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Bajo los cerezos vamos a parar todos

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Bajo los cerezos vamos a parar todos

Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO

Cuando era patoja, me entró por leer a los rusos. Y ya desde entonces, cuando me daba por leer sobre una temática, me sumergía en una especie de fiebre furiosa, una compulsión por leer, devorar, todo lo que caía en mis manos sobre la misma. Así, habré pasado unos 3 años leyendo literatura rusa como maniática y, bueno, primero se me acabó la pasión, que terminar todo lo que había que leer de los rusos. (Algo que me quedó: la literatura rusa va bien con los Nocturnos de Chopin).

Entre mis favoritos estaban –además de la lacrimógena Ana Karenina, que habré leído media docena de veces– los cuentos y obras teatrales de Chéjov. Aunque estos son, básicamente, tragedias, yo tenía la vaga sensación de que había algo ligero, como una sutil sonrisa, una ironía fina, en la manera en que Chéjov narraba las historias. Quizás es por la manera de iluminar como sus personajes pasan la vida en una especie de levedad, sin caer en cuenta de que su vida es inauténtica y pequeña, y que, a pesar de sus buenas intenciones, todos sus esfuerzos son en vano. Estas historias reflejan sentimientos universales, como cuando un personaje dice melancólicamente «no comprendo qué camino he de seguir, qué quiero en realidad…».

O sea, es la vida, así de simple: nuestras vidas son insubstanciales y pequeñas, excepto que no lo son para cada uno de nosotros, desde nuestra subjetividad. Cuando no sabemos qué es lo que queremos en realidad (así es la mayoría de las veces), para nosotros puede ser tragedia, aunque no lo será para nadie más. Así, si Chéjov narrara nuestras vidas, nosotros sentiríamos que somos el héroe (o la heroína) de nuestra propia épica, pero en su cuento, somos solamente una hoja seca a merced del viento.

Por otro lado, Chéjov no supo ver la tormenta que se avecinaba: la Revolución rusa. Pero sus lectores hoy sí sabemos que la Revolución rusa arrasó en su correntada a toda la gente que sus personajes representan, esa burguesía que se siente importante, que cree que sus tradiciones valen la pena preservar y que no ven que son gente inútil y redundante. Para mí, eso acrecienta la sensación de comedia oscura, aunque ligera, de sus obras. Sus historias nos adentran en un mundo de vidas sin sentido, pero a la vez muy realistas. Ellos no saben –y nosotros sí– que todo eso pronto terminará.

El asunto es que, un siglo después, no somos diferentes. La clase media de hoy, los trabajadores de la «nueva economía» y «nueva normalidad», por bien (o mal) que ganen y por mucho que se aferren a sus trabajos, viven en riesgo y precariedad. Y como Chéjov y sus personajes, la mayoría no ven la tormenta venir. Sin embargo, mientras la Revolución rusa obedecía, como casi toda revolución, a un desborde de ira causado por siglos de injusticia y opresión, el tsunami que hoy nos acecha es otro tipo de bestia. Este no es una revolución por justicia social y traerá –o más bien acelerará– la degradación de comunidades y hábitats, la destrucción de derechos laborales y civiles, y una mayor (e injusta) concentración de recursos en las manos de unos pocos.

Históricamente, además, las revoluciones van tras las cabezas de la burguesía –más que nada, de las capas medias y media-altas–, pues la aristocracia (o el 1 %) usualmente empacó y se fue a los primeros visos de la tormenta, dejando atrás a toda esa clase media que no puede alzar vuelo tan fácil ni se imaginó, jamás, lo que se le venía encima. Como los personajes de Chéjov, estos grupos, aunque privilegiados, no están tan cercanos al poder como creían y les importan bien poco a los dueños de los medios de producción. Nada nuevo bajo el sol, hoy las mismas dinámicas frente a nuestras narices.

En nuestro caso, hoy, sin embargo, los que han estado socavando a la clase media y terminarán dejando en hilachas a la misma burguesía, es la versión radicalmente descarnada y canibalesca del capitalismo que nos acecha. De estos, a algunos grupos les irá bien –los financistas, los tecnócratas (¿y qué producen estos? Por algo tanto Marx como Keynes los consideraban parásitos). Pero la mayoría de los profesionales, que le apostaron a un título universitario, a la promesa del mérito y trabajo duro, no se librarán de la catástrofe. Cada vez ganan menos relativo a lo que ganaban los graduados antes y el mercado ya ni se molesta en pretender ser «competitivo». Más bien, es cada vez más monopólico y concentrado en manos de los dueños del capital. Por ende, el campo de negociación para los trabajadores se reduce implacablemente y su poder, dado que ya no hay sindicatos y gremios de obreros, es escaso y disperso.

Sí, se viene «una revolución», o más bien una aceleración que pintan como revolución, mas no es una revolución contra el poder como las otras en la historia, sino que contra las masas proletarias y semiproletarias, que incluye no solo los obreros, sino que también a quienes trabajan de doctores, abogados, middle managers de empresas, contadores, maestros, etcétera. A este tsunami no lo detendrá ni el trabajo duro, ni el mérito, ni «dar la milla extra», ni la buena fe, ni los diplomas universitarios. No lo detendrá nada. ¿Será que no nos queda más que agarrarnos duro y ver quién sobrevive?

En El jardín de los cerezos, Chéjov nos presenta a Trofimov, un personaje al que le fue bien, habiéndose educado y logrado salir del campesinado. Trofimov, quien idealiza esos valores tan panfleteados como violados por el capitalismo –el mérito y el trabajo duro–, exclama, «las bestias salvajes que devoran todo lo que encuentran en su camino son necesarias para que exista el cambio». Y ese es, precisamente, el cambio que vemos venir. Al final de El jardín de los cerezos, la idílica arboleda, repositorio de toda la memoria histórica de una familia noble y sentimental, es brutalmente talada por las fuerzas del capitalismo: todo sea por el progreso. La oímos caer, árbol por árbol. ¡El cambio inevitable! Pero nadie les dijo que este sería bueno para todos ¿verdad?

Imagen principal tomada de YouTube.

Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.

Tres pies al gato

Correo: [email protected]

1 comentario

  1. alfredo porras 18/07/2020

    Pero qué magnífico análisis sobre el teatro de Chejov. Si, tiene razón la autora. Los personajes como si se momificaran, están totalmente impotentes ante una realidad que no les gusta, pero no hacen absolutamente nada por cambiarla. Lo que pasa en Jardín de los Cerezos, pasa en Tres Hermanas, en Tío Vanya y en La Gaviota.
    Magnífico análisis sobre uno de los pilares el teatro moderno.

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