Bajo los tres tubos
Hernán Alvarado | Para no extinguirnos / VUELO DE ÁGUILA
Los marcos de fútbol se hacen de muchos materiales y colores. En el alto rendimiento predomina el hierro y el blanco (según indica expresamente la regla). Pero en otras partes los hay de madera, bambú y otros metales. Por otra parte, unos llevan redes, donde otros ni las han conocido (para el reglamento son opcionales, pero la usanza las ha vuelto casi obligatorias). Lo más importante es que estén firmemente fijados en el terreno. Para una «mejenga», «cascarita» o partido informal se pueden encontrar hasta de plástico y pueden incluso hacerse con piedras, palos o cocos (en la playa). En la foto inicial y final se puede ver un par de marcos informales.
Los tamaños son también muy variados, pese a que las reglas establecen oficialmente 2:44 m de alto y 7:32 de ancho, con un máximo de 12 cm de grosor [1]. Desde luego, su tamaño es ergonómico, es decir, si fuésemos gigantes o liliputienses tendrían otras medidas. No obstante, en la práctica, los marcos tienen diferente ancho y altura. Además de la imposibilidad de hacer mediciones exactas, nada exclusivo para este caso, se suman en esto algunos imponderables, como la erosión del suelo o los hundimientos imprevistos en la zona del marco.
Lo más curioso es que ambos marcos son distintos entre sí y por eso se dice que cada cancha tiene dos lados distintos, o sea, que no es lo mismo atajar en este que en el lado opuesto. A veces eso tiene que ver con la entrada de luz o con las deficiencias de iluminación. Tales ventajas y desventajas se compensan con el cambio de cancha a mitad de partido. Pero implica siempre un reacomodo para el guardameta. De hecho, lo recomendable es constatar el tamaño de cada marco personalmente antes del partido. Hay que verificar sobre todo la diferencia de altura, porque a veces puede inducir a error, ya que es común que uno sea más alto que el otro, hasta en los mejores estadios. A todo lo cual se suma el «albur», es decir, la sensación de que en este marco, a diferencia de aquel, al guardameta le va mejor o tiene mejor suerte.
Más aún, los marcos instalan el escenario deportivo y constituyen la condición mínima para que el juego acontezca. Solo puede haber partido después de instalar dos, uno para cada contrincante. Una cancha que contenga todo lo demás, excepto marcos, no se reconoce como campo de fútbol. Así que los marcos, además de definir donde se marcan los goles, constituyen el signo del fútbol por excelencia. Equidistantes a ellos se traza la raya central que divide el campo en dos.
Una experiencia interesante consiste en explorar esos dispositivos por la noche, ojalá bajo luz de luna, con la cancha desierta. Se puede confirmar, entonces, que algo conservan de siniestro, algo extraño emerge entre lo más cotidiano y ordinario, como puede sentirse en un gran estadio o en un teatro vacío, o en las ruinas arqueológicas bajo semejantes circunstancias. Parece que albergan fantasmas que acosan ahí, como una estela que tendiera a perdurar; cual dejo de nostalgia por una presencia masiva y apasionante extinta; como si imaginariamente estuvieran por resucitar del olvido algunos goles ahí encajados, o como si los gritos de la tribuna dejaran un eco inaudible que persistiera en el recuerdo.
Hemos llamado área de gol a la que fijan los marcos con el mismo criterio que se llama raya de gol a la meta. Por regla, se sabe que para que este ocurra el balón debe atravesarla completamente. Se nombra así el área referente de la función del atajador, del centinela que se deja ahí para custodiarla. Pero, asimismo, es un referente para los demás jugadores, sea para defenderla o atacarla. En esa «puerta» del gol se ha puesto a un especialista con técnicas y tácticas que hasta la fecha se valoran sobre todo por su lado pasivo. Con demasiada frecuencia, tradicionalmente se ha alineado en ese lugar al más torpe con los pies, algo que ha venido cambiando.
Como se viene insistiendo, esa creencia «sacrifica» a uno de los mejores jugadores. Se ha creído que el guardameta es el jugador más sacrificado, lo cual se supone que lo exalta y le sirve de fundamento a su liderazgo. Pareciera un resto atávico del deseo de sacrificar que en todas las culturas tiene diversas expresiones. Muchas veces se ha puesto de ejemplo por eso, mientras se reconoce el derecho a gozar del juego a todos los demás. Eso debe cambiar, es equivocado, irreflexivo e incoherente, y por eso está cambiando.
[1] Estas dimensiones varían para ligas menores, fútbol cinco o fútbol playa.
Hernán Alvarado
Director técnico titulado, Universidad Nacional, Costa Rica, mejor promedio de 1994. Exguardameta de tercera, segunda y primera división. Sociólogo y economista, con Maestría en Teoría Psicoanalítica de la Fundación Mexicana de Psicoanálisis. Autor de varios libros y artículos; entre ellos: Alvarado y Alvarado. Guardametas de fútbol. Estrategia para el siglo XXI. Heredia: Editorial Fundación UNA, 2003.
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