¿Por qué no aprendemos?
Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO
En la famosa novela El gatopardo (1958), de Tomasi de Lampedusa, uno de los personajes –Tancredi Falconeri– dice: «Si deseamos que las cosas permanezcan como están, las cosas tendrán que cambiar». Así nomás, parece un sinsentido. Pero lo que Tancredi realmente está diciendo es, «A menos que nosotros nos involucremos y tomemos control ahora, nos impondrán una república. Así que si deseamos que las cosas permanezcan como están para nosotros [los aristócratas], las cosas tendrán que cambiar». Esto queda claro cuando un príncipe exclama en tono de reproche, «Pero ¡un Falconeri siempre debe de estar de parte del rey!». Y Tancredi Falconeri responde cínicamente, «Sí, por el rey, por supuesto, pero ¿de qué rey?» (después de todo, los sicilianos básicamente cambiaron una monarquía por otra que les convenía más).
La novela es una crónica del Risorgimento, el movimiento político que unificó los estados de Italia en un solo Estado bajo el mando de un rey. Se publicó en la posguerra del siglo XX, cuando muchas naciones, como India y Japón, veían a sus vetustos bastiones basados en rango, linaje y jerarquía cambiar a un sistema de democracia representativa, meritocracia y capital. Por esto, entre otras razones, tuvo mucha resonancia a nivel internacional: eran los años de la independencia de las colonias en África y Asia, de las grandes potencias europeas y surgían las esperanzas de que esto conllevaría a una era dorada para estas sociedades. Y bueno, ya sabemos cómo le ha ido a la mayoría (aunque a algunas naciones de Asia sí les fue relativamente bien).
Otra frase famosa que me viene a la mente es, plus ça change, plus c’est la même chose, o sea, «entre más cambian las cosas, más siguen igual», del novelista francés Alphonse Karr, hoy olvidado, pero de gran popularidad en su día. Esta se puede tomar siguiendo la misma línea que la anterior, las cosas en apariencia cambian mucho –hasta sistemas de gobierno podrán cambiar– pero algunas cosas no cambian: como funciona el poder.
Algunos de estos sistemas, sin duda, son de mayor beneficio para el bien común que otros, pero a menudo sospecho que un sistema realmente y honesto justo está fuera del alcance de los seres humanos. Y está fuera del alcance porque las personas venales, las personas con matices psicópatas, las que no se tientan el alma ante nada y son capaces de lo que sea, siempre serán las que paran en el poder –se puede ver en Hitler y Mussolini, tanto como en Stalin, Trump o Daniel Ortega–. Para estas personas, los cambios políticos que les llevan a la cresta del poder son solo eso, un vehículo, nada más. Y a su barco ideológico se suben alimañas y seres rastreros que buscan sacarle jugo a la situación.
Claro que hay personas justas, mas las personas justas son humanas, tienen debilidades, falencias, su talón de Aquiles. Los líderes, por nobles que sean, tienen pies de barro. Como dice el Eclesiastés, «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». Y algo de vanidad hay que tener para meterse a política y creer, realmente creer, que se podrá lograr un cambio de fondo. A lo más, se puede oponer resistencia a los actos más corruptos y vergonzosos y quizás, de vez en cuando, detener alguno que otro. A largo plazo, sin embargo, es muy difícil que un político se mantenga impoluto.
Por eso, las personas honradas y honestas son minoría en los ámbitos políticos. Lo vemos en el Congreso de la República incluso en estos días. Minoría fueron los partidos políticos decentes que se rehusaron a prestarse a la farsa que ha sido el ataque a la Corte Constitucional de la República, por cumplir su labor e insistir que el Congreso se asegure que los magistrados a ser elegidos a la Corte Suprema de Justicia sean idóneos y no entes corruptos. Miembros de la cúpula del Cacif han perdido ya todo intento de discreción (no digamos vergüenza) y apoyan abiertamente los actos más corruptos del Congreso servil.
Los mayores impulsores de cambio en Guatemala se ven a nivel de movimientos campesinos. Y son movimientos que operan valientemente y sin el apoyo de los movimientos progresivos basados en las clases medias capitalinas. Que, aunque son el sector más productivo, nunca son llamados «sector productivo» por los medios ni son invitados a la mesa del Estado, junto con las iglesias y el sector privado, a discutir asuntos del quehacer nacional. Sus intereses no fueron incluidos en las famosas (y ya casi míticas) protestas del 2015 que derrocaron a Pérez y Baldetti, pero que no lograron ningún cambio de fondo. Y como dice el dicho arriba mencionado, por más que cambien las cosas, siguen igual, han sido los campesinos, realmente, los que han mantenido la resistencia desde que el primer europeo puso pie en estas tierras. Bueno sería que aprendiéramos más de ellos, en lugar de marginarlos, pues no solo es lo correcto, sino que nada de lo que ha hecho la izquierda en estas últimas décadas parece funcionar.
Imagen principal tomada de El Asombrario & Co.
Trudy Mercadal
Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.
Correo: [email protected]
Me dejaste pensando, porque desde muy joven he trabajado con campesinos y campesinas y reconozco sus luchas, su resistencia, sin embargo no son inmunes a los riesgos que mencionas en las capas medias. Entiendo que las capas medias como sector ven su movilidad social a través de estudiar y ser buenos técnicos y por ello ocupan los altos puestos en las empresas. Y les toca muchas veces morder el polvo de la derrota cuando el patrón los despide sin ningún miramiento, pero también hay en la historia guatemalteca, mujeres y hombres que aún proviniendo de la clase media, han puesto sus conocimientos al servicio del pueblo. (muchos de los mártires provenían de las clases medias, no necesitaban la revolución). Siempre recuerdo las palabras de Antonio Fernández Izaguirre que nos decía «Si usted pregunta aun grupo de campesinos, que están ante un terreno que se ha expropiado y se les puede donar, si quieren trabajarla en común o repartir una parcela a cada uno, le responderán que mejor una parcela cada uno, eso evidencia un pensamiento pequeño burgués, aunque sea campesino, la idea de la propiedad privada está muy arraigada…» Buen tema para profundizar.