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Abril de 1920: a cien años de la primera revolución del siglo XX guatemalteco (II)

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Abril de 1920: a cien años de la primera revolución del siglo XX guatemalteco (II)

Edgar Ruano Najarro | Política y sociedad / LA RAZÓN DE LA HISTORIA

El unionismo

Paulatina y casi literalmente entre los escombros dejados por el terremoto, se inició en la capital, a partir de enero de 1919, el proceso de organización de la oposición política. La iniciativa partió de una fracción de la élite económica excluida del ejercicio del poder, cuyos más connotados dirigentes, en palabras de Carlos Figueroa Ibarra, eran descendientes de las viejas y acaudaladas familias de la oligarquía terrateniente y comercial que controlaban la tierra y el comercio desde los tiempos de la colonia. Tal es el caso de Manuel Cobos Batres, del obispo José Piñol y Batres y de Luis Pedro Aguirre. Otros, como el abogado Tácito Molina, el comerciante Emilio Escamilla, José Azmitia y Eduardo Camacho, mantenían fuertes vinculaciones con las élites económicas tradicionales del país.

El plan inicial contemplaba llevar a cabo una especie de concientización de la población capitalina acerca de sus condiciones de vida y de la situación política nacional por medio de una serie de nueve conferencias que estarían a cargo de monseñor José Piñol y Batres. Los nuevos sermones del religioso (tiempo antes había ofrecido pláticas similares), que comenzaron en mayo, señala Rafael Arévalo Martínez, se convirtieron en conferencias cívicas en las que demandaba la elevación del nivel de la educación pública y privada, el respeto a los derechos humanos, libertad, justicia social, elecciones libres, libre emisión del pensamiento, erradicación de la pobreza, la honestidad de los funcionarios públicos. En total fueron nueve conferencias dictadas en el momento del sermón en la misa dominical.

Todas estas ideas, propagadas desde el púlpito de la iglesia de San Francisco, tuvieron gran impacto sobre la población. Diversos grupos sociales hicieron suyas las demandas del prelado, entre ellos los trabajadores artesanos urbanos, quienes habían venido acumulando un gran descontento a lo largo de la dictadura cabrerista, en particular a causa de los trabajos forzados a los que se veían obligados en los talleres de los cuarteles y de otras dependencias del Gobierno. Por ello, los líderes artesanos y obreros fueron más lejos e iniciaron pláticas con los agremiados de las asociaciones mutualistas, con el propósito de organizar la lucha contra el régimen.

La actividad organizativa de estos trabajadores pronto logró articular a los ferrocarrileros y a diversos grupos de obreros y artesanos del interior del país. En junio de 1919 fundaron el Comité Patriótico de Obreros, agrupación que el 20 de septiembre cambió de nombre por el de Liga Obrera, entre cuyos objetivos figuraba el de convertirse en un partido obrero que lucharía por reivindicaciones laborales y para exigir al Gobierno el cumplimiento de la ley. Los dirigentes obreros fueron el sastre Silverio Ortiz, electo presidente de la agrupación, el tejedor Pioquinto Velázquez, el alfarero Pedro Díaz Maltés, el talabartero Bernabé Salazar, los carpinteros Saturnino González y Antonio López, así como los hojalateros Damián Caniz y José A. Estrada.

Como puede verse, la oposición activa al régimen estaba surgiendo espontáneamente entre diversos sectores de la sociedad guatemalteca y a la altura de la segunda mitad de 1919 estaba claro que había una coincidencia entre dos grupos sociales que parecían ser los más organizados, es decir, los profesionales y empresarios de la élite económica y los trabajadores artesanos, con respecto a la dictadura: había que derrocar al tirano y desmantelar su régimen despótico. Los chancles o señoritos (como así se les llamaba popularmente a los miembros de las élites económicas y de la intelectualidad) comprendieron muy pronto que una alianza entre ambos sectores sociales podría constituirse en un poderoso frente contra la dictadura estrada cabrerista y le propusieron a los obreros que se unieran ambos grupos en una sola agrupación que llevara adelante la lucha contra el régimen.

Para los trabajadores debió ser una verdadera sorpresa que el grupo acomodado les propusiera semejante alianza, dado que muchos de ellos eran o habían sido sus patrones. Por ello, los obreros decidieron llevar a cabo una asamblea en la cual discutirían el tema y tomarían una resolución. El 16 de noviembre de 1919 tuvo lugar la sesión obrera, que vista desde una perspectiva histórica, marcó un hito en el desenvolvimiento de la clase obrera guatemalteca. Por primera vez, una élite obrera se reunió en el país con el objetivo de discutir la conveniencia o no de unirse en un proyecto político con otro grupo social. Por la unión votaron 28 de los presentes contra 10 que no creían en las ventajas de la unidad con los señores.

Firma del Acta de los Tres Dobleces, tomada de Wikimedia Commons.

Una vez comunicada la decisión, las cosas estuvieron listas para el 25 de diciembre cuando fue fundado el Partido Unionista, cuya acta de fundación fue denominada «el Acta de los Tres Dobleces», por haber sido impresa en un pliego doblado en tres partes. Fue calzada con 51 firmas, 31 de miembros de la élite económica y profesionales y 20 de obreros artesanos, cuyas firmas quedaron separadas bajo el rubro de la Liga Obrera. El siguiente paso fue la distribución del documento. Un autor reciente, Hernán del Valle, señala con agudeza que los señores repartieron profusamente el acta de los tres dobleces en sus reuniones y bailes oficiales del 31 de diciembre, especialmente en el Club Americano, mientras que los obreros, amparados por la oscuridad de la noche, lo hicieron pasando el documento bajo las puertas de los domicilios particulares. La importancia del documento descansó en dos factores: primero, desencadenó la crisis política; segundo, fue el primer pacto político que suscribieron las dos fuerzas sociales emergentes en aquel momento, las burguesías pequeña y grande y la clase obrera. En especial para los obreros, el proceso fue de singular importancia porque fue el ingreso de los trabajadores a la historia nacional como un sector protagonista e impulsor de un proyecto político nacional.

El objetivo que aparece expuesto en el Acta de los Tres Dobleces es la unidad de Centroamérica. Por ello se le denominó Unionista, pero hay suficientes señales (o al menos una discusión al respecto) de que se trató de una maniobra política, primero para arrebatar a los liberales la bandera del unionismo centroamericano, que era una consigna y un sentimiento muy arraigado forjado desde los tiempos de Barrios. En segundo lugar, ello mismo evitaría o quizá aminoraría la represión por parte del Gobierno, el cual no estaba acostumbrado, ni lo permitía, que se organizara la oposición política.

En ningún momento se hace mención en el Acta del propósito fundamental que era el derrocamiento del presidente Estrada Cabrera. Sin embargo, en uno de sus artículos se expresa el objetivo de trabajar para que la democracia se hiciera efectiva en Guatemala. Esto fue interpretado inmediatamente como un desafío al Gobierno, lo que provocó las adhesiones de millares de personas al movimiento unionista, el terror de algunos y la furia y persecución del dictador a los principales líderes del movimiento. La noticia de la constitución del Partido Unionista y la distribución del Acta de los Tres Dobleces aceleró los acontecimientos. Cada uno de los bandos, la oposición unionista y el Gobierno, comenzó a mover sus piezas en una especie de carrera contra el reloj. Por un lado, estudiantes universitarios, profesionales, comerciantes, obreros y artesanos, industriales y comerciantes, y el pueblo en general, empezaron a inscribirse en el Partido Unionista. El 5 de enero, ya de 1920, se constituyó el Club Unionista de Quetzaltenango, el 14 del mismo mes fue fundado el Club Unionista de Estudiantes Universitarios (que en realidad es el antecedente inmediato de la Asociación de Estudiantes Universitarios). Les siguieron decenas de clubes unionistas que fueron fundados espontáneamente en diversos barrios de la capital y en varios departamentos de la República. Al mismo tiempo, se advirtieron las primeras señales de resquebrajamiento del régimen. Funcionarios otrora leales a Estrada Cabrera buscaron secretamente la alianza con los unionistas, al igual que importantes jefes del Ejército. El 15 de enero apareció el primer número de El Unionista, pequeño periódico del nuevo partido de un formato de media carta, bajo la dirección de Emilio Escamilla.

Periódicos publicados por el Partido Unionista.

El Gobierno no tardó de responder como acostumbraba, con la represión. Clemente Marroquín Rojas, uno de los fundadores del club unionista universitario, dejó un vívido relato de la ola de persecuciones y detenciones que se desató entre enero y febrero. Dirigentes del Partido Unionista, como fue el caso de los hermanos Bianchi, Julio y Fridolino, Luis Cobos Batres, Eduardo Felice y el estudiante Alfonso Orantes fueron detenidos por la llamada «policía reservada». Obreros como José A. Miranda, Ernesto C. López, Alfredo Cifuentes y otros también fueron capturados. Frente a las detenciones, los personeros unionistas respondieron con la ley en la mano. Presentaron amparos de exhibición personal y fue la primera vez durante todo el régimen de Estrada Cabrera que algunos jueces y magistrados cumplieron con el procedimiento legal al margen de los deseos del presidente.

En el terreno político, el presidente trató de retomar la iniciativa y envió una orden, a todos los rincones del país, en el sentido de fundar clubes liberales que debían detener el avance de los «conservadores que pretendían regresar al poder». Para el último día de febrero, el régimen se jugó la carta de ganar la calle. Se citó a una manifestación callejera en la ciudad de Guatemala a todos los liberales, pero la efectiva labor de propaganda de los unionistas disuadió a miles de potenciales manifestantes, con lo cual la demostración de apoyo al régimen apenas logró reunir a unas tres mil personas.

La dirección política del oficialismo la tomó el Club Liberal 2 de Abril (fecha de la muerte en el campo de batalla de Justo Rufino Barrios) y convocó a la Convención Liberal precisamente para el próximo 2 de abril. Sin embargo, en el mismo partido liberal comenzaron a surgir las desavenencias con el presidente, ya que sus dirigentes y delegados a la Convención trataron de salvar al partido con la formulación de un programa político que se distanciaba del presidencialismo y hacía algunas críticas veladas a funcionarios y al mismo mandatario. La mesa directiva de la Convención que fue electa era «cabrerista», razón por la que el esfuerzo de la Convención y el lanzamiento de un nuevo programa político liberal fueron en vano. El programa quedó engavetado en La Palma, es decir, en la residencia presidencial.

Mientras tanto, los unionistas seguían avanzando. En febrero encargaron a Eduardo Camacho la tarea de organizar la lucha armada en caso fuese necesario, para lo cual le dieron «facultades omnímodas». Luego, aumentaron sus contactos con los diputados a la Asamblea Legislativa y, merced a una alianza con los diputados cabreristas que defeccionaban del bando presidencialista, puede decirse que a principios de marzo los unionistas habían logrado mayoría en dicho cuerpo del Estado, el cual, junto con el Poder Judicial, se le había escapado de control al mandatario. Solamente queda el Ejército, manifestó en aquellos días Manuel Cobos Batres, quizá el máximo líder del unionismo.

La manifestación del 11 de marzo (I)

A la altura del 9 de marzo, Manuel Cobos Batres, máximo dirigente del Partido Unionista, tenía suficientes motivos para sentirse ufano y satisfecho. Así se lo hizo ver en una carta a su hermana Adela, a quien en una especie de balance le decía que después de sesenta y nueve días de lucha, el unionismo parecía que vería cumplidos sus objetivos. De 53 personas que firmaron el acta de constitución del Partido, ahora pasaban de sesenta mil adherentes y seguían fundándose clubes unionistas en todo el país. Publicaban cuatro pequeños periódicos, El Unionista, que era diario; El Estudiante, de los universitarios, que era bisemanal; el Obrero Libre, de la Liga Obrera, que era bisemanal también, y La Unión Profesional, que salía una vez por semana. En las cárceles del país guardaban prisión unas quinientas personas por motivos políticos, entre quienes estaba un par de dirigentes del partido, Tácito Molina y Emilio Escamilla, así como muchos otros profesionales conocidos. Pero hasta el momento tan solo un muerto, un unionista que había sido atacado a tiros en Mazatenango. Mientras tanto, los esbirros del régimen, militares y policías, así como muchos civiles y hasta diputados cabreristas dudaban de tomar medidas contra el pueblo y se veía claramente que muchos procuraban distanciarse del dictador.

En esas condiciones, con la crisis política en constante aumento, la directiva del unionismo decidió jugarse una carta decisiva, de alto contenido político, esto es, sacar a las masas a la calle en una demostración multitudinaria. Bien es sabido que en muchas revoluciones las movilizaciones masivas, las manifestaciones, en fin, la población en las calles, junto con la huelga general, a menudo constituyen el preludio inmediato, o la primera fase, de la revolución, ya que se crea un estado de ánimo colectivo de rebelión, en el que la población pierde el miedo de salir a protestar a la calle y en poco tiempo se siente dispuesta a todo, a cualquier recurso que se considere necesario para derrocar al régimen establecido personificado ya sea en la figura de un rey, zar, sha, o bien un dictador a la antigua o una dictadura militar. Por su parte, el gobierno comienza a vacilar y el único medio que le queda es la represión violenta de las demostraciones, lo cual al final puede convertirse en un arma de dos filos. Eso sucedió en Guatemala en esos días de marzo. Como ya se ha dicho, el ideal de la unión centroamericana era una bandera política, tanto de los liberales desde Barrios, como de los nuevos unionistas, de tal manera que se estaba produciendo una curiosa competencia para aparecer cada bando como más partidario de la unión centroamericana que el otro. En ese tenor, la Asamblea Legislativa, controlada por Estrada Cabrera, emitió el decreto n.° 1020, de fecha 10 de marzo, que en un único artículo dice que «la Nación reconoce la necesidad ingente de que se unan los cinco Estados del Istmo en una sola República; y en consecuencia, el Poder Ejecutivo procederá lo más pronto posible a hacer las gestiones internacionales consiguientes cerca de los otros Gobiernos de Centro América para procurarla realización de este ideal del Pueblo de Guatemala».

Manifestación del 11 de abril de 1920, a la izquierda, la columna del Club Unionista de Profesionales; a la derecha, la columna del Club Unionista de Estudiantes Universitarios.

La directiva del Partido Unionista la tomó en el aire. Convocó a una manifestación masiva a todo el pueblo para «ofrecérsela» (dedicársela o en homenaje) a la Asamblea por dicho decreto. Al llevar a cabo dicho homenaje a la Asamblea Legislativa, era clara la intención de los unionistas de meter una cuña entre los diputados y el mandatario. La respuesta al llamado fue impresionante. A las dos de la tarde comenzó a marchar la gruesa columna de la sede del partido (12 calle y cuarta avenida) hacia la sexta avenida, para tomar rumbo al sur, a la dieciocho calle. La manifestación se dirigía a la sede de reuniones de la Asamblea Legislativa, la cual, por órdenes de Estrada Cabrera, se reunía en las instalaciones de la Escuela Politécnica, pues se decía que el edificio propio de la Asamblea había quedado dañado por los terremotos, pero en realidad el dictador quería a los diputados lo más lejos del centro de la ciudad y encerrados en un cuartel. La columna iba ordenadamente encabezada por la directiva del partido, con excepción, desde luego, de aquellos que estaban detenidos. Seguían grupos grandes de personas por sector, primero los jefes y militantes locales del partido, luego el contingente de la Liga Obrera, seguida del Club de Estudiantes Unionistas, de los profesionales, etcétera. Finalmente, toda la población, hombres mujeres y niños. Los participantes en la manifestación se calcularon entre treinta y dos a cuarenta mil personas para una ciudad que por esos días tenía unos cien mil habitantes. Al pasar por la sexta avenida, de las casas lanzaban a la columna tantas flores que parecía confeti. Uno de los directivos que iba al frente, Luis Pedro Aguirre, le decía a José Azmitia, quien portaba la bandera de Centroamérica: más despacio Don José, esto es demasiado hermoso.

Al llegar a la dieciocho calle, la columna doblaba a la séptima avenida para encontrar la Avenida La Reforma y llegar al edificio de la academia militar, en donde sesionaban los diputados, con mucho público presente, entre el cual estaba el cuerpo diplomático en pleno, que no se perdía ninguna sesión de los diputados. Según Arévalo Martínez, el Gobierno colocó contingentes de policía en la dieciocho calle para impedir el paso de mujeres y niños; escalonó tropas y ametralladoras a los lados de la Avenida Reforma y enfocó la artillería de los fuertes de San José y de Matamoros en esa dirección. En el interior de la Escuela Politécnica, se apostaron tropas con la orden de impedir el paso a los diputados que quisieran salir a ver la manifestación y por supuesto evitar que una eventual delegación de los manifestantes ingresara al edificio. En las troneras del cuartel fueron colocados cadetes de confianza con rifles en la mano, mientras que en las afueras del edificio, varias decenas de hombres vestidos de particular, fuertemente armados, serían los encargados de disparar sobre la multitud, pero antes había que lograr que el cuerpo diplomático se retirara, para lo cual se pusieron varios coches a su disposición. Así pues, en pocos minutos se encontrarían los dos bandos, el pueblo desarmado dirigido por los unionistas y las fuerzas de seguridad del Gobierno con el dedo en el gatillo. En medio quedaban los diputados, quienes tendrían que tomar la decisión de su vida: o seguían bajo las órdenes de Don Manuel o se inclinaban hacia el pueblo en rebeldía.


Con información de Rafael Arévalo Martínez, Enrique Wyld Ospina, Clemente Marroquín Rojas, Carlos Figueroa Ibarra, Hernán del Valle y Rafael Montúfar. Las fotografías han sido publicadas en numerosos libros y revistas, aunque para esta ocasión fueron proporcionadas por Foto Rex, además, varias fotografía son de Rafael Montufar.

Imagen principal, la diosa Minerva guiando a Manuel Estrada Cabrera, libre de derechos de autor.

Continuará.

Edgar Ruano Najarro

Guatemalteco sociólogo e historiador. Se ha desempeñado en la docencia universitaria. Ha publicado diversos títulos cuya temática ha estado relacionada con la historia política de Guatemala del siglo XX.

La razón de la historia

1 comentario

  1. Estimado profesor Ruano: Muchas gracias por esta excelente narración de sucesos que, evidencian una clara y profunda labor de investigación. Lo felicito por la claridad con que presenta los hechos.

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