Ser o no ser creyente en estos tiempos de pandemia
Fernando Zúñiga Umaña | Política y sociedad / EN EL BLANCO
Difícil tema en estos tiempos de pandemia. Hay razones para no ser creyente, el mundo está amenazado por un virus y no hay en quien apoyarse. No hay fuerzas divinas que intervengan y hagan que desaparezca el mal que acecha. Muertos por doquier, en todas partes del mundo, en cada uno de los rincones. No hay santo padre, no hay obispos, curas ni pastores que se enfrenten al mal y lo combatan, por el contrario, están escondidos en sus casas, dando misas y ceremonias religiosas por algún medio virtual.
No se salva del contagio quien no peca, tampoco quien reza y reza. Se salva el que se cuida, quien permanece en su casa y no quien va a la iglesia. La peste negra, que se dio entre 1347 y 1350, mató a cerca de 100 millones de personas, reduciendo en un tercio a la población europea. Las personas la asociaban con el fin de mundo. En este periodo, la iglesia jugó un papel clave, dado que permitió que sus templos se usaran para albergar a los enfermos. Asimismo, bajo esta epidemia y con el pensamiento de que se trataba del fin de mundo se dio un enorme fervor, buscando con ello recibir los favores de un Dios castigador que estaba acabando con toda la población. También se dieron ataques a minorías religiosas, a quienes le achacaban el castigo por sus pecados, eran chivos expiatorios (no estamos lejos de ello, aquí se ataca a los nicaragüenses que ingresan a laborar o laboran en el país).
Los tiempos cambian, las pandemias históricas fueron dadas en entornos radicalmente diferentes, hoy el conocimiento que se tiene de la pandemia y del virus que la genera es bastante amplio, las redes sociales informan constantemente, igual sobre la cantidad de enfermos, de recuperados y de muertos, aún así el mundo se está transformando. El grado o nivel de las transformaciones aún no se conoce, y está por verse si la iglesia en general saldrá fortalecida o debilitada. Hoy nos necesitamos todos, ricos o pobres, pero, ¿se necesita la iglesia? Las personas se han dado cuenta que el centro es la familia, la iglesia no se ocupa, ya ni siquiera para la ceremonia que permitía despedir a los muertos por el virus. Las iglesias se cerraron, no se abrieron las grandes catedrales, ni los enormes edificios construidos para atraer masas de feligreses, para proteger a sus súbditos, tampoco para asilar a los indigentes. La familia es el centro, ni siquiera es el barrio, la calle. De tal modo que el concepto de comunidad religiosa pierde vigencia dentro de este entorno de pandemia.
Se podría dar otro argumento, el mundo sufre una pandemia y no hay fuerzas divinas, espirituales o como se llamen, que intervengan directamente y eliminen esa plaga, abran el mar, castiguen a los culpables. De manera que esa relación dioses-humanos no se muestra precisamente ahora que está en juego la sobrevivencia de todo el planeta, área de influencia de Dios. En todas las religiones, los libros sagrados hablan de esa relación permanente entre los dioses y los humanos, pero ahora que el planeta está en crisis, no hay evidencia de ella. No existe un Prometeo que mediante engaños obligue a los dioses a intervenir a favor de la humanidad, ni dioses interesados en hacerlo. No hay un arca que salve a la humanidad, ni un Noé que conduzca a los hombres y a los animales a esa arca. Tampoco un Moisés anunciando nuevas reglas del juego, como advertencia para que se deje de burlar las leyes. Tampoco hay un link que nos haga sospechar su procedencia divina y que nos conecte con un Dios o con un Hermes que sirva de intermediario. Estamos solos en el planeta, expuestos al azar a ser tocados por el monstruoso virus.
Pasada la tormenta, podemos tener una iglesia en decadencia, obsoleta y menos creyentes, o bien, podría ser que los sobrevivientes agradezcan a sus dioses y el fervor sea mayor. Siempre hay una excusa para justificar las tragedias como formas de someternos a prueba y de que el ser humano está siendo castigado por los pecados del mundo.
Imagen principal por Fernando Zúñiga Umaña.
Fernando Zúñiga Umaña
Costarricense, estudioso de la realidad económico social y política nacional e internacional. Economista de formación básica, realizó estudios en la Universidad de Costa Rica y en la Flacso México. Durante más de 30 años laboró en la Universidad Nacional de Costa Rica. Actualmente es director del Doctorado en Ciencias de la Administración de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica. Consultor privado en el campo de la investigación de mercados, estudios socio económicos.
Excelente artículo. Lleno de lucidez.