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Los «pandemizadores», una nueva especialidad.

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Los «pandemizadores», una nueva especialidad.

Edmundo E. Vásquez Paz | Política y sociedad / ¡NO PARA CUALQUIERA!

Menciono a los «pandemizadores» porque los debemos conocer. Ellos juegan papeles importantes en el escenario de la pandemización, debido a que son los que manipulan aspectos que, aunque hoy no se advierten claramente, mañana se manifestarán. Aspectos malos y aspectos buenos… el tiempo nos lo dirá.

Los que han reconocido la existencia de estos pandemizadores e intuyen sus malabares son los alquimistas del alma colectiva que viven en la actualidad. Personajes escasos, regados por el mundo. Dispersos, sí, pero unidos por la intuición.

Los pandemizadores no son humanos, aunque se les parecen mucho. Porque son sus sombras –se dice–, una especie de derivación de ellos, aunque fuera de su control. Figuras siempre adheridas a esos humanos a quienes acompañan incluso cuando no hay luz y, por lo mismo, no se pueden notar. Llenos de las esencias del hombre, las del bien y las del mal. Son las sombras que han existido siempre y que, por lo natural que parecen, hace mucho las dejamos de registrar…

Los encargos de los pandemizadores son varios, tales como la alteración de la percepción del tiempo, la reconceptualización de la libertad, la identificación del prójimo y muchas más.

Son figuritas en apariencia simples, de apenas dos dimensiones. Su actuar lo sustentan en su familiaridad con lo humano (conocen sus virtudes y sus debilidades), así como con aquellos conocimientos, dispuestos para pocos, que sus élites intelectuales han descubierto para explicar esas virtudes y esas debilidades; y, también, para afectarlas. Especialidades como el marketing y la publicidad, y profundos conocimientos de la psique humana (a lo Dr. Göbbels, ministro de Propaganda del malogrado A. Hitler).

Uno de los actuales alquimistas del alma –el filósofo Byung-Chul Han (de origen koreano, profesor en Berlin)–, distingue en este laberinto un fenómeno crucial: la alteración de los ritos. A nosotros, su sensación nos inspira. Nos facilita discernir cómo muchos de los cambios que se pueden prever, se pueden entender en asocio con la desaparición de usos, costumbres, ritos y ceremonias.

El pandemizador del tiempo

Un pandemizador muy singular es el que tiene como encargo alterar la sensación del tiempo. Él bien sabe que el tiempo no existe; que es una ficción del hombre consistente en la creación de «habitáculos» que le sirven para sentirse cómodo y seguro en un sustrato que desconoce y que le parece fluir.

El ser humano se ha ingeniado la construcción de algo así como balsas o habitaciones imaginarias para arrellanarse en ellas. Como el caso de «el día», edificado a partir de la definición de un inicio y de un final señalados por rituales: salir de la cama –al principio del día–, acostarse a dormir –llegada su terminación–. El hombre se siente seguro habitando en su interior; y organiza los días en cadenas que le permiten moverse de uno al otro, siempre en una misma dirección. Surgen, entonces, las semanas, surgen los meses, surgen los años… que el humano transita sin mayor reflexionar.

El pandemizador encargado del tiempo ya ha logrado algunos avances en esta era de la pandemización: no han transcurrido demasiados meses desde el inicio de la plaga –fue apenas en febrero, ¡no lo debemos olvidar!– y ya muchos (tanto personas en particular como familias enteras) hemos empezado a presenciar un cambio casi imperceptible… aunque del todo real. La desaparición de «la semana».

La «semana». Algo que ni siquiera sabíamos que era «nuestro» –aspecto relativamente natural en este mundo actual en que la propiedad solo parece tener significado como bien personal y nunca del conglomerado–. La dábamos por un hecho. Nadie pensaba en ella; hasta hoy. Cuando desaparece. Dejando, como único vestigio plástico, su presencia en los calendarios (al pie de ilustraciones de distinto grado y valor estéticos). Y nos sorprende. No sabemos si apenarnos, si oponernos, si celebrar… ¿Me explico? Voy a tratar.

El pandemizador ha sido sutil en el ejercicio de su encargo. Procedió seduciendo a muchos a consumar un delito. Delito de lesa temporalidad; finalmente consumado por los atareados en la modalidad del teletrabajo. Los así ocupados se han ido autosumergiendo en semanas que, para su sorpresa, ya no son tales porque no tienen fin. Habitáculos extensos, sin punta o extremo final: sin sábados (antesala del día consagrado a descansar).

Con los crímenes cometidos (exterminio del séptimo día), los originales habitantes de esas guaridas en el tiempo se encuentran ahora en un túnel, una cárcel tubular. Se han privado de una cadencia que les permitían vivir un ritmo para la recuperación de fuerzas, para compartir con la familia, para dominguear…

Qué extraños efectos llegue a tener este fenómeno cuando se haya universalizado es difícil de prever… Nadie tiene conciencia de si lo debe adversar, si lo debe reclamar. Ni, en su caso, ante quién hacerlo. Solo se intuye que algo se perdió. Se recuerda, sí, un estudio médico que hablaba de cómo la secuencia de un descanso cada siete días es lo que conviene a un animal como el humano. Una voz ha recordado que lo de los siete días fue establecido por dios cuando creó el universo; otro, que se debe reconocer como un logro que alcanzaron obreros en largas luchas de reivindicación…

En futuros textos de ¡No para cualquiera!, presentaremos más fantasías sobre el desarrollo de curiosos encargos que tienen los pandemizadores, las intenciones que los subyacen y los avances alcanzados.


Edmundo E. Vásquez Paz

Color Azul. Claro. Ingeniero Economista. Ocupado del resguardo del medio ambiente y la búsqueda del progreso de la humanidad. Sorprendido por la torpeza humana. Amarillo. Lector agradecido. Crítico de la ciudadanía olvidada de ejercer el amor propio. Rojo. Escritor diletante que ensaya textos para juntar fantasía y razón. Blanco.

¡No para cualquiera!

Correo: [email protected]

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