COVID-19 – 2020. De trágicas ilusiones al crudo desengaño
Jacobo Vargas-Foronda | Política y sociedad / BÚHO DE OCOTE
El espectro del COVID-19 recorre el mundo con su inclemente fuerza en el corazón de Estados Unidos, imperio decadente que política, económica e ideológicamente subyuga a las paralizadas mentalidades de las clases dominantes guatemaltecas, las cuales no desear salir de su protectora caparazón criolla colonial que le facilita deleitar, ver y sentir a Guatemala como su finca que manejan y controlan a su total despiadado antojo. Ese dominio les facilita su papel protagónico en la administración del trasero patiecillo bananero asimilado como indiscutible propiedad gringa y sus explotadores consortes, ya sean israelitas-sionistas o taiwaneses anticomunistas.
El espectro del COVID-19 no es el revolucionario y transformador fantasma del comunismo de los siglos XIX y XX con categoría social con el triunfo agrario mexicano de 1910 y confirmación bolchevique de 1917. El COVID-19 es el rebote epidemiológico de la estremecedora muerte púrpura o gripe española (1918-1920) que azotó al mundo (sin remover las ya lustradas vestimentas de la explotación desde el esclavismo, feudalismo y revoluciones burguesas, a partir de la toma de la Bastilla en 1789 y surgimiento del Estado-nación-moderno a finales del siglo XVIII). Una pandemia rápidamente olvidada cuyo control final no incorporó, en términos socioeconómicos e ideológicos, transformaciones sustanciales en las relaciones sociales de explotación.
A pocos días de la ramificación del COVID-19, estallaron las alharacas conceptualizaciones anunciando el fin del sistema capitalista, neoliberal e imperialista, el cierre de tan larga pesadilla humana y, con un abrir de los ojos, nos encontramos en un mundo totalmente diferente. Tengo dificultad para «entender» esa visualización «diferente» que no pasa de estirones cosméticos de la piel. No hemos aprendido nada de la aleccionadora histórica presencia de la muerte púrpura o gripe española. Algunos deliraban un mundo nuevo cargado de felicidades que surgiría, por arte de magia, sin las necesarias e indispensables readecuaciones de las relaciones sociales de explotación sobre la Madre Naturaleza, el espacio, y del hombre sobre el hombre.
Es cierto, de repente, con la drástica disminución de la criminal, asesina, devastadora e irracional actividad del egoísta apetito acaparador de riqueza monetaria, expoliador enloquecido de los recursos, bienes naturales, y el descontrolado individualismo consumidor y depredador del medio ambiente, la polución contaminante, deforestación, envenenamiento de los aires, ríos y mares, el resto de seres vivos de la universal familia, las plantas, las otras especies de tierra y agua, salen a festejar y deambular por sus territorios brutalmente invadidos, devastados por los autodenominados «seres inteligentes», los humanoides que se creen dueños de lo absoluto, con la incapacidad de comprender la magnitud de su propia ignorancia.
Ahora es una pandemia la que transformara al mundo. Mágicamente, los seres humanos con capacidades de control y poder económico, político y social, evacuan sus ególatras apetitos y construyen, a lo Disneylandia, un resplandeciente mundo de felicidad, de comprensión, de solidaridad, de equidad e igualdad. Todo será besos y abrazos, tan ausentes en estos días. Pero, eso sí, ni tan siquiera piensen en necesidad alguna de sustanciales cambios en las relaciones sociales de explotación y ficticia dominación, del hombre sobre el hombre y del hombre sobre la naturaleza. Pasado el susto, habremos de regresar a nuestra acostumbrada normalidad, la del capital y religiosidad.
No se olviden que, nosotros, los elegidos por nuestras riquezas, habremos de sobrevivir en un mundo con sistemáticas devastaciones poblacionales, masivas disminuciones de seres inferiores económicamente discapacitados. Nosotros obtendremos mayores controles territoriales y sobre los recursos, bienes naturales. Nosotros habremos de garantizar nuestras egoístas, ilegítimas, riquezas. Total, ya los hemos domesticado a todos ustedes los desposeídos, al grado que ya no pueden confiar en ustedes mismos. Se arrodillan, claman, por el bienaventurado cambio motivado por un virus que no requiere de ideologías, interpretaciones y organizaciones políticas, y mucho menos de lucha de clases. La divinidad del capital será restablecida.
En Guatemala, las fuerzas y movimientos sociales no han logrado superar los negativos impactos psicosociales, políticos y culturales de la invasión colonizadora española, la invasión yanqui de 1954, y los desvirtuados flamantes Acuerdos de Paz, 1996, que dieron como resultado, hasta el momento, la rapidísima instauración del neoliberalismo arzúdiano y un conformismo reformista de poca monta con ligeros retoques culturalistas. Este panorama se complica con la impensable y vertiginosa sorpresa del esfumarse de la otrora Unión Soviética y la desbandada del efímero bloque socialista. Esa orfandad político ideológica orientadora de otro mundo posible ha dejado una casi completa parálisis analítica, ideria y accionadora. Ahora todo se limita en los cantos de las seudoliberales democracias de cartón.
Es cierto, el COVID-19 ha desnudado las enormes deficiencias, tanto del sistema de mercado y la sacrosanta propiedad privada en Guatemala cuanto de la inoperancia del mercantilizado sistema de traslado de mascaretas electoreras en la democracia de fachada. Negativa ficción que todos celebran y aplauden, ya sea por ser la única vía que les permite llegar a determinados estratos públicos y sociales sin capacidades de toma de decisiones, cuanto por la carencia concreta de formas alternativas de organización y conducción de las luchas y movimientos sociales hacia la toma del Gobierno y poder en Guatemala que permita la realización de las transformaciones que el estado-nacionalidades necesita urgentemente.
La administración del gobernador AEGF ha sido bastante hábil en el manejo de la presencia del COVID-19 con el uso hipócrita y demagógico de la institucionalidad y legalidad pública neoliberal, en el saqueo de los recursos financieros y punitivos del Estado que retoma su forma de arca de Noé salvadora de las finanzas de los explotadores sectores gobernantes. El gobernador AEGF ha desnudado su macabro rostro, primero es lo primero: terminemos de debilitar, eliminar, la existencia del Estado en todos los sectores apetecibles al interés privado; que el Estado sea la maquina financiera del capital en crisis; salvemos a la clase empresarial y propiedad privada. Luego veremos, con las migajas que queden, lo que se pueda hacer por el escuálido y desbastado populacho campesino y laboral, tan desorientado, desorganizado y desesperado de salir de la hambruna, la enfermedad y el desamparo.
En el campo internacional, divulgan que la muerte púrpura o gripe española de los años 20 del siglo pasado y las dos guerras mundiales dieron como resultado «un despertar» que motivó, entre otras cosas, la creación del sistema de salud pública, la masiva incorporación de la mujer como fuerza laboral y votante, la oficialización de la cooperación internacional y el surgimiento de organizaciones como la Liga de las Naciones y luego ONU y la Organización Mundial de la Salud, y la aceptación de los movimientos independentistas a nivel mundial, especialmente en África. Así como el auge de sociedades más equitativas en Europa central, con el florecimiento de los llamados Estados de bienestar y cobertura social. Todo eso motivado por la pandemia y las devastadoras guerras.
Exprofeso olvidan, con toda intencionalidad política e ideológica, aceptar que dos enormes movimientos revolucionarios conmocionaron al mundo: la Revolución Agraria mexicana de 1910 y la Revolución Obrero-Campesina Bolchevique de 1917 que asustaron al mundo burgués. Se vislumbraban posibles, alcanzables, alternativas con la revolución social y definidos contenidos clasistas. El sistema de salud pública gratuita y universal nace en Rusia Revolucionaria en 1920 como un derecho social de la revolución bolchevique. La ONU y la Organización Mundial de la Salud, también son, en gran medida, el resultado de dos guerras mundiales, como expresión de enormes conflictos de poder social y la existencia del Estado soviético y el otrora campo socialista, era la época de la convivencia pacífica y bipolaridad. Es también con esas revoluciones que la participación de la mujer en las luchas sociales y políticas adquiere mayor reconocimiento en la mayoría de países del mundo. Y no, exactamente, por la muerte púrpura o gripe española de los años 20 del siglo pasado. Las pandemias no han sido ni serán agentes de cambios revolucionarios anticapitalistas por sí mismas.
En el mundo actual con el COVID-19 no existen intencionalidades que mantengan aquella consigna internacionalista de rebelión y cambio del Manifiesto Comunista, cuando claramente se escribía que «los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los Países, uníos!».
Muy al contrario, la arena nacional e internacional aparenta estar dominada por el imperialismo estadounidense, sus cohortes Israel y Taiwán. La mercantil mentalidad de la exclusiva propiedad privada sin proyección social y el aferrado individualismo consumidor impera en las tendencias sociales dominantes que se muestran desfavorables a cualquier tipo de cambio social. De hecho, toda la propaganda imperial y satelital que circula, es sobre cómo salvar el sistema capitalista y sus adaptaciones a las nuevas realidades individuales de convivencia dentro de la misma trampa, el coronavirus del capitalismo internacional. No olvidemos que la demencia universal arranca luego de la caída del Muro de Berlín, la desintegración y desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista. Eufóricos lanzaron el grito del fin de la historia y nacimiento de la Sodoma y Gomorra, las orgías universales del capital.
Los tambores de injerencias imperiales y guerras comerciales siguen su elevado redoblar. Los países con variaciones diferentes al capitalismo salvaje, son sometidos al sistemático desprestigio y ahorcamiento de tal magnitud que hace casi imposible verlos como alternativa. Se moldea la perspectiva psicológica de que no existe alternativa alguna al sistema imperante. La miseria humana continua su macabra reafirmación. Con esos parámetros, se vislumbra el incremento del egoísmo individualista de los entes superiores, sálvense quien pueda. Para el control organizacional, la demagogia y represión, silenciosamente incrementa su convencimiento y aceptación social. El distanciamiento social masivo, al igual que en los tiempos de los pueblos de indios, la incomunicación y resignación religiosa, moldea un sumiso sometimiento y aceptación de la tragedia con alabanzas a quienes se presentan como salvadores con migajas.
Hemos visto, en Guatemala, con bastante entusiasmo, las muestras espontáneas de solidaridad y apoyo, fundamentalmente, en los estratos sociales medios, intermedios, e incluso entre los mismos grandes sectores desposeídos. En Guatemala, lo dramático y de solidaridad espontánea, nos recuerdan las trágicas escenas de los terremotos de 1917-18 y 1976 que mató a miles de personas y literalmente destruyó la infraestructura del país. Sin embargo, las angustias humanas muy pronto fueron olvidadas. El manipulado manejo social de las élites logró impedir la formación de un pensamiento colectivo, persistente, alrededor del significado y alcance social de la solidaridad y apoyo colectivo, limitando lo actuado al presente inmediato sin relevancia social hacia un futuro diferente. El COVID-19 es otra tragedia que desnuda al sistema, pero incapaz de crear conciencias. Esas conciencias solo se forman con el trabajo sistemático de los colectivos sociales propulsores de sustanciales cambios, hoy, unitariamente ausentes.
Es casi imposible negar el desastre global del capitalismo mundial en cuanto la atención y solución de las grandes demandas sociales. Esa no ha sido, ni será nunca, su intencionalidad sistémica. El sistema capitalista neoliberal y cualquier otro, muestra sus infranqueables límites de existencia en términos objetivos. La gran ausencia, la determinante inexistencia, es la conciencia subjetiva de sus explotados y de quienes no están aliados orgánicamente a las destructivas burguesías del agonizante imperialismo que sobrevive gracias a sus artificiales respiraderos fabricados y readecuados por los avances de las ciencias y tecnologías. Hoy no visualizamos modelos de desarrollo humano alternativos, ni siquiera percibimos la posibilidad de nuevas formas de convivencia con los de abajo, desde abajo y para los de abajo. El mundo de los desposeídos no se produce, no se imagina, a partir del COVID-19. Sigamos con las trágicas desilusiones al crudo desengaño.
Imagen principal, El grito, por Edvard Munch, tomada de Wikimedia Common.
Jacobo Vargas-Foronda
Jurista y sociólogo. Aprendiz de escritor, analista y periodista freelance. Libre pensador y autodefinido como gitano, es decir, ciudadano universal.
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