Dirigir la orquesta
Juan Ignacio Gómez-Cuevas | gAZeta joven / MEMORIAS NATURALES
Estaba en mi apartamento cuando leía sobre Roderick Cox. Traté de ordenar mis pensamientos para escribir. Situación que se me complica. Sea por lo abrumador del día o porque una hormiga caminaba dentro de una grieta. Qué más da. Ya no tengo la misma agilidad mental de antes.
Cox es un director de orquesta. Aclamado. Innovador. De esas personas que aspiran a algo más. Roderick Cox está en ese selecto grupo: el de los que revolucionan. Junto con ese pensamiento, recordé un anuncio de publicidad que me encantaba ver y del que haré acopio. Y es algo para decir con orgullo: el triunfo no está hecho para todos. El triunfo es para los que perseveran. Para los que comen a la carrera. Para los que suben las gradas de tres en tres. Para los perfeccionistas. Para los que no dan excusas. Para los determinados. Para los admirados. Para los visionarios. Para los que la ambición es el motor de cada logro. Etcétera.
Mejorar no es una posibilidad, sino que es una obsesión. Ahí entra Roderick Cox. En una entrevista que le realizó Stephanie d’Arc Taylor, él indicó que: «el éxito de un director va más allá de dar su opinión musical. Su éxito está en convencer a toda una orquesta de contar una nueva versión de una historia vieja». Roderick Cox es un director de orquesta estadounidense que vive en Alemania. En 2018 ganó el Premio Sir Georg Solti Conductor. Sir Georg Solti fue un pionero en la grabación estéreo de óperas completas. Famoso director de su generación por tener un amplísimo repertorio operístico, sinfónico y de cámara. No por algo el premio inspirado en su nombre y dado a alguien de esas cualidades.
Dirigir una orquesta no es fácil. Es cuestión de tempo. De sincronizarse con cada ejecutor. De equilibrar el espíritu y de arrancar con energía. Para contar una nueva versión sobre una historia vieja… hay que saber pensar. No solo pensar. Saber pensar. Erich Fromm, en su obra El miedo a la libertad expuso lo siguiente: «Las inclinaciones humanas más bellas, así como las más repugnantes, no forman parte de una naturaleza humana fija y biológicamente dada, sino que resultan del proceso social que crea el hombre (…) La naturaleza del hombre, sus pasiones y angustias son un producto cultural; en realidad el hombre mismo es la creación más importante y la mayor hazaña de ese incesante esfuerzo humano». Y de ese extracto me quedo con una palabra: hazaña. Aquello que es ilustre, señalado y heroico.
Me encantan las personas como Roderick Cox: sin miedo a la libertad. Quienes, con descaro, hacen de la vida su propia hazaña.
¡Fascinante lectura!
Muchísimas gracias, Diana.