Orgullo 2284
Noe Vásquez Reyna | Disidencias textuales / DISIDENCIAS TEXTUALES
El amanecer en las calles capitalinas levanta los ánimos y las primeras lentejuelas empiezan a acomodarse y a giñar. Las urbes del país se despiertan en la misma vibra. Durante la primera mitad del año se han preparado para que en un solo día la celebración sea majestuosa e inolvidable. Hace cien años que en esta fiesta callejera y del pueblo ya no se usan palabras militaroides como «desfile». Les niñes y jóvenes aún preguntan cómo se esperó tanto tiempo para cuestionar las palabras y su peso, después de toda la historia de sangre y juicios históricos que al fin reconocieron la verdad los despreciados, humillados y que siempre tuvieron la dignidad de seres humanos.
Desde hace 50 años, la homofobia y la transfobia ya no habitan ni llenan de odio los corazones de las gentes, al menos de la mayoría. La misoginia al fin es un delito, y aunque se predica en sectas provida arcaicas y extremistas como los antiguos y libres fascistas, hacerlo en público no solo genera una multa, cursos formativos de rehabilitación y servicio comunitario, sino también un escarnio público: la gente se levanta y deja solo/sola/sole a la persona que ha expresado rechazo, violencia u odio por un cuerpo con características femeninas.
La marcha por la capital se extiende como tentáculos arcoíris. Ya no se circunscribe a dos zonas de la ciudad. Empieza por barrios más alejados y sectores populosos, que se unen en la caminata con los más privilegiados, los que decidieron hacer derribar las garitas de sus condominios que les mantenían en burbujas de concreto. Es imprescindible decir que rompieron, al lado de supuestos parias y con sus propias manos, monumentos que recordaban la esclavitud, la opresión y el racismo. Algunos historiadores critican si tirar figuras de piedra los exime de ciertos lujos que aún no son capaces de soltar.
La Avenida Reforma tampoco es la misma desde hace 80 años. Ya no quedan nombres de artificiales próceres que negociaron su riqueza y confort. La efigie del Premio Nobel de Literatura fue sustituida por la de la poeta de las calles que fueron tan grises para ella. Al final de su vida, que para muchos fue un claro espejo, gente de toda clase llegaba a su casa a dejarle comida y dinero. En medio de la última pandemia, la poeta cumplía 75 años, había perdido el oído y casi la vista.
En la placa al pie de su busto se lee: «Aprendí a delirar, a temer, a sobrecogerme, / a inmutarme ante las vastedades que no podemos descifrar / y obedecí los oscuros y los claros designios cuando supe que para siempre llevaría en mi carne la indeleble marca de ser ángel rebelde».
El orgullo en la ciudadanía de este impredecible 2284 tiene quizá condimentos de magia, ternura y esperanza, pero también fue rebalsada por la rabia, la rebeldía, el hartazgo y el asco. Asco por aquellos que repitieron sin chistar: «Para qué ir al desfile si salen con el cuerpo desnudo y parecen locas», «Las mujeres ya son todas lesbianas, feministas y drogadictas», «El pobre es pobre porque quiere», «Los transexuales son hombres disfrazados de mujeres», «Ahora todo es acoso», «Que manifiesten pero en forma pacífica», «Ya van otra vez los resentidos, comunistas, vividores del conflicto», «Te voy a matar hueco cerote», «Ojalá te pudiera tener enfrente para poderte dar un plomazo en la cabeza, lo único que estás haciendo es dividir al país».
Ese asco también se alimentó de hambre y desigualdad, de pocas expectativas de vida, de enfermedad, de asesinatos de niños de 7 años y violaciones sexuales de padres biológicos a sus propias hijas. Las revueltas que se acumulaban en la garganta, incendiaron todo un día cualquiera. La que se conoce ahora como la Revolución del 2100 quedó documentada en redes sociales. Nada fue pacífico. No hay lógica en tener una paz cimentada sobre excremento.
El orgullo que se celebra en un día es el orgullo de habernos visto en les otres. Los pequeños triunfos fueron de todes, porque todes somos diversos, todes estamos conectados y este país con su pasado, su presente y su futuro nos atraviesa el cuerpo. Después de los destrozos vinieron, imperfectos pero sin el cadáver putrefacto de la corrupción, los ministerios de la Mujer, de los Pueblos y de las Ciencias, que diseñan ahora el currículum de todos los niveles educativos.
Otros ministerios fueron disueltos por completo por su flagrante ignorancia y discriminación, como los de Cultura y Gobernación. Alternativas disruptivas y civiles han llenado con creces sus espacios. Se espera que este año se cierre completamente la última oficina que pertenece al ya casi fósil ejército. Los pocos que se resisten a esto siguen siendo conocidos comúnmente como los «camisas blancas».
Fotografía principal por Mercedes Mehling.
Noe Vásquez Reyna
Escribiente y columnista en transición no binaria, con estudios en Literatura, Comunicación y Gestión Cultural. Vegetariana y ciclista por posicionamiento político. Cofundadora de Promiscuos ConCiencia, espacio que propicia y articula reflexiones y formaciones colectivas en torno a temas de la diversidad sexual desde el enfoque de las relaciones.
Amo cada parte del texto y me encanta aprender de nuevos términos que tienen un ejemplo claro en la vida real…
cada contexto es importante y aunque esté pensado por las calles de la ciudad, aquí en Escuintla también hay muchas situaciones similares, especialmente por todas las violaciones hacia las diferentes disidencias.
Gracias por tu lectura, Mynor. Nos falta mucho para llegar, pero creo que los que vienen pueden hacer y harán más.