Las drogas y el deporte
Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
El estadounidense Lance Armstrong, ciclista ganador de siete Tours de Francia entre 1999 y 2005, confesó públicamente años después haber utilizado sustancias prohibidas durante su carrera deportiva.
No fue sorpresa que saliera a luz el dopaje en una práctica deportiva; lo sorprendente fue la declaración de Armstrong tras años de haber negado el uso de drogas. ¿Por qué lo hizo? No es eso lo que llama a la reflexión crítica – sentimiento de culpa quizá, explicable en términos de su propia subjetividad-, sino el significado social del asunto.
La Unión Ciclista Internacional actuó en forma «políticamente correcta» quitándole los premios obtenidos. El mensaje es una defensa de la ética deportiva, puesta en entredicho en estos últimos años con numerosos casos similares de dopaje.
También, el Comité Olímpico Internacional fustigó su confesión: «No puede haber espacio para el doping en el deporte y el COI condena las acciones de Armstrong y de todo aquel que busca una ventaja injusta con el uso de drogas».
El dopaje en este circo moderno (gran negocio y distractor de masas) llamado «deporte profesional» viene acrecentándose en las últimas décadas. Ben Johnson, Katrin Krabbe, Diego Maradona, el escándalo del Tour de Francia en 1998, Dieter Baumann, los tenistas Mariano Puerta, Juan Ignacio Chela y Guillermo Cañas, el equipo austríaco de esquí, los ciclistas Jan Ullrich, Ivan Basso, la corredora Marion Jones, Johann Mühlegg, Ian Thorpe, Claudia Pechstein, Alberto Contador, Marta Domínguez, solo por mencionar algunos de los más connotados casos. ¿Qué significa esto?
Si la práctica del deporte profesional, que se supone debería ser la promoción de una vida sana libre de sustancias psicoactivas, puede verse continuamente tocada por estas transgresiones, en muchos casos con connotaciones policiales, ello nos habla de un «espíritu de la época» cada vez más centrado en el disparate. No puede entendérselo de otra manera: ¡disparate!
¿Por qué el deporte ha ido dejando atrás de un modo total, sin retorno, el carácter amateur para devenir una mercadería más y un mecanismo de control social masivo de proporciones gigantescas? Hoy día -puede comprobarse preguntándole a varias jóvenes: invito a hacer la prueba- muchas personas de corta edad no saben, nunca escucharon, no conciben que pueda haber un deporte enteramente amateur. Las reglas del mercado fijan todas las actividades humanas. El deporte no podría escapar a esa lógica. A partir de ello surge otra cuestión: el capitalismo, en tanto sistema que solo se alimenta del lucro, no sabe de ética, de valores, de solidaridad. O, en todo caso, su única ética es «ganar dinero». «El capital no tiene patria», se ha dicho. El único motor del sistema es la obtención de beneficios. Dicho de otro modo: solo se trata de ganar. El individualismo prima ante todo; el sentimiento solidario de mancomunidad quedó perdido. «Los mejores son los que reciben más dinero» declaró el campeón mundial de automovilismo Lewis Hamilton. Por tanto… ¡hay que ser el mejor!
Un deportista profesional, expresión a ultranza de esa lógica individualista, competitiva y exitista, símbolo rutilante del «éxito» al igual que cualquier estrella de la farándula, enceguecido por los reflectores, ¿por qué habría de tener barreras éticas en la búsqueda de ese éxito que el sistema reclama a cada instante? No todos los deportistas profesionales se doparán para aspirar al triunfo, pero evidentemente muchos sí. De hecho, muchas grandes figuras del deporte profesional pusieron el grito en el cielo al conocerse las declaraciones del ciclista estadounidense. Pero no se trata de una cuestión de «buena» o «mala» voluntad de tal deportista en cuestión.
Si el sistema pide «triunfo», «éxito», «victoria» a toda costa (esos son los valores primeros de nuestro mundo, en cuyo nombre se hacen guerras, se mata, se hace espionaje industrial o se invaden países), algunos (Armstrong, Maradona, Thorpe, etcétera, la lista es larga e incluye también a muchos anónimos que no hacen declaraciones públicas) se lo toman demasiado en serio, y pueden vender el alma al diablo por conseguirlo.
El sistema basado en el «triunfo», en el lucro como ideal supremo, lleva implícita la transgresión. Las normas sociales ordenan la vida, impiden la transgresión como práctica normal, pero el «éxito» -bien superior por excelencia de ese sistema- no se detiene ante nada. Sin dudas el COI no premia el dopaje y castiga ejemplarmente a quien incurre en él. Pero el sistema general de valores en el que se desenvuelve indirectamente lo termina promoviendo. «El espíritu amateur que se pusiera en marcha con la reedición moderna de los Juegos Olímpicos de la mano del Barón Pierre de Coubertin en 1896 en Atenas, ya no existe. El deporte, por cierto, no nació como actividad profesional; distintas sociedades, a su modo, lo han cultivado a través de la historia, siempre como culto a la destreza corporal. La profesionalización y su transformación en gran negocio a escala planetaria es algo que solo el capitalismo moderno pudo generar», declaró hace unos años un funcionario del COI. Por supuesto, le costó la expulsión.
Justicia, solidaridad, amor y paz son el barniz políticamente correcto del sistema, pero la explotación inmisericorde y la guerra son su motor real. Un deportista profesional que se dopa solo repite ese modelo tan «normal» que mueve al mundo contemporáneo. Sin dudas: un disparate.
Fotografía principal tomada de Simplemente futbol.
Marcelo Colussi
Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
Correo: [email protected]
Esto es cierto en general. Pero lo de que el deporte pudo haber algún día tenido un noble propósito, incluso en sus inicios … Aristoteles exaltó el deporte como una forma muy elevada de «contemplación» (a los griegos les parecía elevado todo lo que resaltara la juventud y mejorara la belleza física) pero los deportes griegos eran organizados para generar unidad política entre los dispares estados griegos. Los filósofos neomarxistas de la Escuela de Frankfurt (como Adorno) son los mejores para analizar esto, y arguian que los deportes a nivel olimpiadas modernas, desde su inicio, se convirtieron en una nueva forma de paganismo que servía para sustituir la religión y para integrar a la gente dentro de la órbita del capitalismo y de un nacionalismo barnizado de virtudes deseables tipo «mente sana en cuerpo sano» y demás. Antes del capitalismo moderno, el deporte era algo que servía de recreo a la aristocracia, el populacho en general, no hacía deporte tal cual. Hacían «juegos» en ferias y así. La verdad es que lo de mente sana en cuerpo sano es una frase vacía, los deportistas pueden ser de las personas más egocéntricas y canallezcas, pues a como son los deportes, fomentan una exaltación constante del Ego con el objetivo de ganar. Cuando una se mete en deportes, de lleno, todo gira alrededor del YO: mejorar el performance para ganar más seguido o perder menos feo, al menos. Es muy diferente una chamusquita de barrio entre cuates para generar convivencia a lo que son los deportes formales, que es espectáculo, hostilidad canalizada hacia llegar antes que los demás a la meta y como business, demasiado dinero. De último, los deportes –especialmente a nivel internacional– se supone están para fomentar amistad entre países pero son una forma disimulada de exacerbar nacionalismos e implantar dominio. Solo hay que ver las naciones que siempre ganan la mayoría de medallas y cuales deportes son los privilegiados por los medios: los deportes en los que destacan las naciones de avanzada. A veces, claro, permiten a un Barrondo destacar por que contribuye al mito de que en los deportes, todos son iguales, es solo cuestión de «drive» y disciplina. Pero es un negocio corporativo transnacional que explota a los atletas, fomenta el uso de drogas y solo lo castiga cuando se ven forzados admitir en público que la situación existe.