La cuarentena nos pone a prueba
Olga Villalta | Política y sociedad / LA CONVERSA
Hombres y mujeres recibimos mandatos de género respecto a nuestro comportamiento en el espacio público y el privado. A través de la familia, el sistema educativo, las instituciones religiosas, la legislación y las instituciones estatales, se nos alienta o conmina a desempeñar los roles socialmente aceptados de manera diferenciada para hombres y mujeres.
Las generaciones actuales se mueven en su vida diaria de manera sincrética, es decir, asumen comportamientos de acuerdo con mandatos tradicionales a la vez que adquieren los que exige la vida moderna. Hace cien años se consideraba que lo normal era que las mujeres tenían que prepararse para los quehaceres domésticos, cuidar niños y ser sumisas ante las decisiones de los esposos o convivientes. En nuestro país, al salir a trabajar al espacio público, la familia contrata a una trabajadora de casa para que la sustituya, pero el conviviente no se incorpora a las tareas domésticas. Ahora, muchas mujeres han comprendido que son sujetas de derechos y por lo tanto exigen relaciones de pareja de manera igualitaria. Si los dos trabajan en el espacio público, consideran que en el espacio privado es justo compartir las tareas hogareñas.
El mandato de género para el hombre era prepararse para «sostener» una familia, ya sea aprendiendo un oficio o estudiando una profesión. Hombre que no trabaja, es un no hombre para la comunidad. En las últimas décadas, este esquema se ha transformado. En la actualidad, al hombre le es difícil ser el único proveedor y ante la inseguridad en el empleo, asume la necesidad de que la esposa o conviviente sea también proveedora, aunque todavía lo ve como una ayuda y no como un aporte equitativo que permite el mejor sostenimiento de la familia.
La pandemia de COVID-19 ha trastocado nuestras vidas tanto en el espacio público como en el privado. De repente, las escuelas fueron cerradas y ese recurso que tenían los padres y madres de 5 o 7 horas en las que las/os niñas/os estaban resguardados en las escuelas públicas o colegios privados desapareció, y si papá y mamá trabajan ¿qué hacer con ellas/os? De un día para otro los padres y madres tuvieron que recurrir al trabajo desde casa y las/os hijas/os recibir clases vía virtual. No todos tienen casas grandes, es más, la oferta inmobiliaria promueve espacios más pequeños, ya sea en edificios o en condominios. Así que se convierte en un reto para todas/os la distribución del espacio hogareño. Esto provoca roces, exasperación, irritabilidad en todas/os los miembros de la familia. Además, como los roles no han cambiado, aunque los dos hagan teletrabajo, la organización de la alimentación, limpieza y orden sigue recargándose en la mujer.
Las instituciones de mujeres lanzaron el grito sobre el aumento de la violencia contra la mujer por la cuarentena, la cual es una realidad que hay que atender desde la institucionalidad del Estado. El problema es más profundo y no se resuelve metiendo a los agresores a la cárcel. Sobre todo, porque la violencia contra las mujeres y las personas en situación de vulnerabilidad se normalizó y se justifica con argumentos que culpabilizan a las mujeres.
A los hombres, el sistema patriarcal les concedió el espacio público como «su lugar» para ejercer su trabajo y vida social. El espacio hogareño es para ellos el descanso del guerrero, en donde espera ser atendido y recuperar fuerzas. La pandemia lo obliga a dejar el afuera y hacer todo en casa de manera virtual. Esto provoca un desequilibrio muy difícil de manejar. Por un lado, su esposa o conviviente no está acostumbrada a tener esa presencia en casa, surge aquí el dicho que expresaban nuestras abuelas «los hombres en casa estorban». El espacio doméstico fue pensado por los arquitectos para una familia nuclear que llega casi solo a dormir. Hoy, aunque las familias son más pequeñas que hace 50 años, ese espacio resulta pequeño y asfixiante.
Desde la teoría feminista sabemos que las mujeres, ante la situación de subordinación y discriminación a la que se ven sometidas, recurren a los pequeños poderes como el chantaje emocional, el golpe bajo y la manipulación. Esto también se puede exacerbar al tener la presencia permanente de su pareja que exige atención constante, que deja desordenado el baño, que no ve la suciedad ni el desorden de la casa y mil detalles más que alteran la vida familiar.
La tarea de reflexión sobre estos cambios y la búsqueda de una mejor convivencia, deconstruyendo así el sistema patriarcal, creo que les corresponde a ambos y no solo exigir que el Estado atienda a las mujeres. Demanda que, por supuesto, en muchos casos es justa y debemos seguir exigiendo su cumplimiento.
Olga Villalta
Periodista por vocación. Activista en el movimiento de mujeres. Enamorada de la vida y de la conversación frente a frente, acompañada de un buen café.
Correo: [email protected]
Mucha verdad en este texto. Hay que repensar nuestros roles y también los espacios. Yo siento que perdí espacio y privacidad con mi esposo en casa todo el día y hemos tenido que renegociar eso.
Gacias Trudy. por tu comentario. Siempre me quedo pensando si el esfuerzo de escribir para compartir reflexiones vale pena. Y los comentarios (algunas veces agrios) ayudan para seguir en la tarea. Saluditos.