, una agresión a derechos mínimos, se vive como un logro. Por un lado, para la gran masa trabajadora, siempre falta de salidas laborales (en muchos de los países receptores, la cantidad de subempleados o abiertamente desocupados supera a la cantidad de asalariados formales); en otros términos: se las aprecia, dado que constituyen una fuente de trabajo. Por otro lado, para los gobiernos, porque estas maquilas representan válvulas de escape a las ollas de presión que resultan sociedades empobrecidas y con alta conflictividad.
La relocalización (eufemismo por «ubicación en lugares más convenientes para los capitales») de la actividad productiva transnacional es un fenómeno mundial y se ha efectuado desde Estados Unidos hacia México, Centroamérica y Asia, y también desde Taiwán, Japón y Corea del Sur hacia el sudeste asiático y Latinoamérica, y en menor medida hacia África.
Las empresas maquiladoras inician, terminan o contribuyen de alguna forma en la elaboración de un producto destinado a la exportación, ubicándose en las llamadas «zonas francas», enclaves que quedan por fuera de controles gubernamentales del país receptor. En general no producen la totalidad de la mercadería final; son un punto de la cadena aportando mano de obra en condiciones de superexplotación. Siempre dependen del exterior, tanto en la provisión de insumos básicos, tecnologías y patentes, así como del mercado que habrá de absorber su producto terminado. Son la expresión más genuina de la globalización neoliberal que se ha venido imponiendo estas últimas décadas (¡que no es cierto que esté en retirada!): con materias primas de un país (por ejemplo: petróleo del Golfo Pérsico), tecnologías de otro (Estados Unidos), mano de obra barata de otro más (la maquila en, por ejemplo, Indonesia, en condiciones de una virtual semiesclavitud), se elaboran mercaderías destinadas a algún mercado europeo. Es decir: las distancias desaparecen homogenizándose el mundo. Pero las ganancias producidas por la venta de esos productos no se globalizan, pues quedan en la casa matriz de la empresa multinacional que las vende por todo el mundo.
En Latinoamérica, dada la pobreza estructural y la desindustrialización histórica, más aún con el auge neoliberal que ha barrido esta región estas cuatro últimas décadas, los gobiernos y muchos sectores de la sociedad civil claman a gritos por su instalación con el supuesto de que así llega inversión, se genera ocupación y la economía nacional crece. Lamentablemente, ello jamás sucederá. Observación marginal: ¡cómo se ha retrocedido en la lucha popular! Años atrás se quemaban banderas estadounidenses como expresión política de repudio a su ignominioso papel imperial; hoy, se piden sus inversiones. Sin dudas, el capital ha hecho perder muchísimo espacio a la clase trabajadora internacional.
Las empresas transnacionales buscan rebajar al máximo los costos de producción trasladando algunas actividades de los países industrializados a los países periféricos con bajos salarios, sobre todo en aquellas ramas en las que se requiere un uso intensivo de mano de obra (textil, montaje de productos eléctricos y electrónicos, juguetes, muebles). Si esas condiciones de acogida cambian, inmediatamente las empresas levantan vuelo sin que nada las ate al sitio donde circunstancialmente estaban desarrollando operaciones. Qué vaya a quedar tras su partida, no les importa. En definitiva: su llegada no se inscribe -ni remotamente- en un proyecto de industrialización, de modernización productiva, más allá de un engañoso discurso que las pueda presentar como tal.
Tangencialmente podría indicarse la política radicalmente diversa que ha llevado China con este traslado de las plantas fabriles capitalistas a su tierra: allá el Estado comunista controla muy férreamente el proceso, y si bien hay explotación laboral (salarios bajísimos), es obligada la transferencia tecnológica hacia el gigante oriental y el pago de impuestos. Eso es lo que posibilitó el despegue fenomenal de la economía china: acumulación de capitales y adquisición de tecnologías. ¿Podrá aprenderse de ella?
Fotografía principal tomada de Diario de Centroamérica.
Marcelo Colussi
Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
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