Mare magnum
Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR
Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo
de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges
Los dos reyes y los dos laberintos
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey en las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraron a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo por la confusión y las maravillosas operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) le hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron ninguna queja pero le dijo al rey de Babilonia que él, en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó a sus capitanes y a sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días y le dijo «Oh, rey del tiempo, sustancia y cifra del siglo, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso». Luego le desató las ligaduras y lo abandonó a la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria esté con aquel que no muere.
Jorge Luis Borges
El mito del Minotauro
Uno de los más bellos pasajes de la mitología griega cuenta como el rey Minos de Creta había impuesto a sus súbditos un doloroso tributo anual; doce adolescentes de ambos sexos que devoraría el Minotauro, un monstruo mitad toro y mitad hombre que estaba encerrado en los intrincados pasadizos del laberinto del palacio de Cnosos. Ariadna, la hija del rey, seducida por Teseo, le prestó el ovillo de hilo que había recibido de Dédalo, el inventor y diseñador del laberinto. El héroe ateniense lo sujetó en un extremo de la puerta y fue devanando el ovillo mientras atravesaba la maraña de pasillos que lo conducirían hasta el Minotauro, al que debía matar. Cuando por fin lo encontró, acabó con su vida de un golpe seco. Teseo cumplió su promesa de desposar a Ariadna, pero no tardó en abandonarla en la isla de Naxos, donde la consoló Dioniso.
«¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El Minotauro apenas se defendió».
El prolífico escritor argentino Jorge Luis Borges se inspiró en el palacio donde moraba el Minotauro para escribir su cuento La casa de Asterión. El mito del laberinto representa, para Borges, por una parte el universo y, por otra, la imposibilidad humana de comprender algo que han creado los dioses. «Un laberinto es la casa labrada para confundir a los hombres. Su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin».
También, otro fecundo escritor, el argentino Julio Cortázar, abordó el mito del laberinto en Los reyes, donde los protagonistas despojan al Minotauro de su condición de monstruo devorador de vírgenes y mancebos.
El concepto de laberinto
«La mente es tu propio hogar y puede por sí misma, hacer un paraíso del infierno y un infierno del paraíso».
Para principiar, se podría identificar con un intrincado lugar de fácil acceso y del que es muy difícil salir. En un sentido figurado se relaciona con algo que provoca confusión mental, donde se presentan varios caminos, alternativas y pistas, pero sin mostrar claramente una solución o salida. En ese sentido, los laberintos son símbolos que representan los caminos de la vida y demuestran la representación de la mente humana. No existe solo una dirección para caminar, abundan las dificultades y las malas decisiones que nos llevan por caminos equivocados de los que no sabemos, en determinado momento, cómo salir. Quizá porque en ocasiones vemos las barreras como un fin.
Pero, en sí, surgen muchas preguntas ¿cuál es su significado oculto? ¿Son símbolos mágicos? ¿Son recorridos misteriosos? ¿Representan mapas del más allá? ¿Cuál es la realidad subyacente que llevó al hombre a crear estas encrucijadas? Un reconocido especialista en el tema, Paolo Santarcangeli, afirma que «es el elemento con el que el hombre trata de matar al monstruo que anida dentro de él». Por su parte, el escritor Umberto Eco (El nombre de la rosa) distingue tres tipos de laberintos. El univiario: con un único camino en espiral. El manireista: un árbol con infinitas ramificaciones. El rizuma: una red en la que cada punto está conectado.
Para Borges, «el hombre crea su propio laberinto pero corre el peligro de extraviarse en el mismo. La vida es un conjunto de laberintos, que es un símbolo del hombre extraviado en su propio orgullo por ser único y especial, una vanidad muy humana, a decir verdad. Vive en el límite de la locura y está totalmente incomunicado -solo con su ego-. Pero tiene una esperanza… espera a un “redentor” que lo salvará; no obstante, ese redentor, será su verdugo».
La gran mayoría de los habitantes de este «valle de lágrimas» ya hemos vivido situaciones tipo «callejón sin salida» donde sentimos que los relojes se paran y la vida se estanca. Pero después de algún tiempo, acabamos, de alguna forma, encontrando la salida; sea por intervención divina o sea por el tiempo que pasa y tranquiliza nuestro panorama. La sensación que tenemos después de salir de situaciones infartantes como estas, es indescriptible y es tal el alivio que nos deja profundas lecciones para la vida.
«El que solo busca la salida no entiende el laberinto y, aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido».
La conexión mexicana del laberinto
Por su parte, el escritor Octavio Paz, en su libro El laberinto de la soledad, le da otra variante, otra connotación al tema. Tanto él como Juan Rulfo lo orientan básicamente a la tradición muy mexicana de rendirle culto a la muerte. Octavio Paz lo define así «Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor que es hambre de vida es anhelo de muerte». Paz decía que los mexicanos se referían a sí mismos como «hijos de la chingada» o «hijos de la muerte».
La muerte, de hecho, es el tema central de todos los cuentos de Juan Rulfo; en Luvina nos narra la historia de un pueblo triste, árido y melancólico que «hasta parece una corona de muerto». Cuando le preguntan a sus habitantes por qué no se van a otro lugar, ellos responden que no pueden, porque ¿quién se llevará a sus muertos?… no los pueden dejar solos.
Para Juan Rulfo, en su novela Pedro Páramo, el personaje central es, en realidad, el pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes están muertos y aún, quien narra: está muerto. Entonces no hay límite entre el espacio y el tiempo. Los muertos no tienen y no se mueven en el tiempo ni en el espacio. De esa cuenta, así como aparecen, se desvanecen. Y dentro de ese confuso mundo, se supone que los únicos que regresan a la tierra (es una creencia muy popular) son las ánimas, las ánimas de aquellos muertos que murieron en pecado. Y como era un pueblo en el que casi todos morían en pecado, pues regresaban en su mayor parte. Habitaban únicamente unas pocas personas el pueblo, pero eran ánimas, no seres vivos.
El Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 1994, el escritor mexicano Carlos Fuentes dijo: «Qué cabrona es la muerte que no mata a los que se lleva sino a los que se quedan».
Como la vida es una continua repetición de hechos y realidades, existen muchos vasos comunicantes entre las historias urbanas. De Octavio Paz y Juan Rulfo con la película Coco no hay más que un paso.
La película Coco describe un viaje iniciático, un relato en el cual el héroe inicia un recorrido que lo lleva a una transformación tras superar una serie de pruebas. Se centra en el entorno de la tradición mexicana del Día de los Muertos cuyos valores comunitarios efectivos y culturales más arraigados entran en conflicto con los sueños de Miguel. Ahí se confrontan dos valores: la familia y la vocación.
La mamá Coco representa el perdón, la esperanza y el compromiso de familia, sumergida en años de resentimiento e intolerancia. Recrea los aspectos más profundos del ser humano comunes en todas las culturas, pero, sobre todo… el miedo a morir, el miedo que la gente tiene a ser olvidada, que es otra forma de morir.
La película Coco, es otra brillante apología sobre este intemporal tema.
Porque la muerte es vida, enciende luces en otro lugar.
Solo se muere cuando se olvida, y yo nunca te olvido.
Coco
Imagen principal tomada de Aprender a pensar.
Luis Felipe Arce
Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.
Correo: [email protected]
maravillosas reflexiones sobre el misterio de la vida querido Luis. Tenemos el hilo puesto, la luz que alumbra el camino? o estamos perdidos deambulando en una vida quimérico sin sentido? Felicitaciones
Comparto tus puntos de vista estimado Adolfo.
Efectivamente, ¡estamos viviendo una vida quimérica sin sentido! y las principales causas provienen de las frías, grises y gigantescas sociedades de consumo que nos obligan a sobrevivir, pero nos olvidamos del verdadero fin por el que fuimos creados que se resume en una sola palabra «vivir»