Xiu, de Épsilon Cuatro
-Guillermo Horacio Pegoraro | NARRATIVA–
Polvo, rocas y piedras son desplazadas con ímpetu hacia los costados. La tierra queda calcinada y el manto arenoso vitrificado. Cuando la caótica cortina de vapores y cenizas se ha disipado, retorna el claro paisaje desértico, con un inesperado visitante en el suelo. La nave espacial ha efectuado un perfecto y sincronizado aterrizaje.
La escotilla se abre y desciende su único ocupante. Sereno y pausado camina hacia el solitario inmueble en medio de la nada. La gasolinera le atrae. Se detiene en los surtidores. No son seres cibernéticos, solo máquinas para algún tipo de uso. Avanza hacia la cantina, donde encuentra a parroquianos compartiendo la tertulia. Lo observan con extrañeza, a pesar de que por el lugar han pasado motoqueros, bandidos, hippies, insanos y rarezas humanas rayando lo bizarro.
En el centro de la sala permanece inmóvil como estatua. Aspecto humanoide, dos metros de altura, cabeza calva, ojos grandes y oscuros, nariz pequeña, cuerpo delgado y ceñido en traje espacial gris. No se distinguirse sexo; más bien, parece andrógino.
Varios pasos y en un taburete de la barra se sienta. El cantinero no se inmuta. ¿Qué se va a servir gringo?, le dice. El recién llegado inclina rostro hacia un costado en señal de ignorancia. Luego lleva dos dedos a la garganta del barman y aspira digitalmente la clave idiomática, para luego transferirla, del mismo modo, en propias cuerdas vocales. Señalando a un borracho, que saborea un tequila como si caviar se tratara: lo que toma el señor, responde.
El primer sorbo lacera, pero los efectos se aprecian. Bebe sin parar, hasta vaciar la botella. Pide otra. Alguien se le acerca y le pregunta procedencia. Con el dedo índice señala el gran espejo a espaldas del mesero. El mismo se transforma en improvisada pantalla de plasma, en donde aparecen complicados mapas galácticos, y con un desganado «por ahí», deja asentado que no es de la Tierra y que tampoco está de humor para profundizar el tema.
Todos se despiertan de la modorra y observan por la ventana. El vehículo en que viaja no es camión ni nada que se le parezca. Dos salen corriendo, tres se sacan una selfie con el recién llegado, y otros cuatro dudan si vale la pena soltar el vaso.
En cuestión de minutos las redes sociales retransmiten las fotos sacadas en el sucio bar. La de la nave espacial, se hace viral. La del extraterrestre, recibe ocho millones de likes.
La primera impresión de la gran aldea global es la de fraude publicitario; pero cuando dos satélites militares americanos y uno chino, que se creían medir el clima, confirman la presencia del visitante espacial, las alertas mundiales pasan de amarillo a naranja.
Inmediatamente, sin diplomacia, el país del norte envió a sus especialistas. Cercaron la gasolinera y la declararon en cuarentena. El recién llegado y ocho lugareños quedaron encerrados.
La confusión reina en el planeta. Los aeropuertos se clausuran, la red ferroviaria se cierra, los puertos no admiten partidas y las carreteras son fuertemente controladas. Los presidentes, todos millonarios, de todos los países, algunos ricos, otros pobres, se encierran en sus búnkeres privados. El Air Force One, circunda por algún ignoto espacio.
Los diarios digitales del mundo titulan «No estamos solos». Y en el variopinto de idiomas, se opina, se es euforia, se teme, se duda, se trenzan conjeturas. Las bolsas de valores del mundo caen en picada, los alimentos imperecederos aumentan de precio y comienza a notarse el desabastecimiento.
Todos esperan, pero no hay voz oficial que aclare o que llame a la cordura. La tensión mundial aumenta. No hay peor situación que la falta de información; la mente queda libre para jugar con la fantasía de un apocalíptico final.
Luego de miles de años sosteniendo el divino pacto narcisista, la curia mundial doblega su discurso para no perder adeptos, y en todo caso… incluir al extraño para sobrevivir.
Desde la Plaza de San Pedro el pontífice sostiene que el Mesías era extraterrestre. Recuerda su origen divino, su virgen madre, sus poderes sobrehumanos, la clarividencia sobre el destino, la resurrección y su desaparición en la tumba. Sostiene y recuerda sus claves palabras en vida «Mi reino no es de este mundo».
Lanzada la estrategia, los otros cultos se acomodan. El judaísmo dice lo suyo. Hacen circular párrafos del Pentateuco, donde advierten que las visitas espaciales ya estaban registradas. Génesis capítulo 5 verso 6: «Sucedió que cuando los hombres se multiplicaron sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas, al ver los hijos de Dios que las mujeres eran hermosas, bajaron del cielo y las tomaron por esposas». Por lo bajo, los rabinos planifican circuncidar al visitante, para ponerlo de su lado. Inmediatamente el islam alzó su voz. Sostuvo que el Corán era claro al respecto «Allah el Glorificado, dijo: “Y yo he creado a los genios y a los hombres para que me adoren”», por lo que el visitante era un «genio», más inteligente y avanzado científicamente que los hombres. Solo restaba marcarle el camino espiritual hacia la Meca.
Pero décadas de publicidad negativa hacia los encuentros del tercer tipo, con Hollywood y sus estrellas haciendo mella, la humanidad comenzó a especular. El inconsciente colectivo sostuvo que la solitaria nave era una exploradora de la avanzada… que acabaría con la raza humana.
El fin de los tiempos se propagaba boca en boca, el día del juicio final se anunciaba de ciudad en ciudad. Time Square apagó sus carteles. París dejó de brillar. En Buenos Aires nadie más bailó un tango. Los esposos confesaron sus adulterios, y sus mujeres… también. Las cárceles fueron abiertas y las escuelas cerradas.
Los militares debatieron qué hacer. Sus mentes cerradas y obtusas solo eran usinas de paranoia. Entre matar al emisario y robarse sus avanzados secretos, a prepararse para una invasión intergaláctica… debieron optar. De igual forma, movilizaron sus ejércitos hacia las fronteras y alistaron el arsenal nuclear. La paz fría terminó. Ningún país vio con buenos ojos los preparativos militares del otro. De naranja a roja pasó el color de la alerta.
Los aviones despegaron, los submarinos fijaron su blanco, los misiles se armaron y los tanques comenzaron a rodar. La tensión creció y creció hasta que el armagedón se tornó inevitable.
En un apartado y sucio bar de gasolinera, Xiu, de Épsilon Cuatro sigue bebiendo tequila. Es la cuarta botella que desaparece en su garganta, y la quinta espera tranquila. Desde que llegó, nadie se interesó por sus motivos. A él le parece un lugar ideal para ahogar penas. Desde que Thiara Seis lo abandonara por otro par de brazos, él sabe que alejarse y curar en solitario sus heridas es la mejor salida… y qué mejor que este tranquilo y pacífico planeta, con pocas personas, amigables y serenas.
Este texto fue seleccionado de entre los que participaron en la Convocatoria que la revista gAZeta abriera en febrero de 2020. La selección estuvo a cargo de Ana María Rodas, Andrea Cabarrús, Antonio Móbil, Carlos Gerardo, Diana Morales, Eynard Menéndez, Gustavo Bracamonte, Jaime Barrios, Leonardo Rossiello, Luis Eduardo Rivera, Manuel Rodas, Marco Valerio Reyes, Marcos Gutierrez, Marian Godínez, Monica Albizúrez, Roberto Cifuentes, Rómulo Mar, Ruth Vaides y Tania Hernández, a quienes agradecemos enormemente su apoyo y dedicación en este proyecto.
Guillermo Horacio Pegoraro
(Córdoba – Argentina, 1966). Licenciado en Comunicación Social. Licenciado en Psicología. Autor de libros con relatos psicológicos como: Delirios de un psicólogo, Zapatitos de cristal, Cápsula del tiempo, Talón de Aquiles, Te perdono Desventuras de alcoba y La leyenda de Crhist. Ha recibido diversas menciones y premios por su trabajo en certámenes literarios del ámbito internacional (Argentina, Chile, Uruguay, Venezuela, Colombia, México, España y Estados Unidos). Actualmente se desempeña como psicólogo independiente con la especialidad en violencia familiar.