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Discutir contra varios

Leonardo Rossiello Ramírez | Arte/cultura / CONTROVERSIA

Entre las consecuencias positivas del encierro pandémico, para muchos, está el hecho de que se dispone de más tiempo que antes para aprender. Ayer entré a un grupo de féisbuc dedicado a la historia naval y cartográfica. Alguien acababa de colgar un video sobre el Almirante de la Mar Océana, un producto tan intencionado como elogioso a la figura del extraordinario marino, y a partir de ahí se había desatado una especie de ditirambo a Cristóbal Colón. Yo sabía que el grupo estaba formado, en gran parte, por sujetos españolistas a ultranza y partidarios de la monarquía, de modo que no me sorprendí.

Daba la causalidad de que yo había leído algunos autorizados libros sobre el navegante genovés y la atmósfera era como para exponer argumentos contrarios a la doxa. A medida que leía los comentarios, la idea se me hacía cada vez más irresistible; terminé por llevarla a cabo. A por ellos. Un zorro entrando en un gallinero habría causado menos revuelo que los aportes de Con Fuzio, mi alias en el grupo.

– ¿Y? –preguntó Con Fuzio–. ¿Cuándo van a ponerse las pilas y derribar las estatuas a Colón el Saqueador en España? Podrían empezar con la que afea Barcelona.

No tardaron en aparecer decenas de irritadas respuestas, a cuál más agraviada, así que, ante la imposibilidad de debatir contra todos, tuve que elegir a cinco o seis: a los que parecían tener más autoridad.

–Usted –me respondió José Coronel– tiene que sacarse el sombrero antes de abrir la boca y decir algo sobre el Descubridor.
–¿Yo –retrucó Con Fuzio–, sacarme el sombrero ante ese marino italiano? Vamos, es una propuesta ridícula, Coronel. Como seguramente olvidará, el continente lo descubrieron cazadores de focas asiáticos, que llegaron en embarcaciones un milenio antes que la primera entrada por Bering y unos catorce mil años antes que los vikingos. ¡Descubridor! Si ese individuo merece un título, es de Primer Esclavista de España.

Bum, segundo petardo; ahí tendrían para entretenerse.

–¿Pero qué está diciendo? –intervino Mariscala– Acá estamos hablando del Descubridor ¿y sale con esas de saqueador y esclavista?

Ahora se trataba de ridiculizar la ignorancia de la señora (si no era un travestido) de manera sutil y sin que pudiera sentirse agredida en lo personal.

–Es que el saqueador, el esclavista y ese que llaman descubridor son la misma persona –escribió Con Fuzio–. Como miembro de este grupo e historiadora, de seguro no ignorará usted, doña Mariscala, que antes de su segundo retorno a las tierras españolas (recientemente arrebatadas a quienes la habían poblado y cultivado por siete siglos), el aventurero italiano realizó una cacería de aborígenes en la isla La Española (porque en realidad nunca pisó el continente).
–Eso no lo hace esclavista.
–Pero la continuación sí. De los sobrevivientes a la redada contra los que mal llamaron indios, el almirante seleccionó quinientos, los embarcó y vendió a una parte (porque los demás no sobrevivieron y fueron echados al mar, donde los esperaban el olvido y los tiburones). Fue en el mercado de Sevilla. Los vendió en calidad de esclavizados («esclavo» no puede ser una marca de identidad). Los hechos hablan por sí mismos: Colón fue el primer esclavista de España. Sobran los documentos probatorios. Entonces, doña, volviendo a mi pregunta inicial: ¿cuándo van a derribar la estatua al Primer Esclavista de España?
–¡Pero no se puede juzgar con la mentalidad de hoy hechos que ocurrieron hace quinientos años!

Con Fuzio no se dejó apabullar por el sofisma y respondió:

–¡Claro que sí! Y no solo se puede sino que se debe. Permítame explicarle. Usted parte de la base que las mentalidades cambian durante los siglos. Pero fíjese, señora Mariscala, que la mentalidad dominante de entonces, medieval, no parece haber cambiado mucho hasta hoy. Vea, si no, las intervenciones en este foro. Si no están dispuestos a cambiarla, no es mi problema, que con su pan se la coman. Además, en aquella época sí hubo una cantidad considerable de personas que pensaba igual que yo ahora. Especialmente frailes, pero también militares y civiles, dejaron constancia de su desacuerdo con el saqueo y con las injusticias, violencias y asesinatos cometidos por los españoles contra los indios.

El avispero esta en paroxismo. Mientras tanto, otro participante con el alias de El Archivero Real se había quedado molesto porque Con Fuzio tuvo la osadía de llamar saqueador a Cristóbal Colón y, por extensión, a otros aventureros. Se tomó la molestia de colgar un video que, con documentos, supuestamente probaba que una parte sustancial de las riquezas se habían reinvertido en América.

–A eso no puede llamársele saqueo –argumentó El Archivero Real–. Además, España fue el único imperio que fundó universidades en sus posesiones.
–Tiene usted una parte de razón –concedió Con Fuzio–, solo que es una parte insignificante y, además, no sirve para nada. Los miles de toneladas de oro y plata que trasegaron por siglos de América a España (mediante el uso de la violencia: aperreamientos, mutilaciones, persecuciones, conversiones forzadas, violaciones, destrucción de templos, quematina de códices y contagios que redujeron la población del continente de unos 80 millones a 20, esto solo durante los primeros cien años), en realidad no fue un saqueo: los pueblos aborígenes, en armoniosas asambleas, resolvieron que esos miles de toneladas de metales preciosos y otros productos, serían un préstamo a la generosa monarquía española, un préstamo que de seguro muy pronto devolverá. Sobre todo ahora, con una economía floreciente. Pero eso sí, con los intereses generados durante estos cinco siglos.
–Dígame usted, señor Con Fuzio –replicó El Archivero Real–, ¿cuántas universidades se fundaron en, por ejemplo, el Congo, o en Norteamérica durante la Conquista y la Colonia?
–Estábamos conversando sobre Colón y ahora parece que quiere usted intentar la maniobra «cambio de tema» y que hablemos de las universidades que él fundó. No, perdón; me confundí: lo que fundó Colón fueron reductos militares.
–Respecto a las universidades –prosiguió–, lo único que puedo asegurarle es que los indios americanos que sobrevivieron a las masacres y al sistema de servidumbre de mitas y encomiendas, de seguro quedaron muy agradecidos con la fundación de centros de estudios superiores. Un nuevo mundo, de cultura teológica y refinamiento, se abría para ellos. ¡Festejaban cada inauguración, contentos, con sus flautas y vistosos pollerines de plumas, con sus pintorescas danzas y atambores!

Usted argumenta –prosiguió Con Fuzio– poniendo a otros imperios como más rapaces que el español, lo que de por sí haría netamente positivos el mal llamado Descubrimiento, la Conquista y la ulterior colonización de territorios americanos por parte de España. Es como si usted justificara las palizas diarias que un padre propina a su hijo diciendo que hay un vecino que azota al suyo dos veces por día y encima nunca le compra golosinas. Le recomiendo que se piense muy bien los argumentos antes de lanzarlos en un foro. En fin, un gusto ha sido conversar con usted. Lo dejo con mi pregunta inicial: ¿cuándo van a derribar las estatuas a Colón?

Y así continuó; procuraba yo darle a cada uno su jarabe laxante y tener siempre la última palabra, no sin aportar cuanto documento tenía en la computadora para apoyar lo que sostenía. No faltaron las siempre divertidas agresiones personales, que yo, inmune, apenas respondía señalando la falacia argumentum ad hominem. El problema era que más y más participantes se lanzaban a replicar, bien que con argumentos a veces infantiles, a veces con meras afirmaciones («Colón fue un gran visionario»; «Fue el único de verdad descubridor»). Después de un par de horas, el debate amainó. Estoy seguro que muchos se fueron fastidiados. Ala, iros a tomar por donde tengáis sed. La próxima vez, antes de entrar, voy a confabularme con cinco o seis amigos que pensemos de modo semejante, de manera que la controversia resulte aun mejor.

Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Montevideo, Uruguay en 1953. Soy escritor y he sido académico en Suecia, país en el que resido desde 1978.

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