Guatemala: el coronavirus y el rey desnudo
Rafael Cuevas Molina | Política y sociedad / AL PIE DEL CAÑÓN
Con coronavirus o sin él, Guatemala está en una situación calamitosa. El virus llega y lo pone más en evidencia. Muestra las enormes falencias de nuestro Estado, la mediocridad de nuestros funcionarios, la incompetencia de nuestros gobernantes, el cinismo de nuestras clases dominantes, el desamparo de la mayoría de la población.
El virus va quitando velos. Atrás de ellos no hay más que hospitales paupérrimos, médicos dejados de la mano de Dios, gente que se muere sin siquiera haberse enterado que la pandemia existía. Vidas que valen y vidas que no valen.
Atrás de ellos, los avorazados aprovechando el desconcierto y el caos para elucubrar leyes que les favorezcan, para proponer abyecciones que les permitan lucrar sin freno por cien años, succionar al ya famélico Estado que sigue siendo la piñata de su fiesta a la que hay que golpear con furia para que suelte los últimos confites que le van quedando.
Siempre ha sido así, es cierto, desde que cualquiera de nosotros tiene memoria. Hasta donde alcanzamos a recordar, hay siempre un grupo de zánganos atiborrándose la panza; algún militar o policía apaleando a alguien; alguien quejándose de que a los indios relamidos se les subieron demasiado los humos.
Cualquiera en este país ha visto la miseria saltando de improviso en cualquier esquina; andrajosa, sucia, con los mocos tiñéndole el labio superior con una mancha amarillenta, las piernas flacas, el pelo pegosteado y los ojos vidriosos pidiendo algo para comer.
Es el virus de la pobreza que en esta esquina del mundo nos tiene pegados a las partes bajas de todas las estadísticas del planeta. El virus sin corona que se lleva más vidas que el coronado, que no lleva sin embargo al confinamiento a las señoras fufurufas que se pasean orondas entre el pobrerío que les ofrecen chicles, pastillas para aromatizar el aliento, golosinas para regalarle a los nenes cuando regresen del colegio.
Llega de pronto el virus coronado, el coronavirus, y deja todo al desnudo: la pobreza que no permite ni comprarse una mascarilla. Los apestados del siglo XXI, que son enviados avión tras avión desde el sueño americano al leprosorio que está en una esquina del mundo y que se llama Guatemala. ¿Quién puede contener todo eso, que velo puede taparlo? No hay alfombra bajo la cual echar tanta podredumbre.
Llegó en coronavirus haciendo sonar las trompetas que parecen anunciar el inicio del apocalipsis, la apertura de las enormes puertas por donde pasará el fin del mundo, el de los incendios continentales, los huracanes devastadores, los calores insoportables. En los ojos asustados se refleja la parca blandiendo la guadaña, riéndose a mandíbula batiente de quienes creyeron que podrían, con su dinero, encontrar refugio en alguna parte y que ahora se ven cercados. Como todos.
Nada nuevo para nosotros. Lo nuestro ha sido el apocalipsis siempre, de nunca acabar, reiterado como noria que gira y gira moliéndonos la vida. Este virus coronado pasará y nosotros quedaremos enfermos, como siempre, no de él, sino del virus de la pobreza que no nos suelta la yugular y nos chupa la sangre como zancudo gigante.
Rafael Cuevas Molina
Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.
¡EXCELENTE!
Triste la realidad para nuestra querida Guatemala. Excelentearticulo mi querido amigo Rafita. Tu cuate Cebolla