Tolerancia, respeto y democracia
Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / DESARROLLO & PAZ
La tolerancia es la auténtica prueba de la civilización.
Arthur Helps
En politología, uno de los ejes fundamentales para el análisis hace referencia, directa o indirectamente, a la cantidad de personas que ejercen el poder para el gobierno de una sociedad. Por ello, desde la Antigüedad se distinguió entre la aristocracia, en donde el poder radica en unos pocos, y la democracia, en donde el gobierno reside en los muchos. Como formas de gobierno, esto derivó en dos polaridades, representadas por la monarquía y la república, que a su vez manifiestan extremos verticales o autocráticos, en contraposición a diversas formas más horizontales o democráticas, respectivamente.
Desde el fin histórico de la Modernidad, poco a poco o de forma violenta, el mundo se fue abriendo a la visión democrática de la conformación de los Estados, y hoy por hoy, la mayoría de los dos centenares de países en el mundo dicen haber instalado una forma democrática de convivencia política, jurídica y social. Sin embargo, al margen de la interpretación ideológica específica que pudiera dársele, este uso del término «democracia» debería ser tratado con una lupa teórico-conceptual un tanto más fina, que ahora dejamos en suspenso, por lo que cabe advertir que en esta oportunidad únicamente estaremos dando una pincelada a uno de los indicadores que mejor consenso tiene, con respecto a su vinculación directa con estas variadas formas democráticas de existencia, a saber: la tolerancia.
En este contexto de la pandemia del COVID-19, la motivación temática proviene ciertos hechos relevantes que han llamado mucho la atención. Se trata de la aberrante reacción que muchos lugareños de distintas comunidades han tenido con las personas que han sido detectadas y confirmadas como infectadas por el SARS-CoV-2. Estas reacciones han ido desde un leve rechazo social, hasta el intento de linchamiento de los individuos contagiados, como si ellos fueran culpables de un delito, recurriendo a la mala práctica de tomar la justicia por sus propias manos. Sin embargo, esta deplorable actitud no es totalmente extraña al pensamiento colectivo inconsciente que subyace ante tales iniciativas, uno muy primitivo, pero real e innegable: la eliminación del que es diferente.
Estas actitudes tienen que ver con la cultura de los pueblos, a los que durante siglos se les ha inculcado una visión maniquea y taxativa sobre que algo está bien o está mal, muy de la mano de la visión judeocristiana, y más en general de las religiones abrahámicas, del pecado y de lo relativo a la lucha del bien contra el mal. De las raíces de esta visión deberemos también ocuparnos posteriormente, pero por ahora es imprescindible tener claridad que muchos actores en la sociedad siguen reforzando una actitud segregacionista, que divide, basándose en la premisa de que la diversidad no es positiva, sino lo contrario, de manera que no podemos ser tolerantes con aquello que está mal. Pero, ¿qué es lo malo realmente? Si somos justos y correctos, no podemos privilegiar una visión sobre la otra. Bueno, reflexionemos al respecto, esto si somos verdaderamente democráticos y partimos de principios de equidad, colocados por encima de cualesquiera otros que conceden privilegios a unos cuantos en detrimento de los demás.
Sobre la tolerancia (del latin tolerantĭa: cualidad de quien puede aceptar), algo ya habíamos expresado, al citar la 28.ª reunión de la conferencia general de la UNESCO, celebrada en París en 1995. En esa oportunidad se redactó la Declaración de principios sobre la tolerancia, en la cual puede leerse con claridad la trascendencia de los conceptos involucrados, que a manera de marco teórico referencial establecen lo descrito en la siguiente imagen.
Muy importante es este segundo párrafo de la cita, pues establece que al hablar de la tolerancia se trasciende el ámbito de la vida personal, para llegar al ámbito de la vida colectiva y comunitaria, que compete al Estado. Además, se menciona explícitamente el nudo temático de esta columna: la paz, en su sentido más amplio y abarcador. La tolerancia viene a ser así el mejor indicador de democracia, porque únicamente bajo el principio de que todos contamos por igual es que se puede llegar a la profundidad de esta «armonía en la diversidad», de la que habla el párrafo citado.
En este marco general de ideas suele hacerse la distinción entre la tolerancia pasiva y la tolerancia activa. La última refiere a aquella que permite que convivamos con las otras personas, cooperando con ellas en sus proyectos de vida, a pesar de las posibles diferencias radicales que puedan separarnos. En contraposición, la tolerancia pasiva es la que se fundamenta en la postura de no inmiscuirse en los proyectos de vida de los demás, es decir, una que se rige por el lema «vive y deja vivir». En este sentido, es imprescindible reparar en el hecho de que para que un pluralismo moral sea posible, se necesita de la tolerancia activa, misma que llevará a las personas a colaborar y cooperar entre sí, obteniendo la armonía y la paz que se ha mencionado. Sobre ello, es pertinente citar otro segmento de la mencionada declaración:
tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales (…) [puesto que] supone el rechazo del dogmatismo y del absolutismo y afirma las normas establecidas por los instrumentos internacionales relativos a los derechos humanos.
Respecto a lo mencionado del dogmatismo y el absolutismo, me parece que es necesario un capítulo aparte que trate del fundamentalismo religioso, tan arraigado en nuestro país, para lo cual estaremos abordando la difícil temática en la columna Dyeus otiusus, dedicada al análisis y estudio comparativo de las distintas creencias que el ser humano ha sostenido, tanto a lo largo de la historia como en nuestra convulsionada actualidad.
Mientras estas palabras llegan, me parece fundamental partir del hecho de que solo desde el reconocimiento explícito y decidido de la universalidad de la familia humana, desde su dignidad inherente, sin distinción o discriminación de ningún tipo, es que nace el respeto radical a esta dignidad, de donde emana el sentido de fraternidad universal, que como todas las demás cualidades humanas, ha de ser fortalecida y complementada por otras, para que la tolerancia no resulte ser una simple actitud contemplativa, que todo lo acepta, sino de forma contraria una firme y sólida convicción de que desde la diversidad podemos trabajar exitosamente por la unidad. Porque es en el esfuerzo activo hacia el bien común de donde nacen los más profundos lazos que unen a las personas, por encima de toda posible diferencia. La democracia solo es factible en una sociedad con tolerancia activa, aspecto que a su vez viene a ser un termómetro de esta característica tan deseada.
Imagen principal elaborada por Vinicio Barrientos Carles.
Vinicio Barrientos Carles
Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
Correo: [email protected]