Érase una vez… en Guatemala (sobre Jinetes en el cielo, de Mario Roberto Morales)
Matheus Kar | Arte/cultura / BARTLEBY Y COMPAÑÍA
El 22 de agosto se estrenó, en Guatemala, Once upon a time… in Hollywood, la novena y, según el mito, penúltima película de Quentin Tarantino. Situada en los finales de los sesenta, Leonardo DiCaprio interpreta a Rick Dalton, protagonista de la ficticia serie de televisión western Bounty Law, y Brad Pitt, quien le da vida Cliff Booth, un veterano de guerra que vive en un remolque con su pit bull, Brandy, y que, esporádicamente, es el doble de acción del primero. Como toda estrella hollywoodense, Rick Dalton vive en Los Ángeles. Específicamente, en Benedict Canyon, Cielo Drive, del lado oeste de la ciudad, un vecindario donde han vivido cientos de famosos, como Charlie Chaplin, Jimmy Hendrix, Mark Wahlberg o Harold Lloyd.
Los vecinos del ficticio Rick Dalton son Sharon Tate y Roman Polanski. Es decir que, si nos encontramos al final de los años sesenta, en Cielo Drive y junto a la casa de Sharon Tate, la película obligatoriamente tratará o relatará el asesinato de la actriz a manos de la familia Manson, una secta establecida en California, dirigida por Charles Manson, y que ganó notoriedad luego de asesinar a varias personas el 9 de agosto. Hago énfasis en esto porque, de no tener en cuenta la historia de estos asesinatos, más de la mitad de la película sería aburrida y plana y se acercaría más a una serie de viñetas unidas por el pretexto del metacine (el cine que habla del cine).
¿Por qué no es así? La tensión narrativa de la película consiste, básicamente, en saber el contexto de los acontecimientos: el 8 de agosto de 1969, Sharon Tate, Jay Sebring, Voytek Frykowski y Abigail Folger fueron asesinados por los miembros de la «familia». La policía encontró los cuerpos de Tate y Sebring en la sala de estar, con una cuerda larga atada a sus cuellos para conectarlos entre sí. En el jardín de la entrada, encontraron los cuerpos de Frykowski y Folger. Todas las víctimas, a excepción de Parent, habían recibido numerosas puñaladas. En el informe forense se constata que Tate «recibió dieciséis puñaladas, de las cuales cinco habrían sido mortales por sí solas». Llámenle morbo o necesidad histórica, pero la gente, sobre todo el público norteamericano, acudió al cine para ver esta masacre. Pero Quentin Tarantino le dio la vuelta a nuestros oscuros deseos: no los satisfizo y, en cambio, esperó hasta el último minuto para cambiarnos el argumento e incluso, el que nosotros creíamos, el tema de la película: pasó de ser la historia de uno de los asesinatos más indignantes para los estadounidenses a ser la historia de un estupendo actor depauperado que, por el azar de ser vecino de uno de los grandes directores de la época, logra reconstruir su carrera.
Pero, ahora, yo les pregunto, ¿qué pasaría si todos los archivos que recogen la información desapareciera y el único archivo fuera Érase una vez… en Hollywood? ¿Cambiaría la historia o dejaríamos de ver el trabajo de Tarantino con los mismos ojos? ¿Sería más justo o menos injusto? ¿Es posible que un texto literario pueda leerse como un documento histórico, o como un filtro de este último, teniendo en cuenta que ya personajes como Alfonso Reyes han indicado que Heródoto falseó y literalizó algunos de sus escritos?
Eso mismo me pregunto al leer la novela de Mario Roberto Morales, Jinetes en el cielo (2012, Vaso Roto Ediciones; 2019, Editorial Cultura). ¿Qué pasaría si todos los documentos, testimonios, crónicas y grabaciones versadas en el conflicto armado guatemalteco desaparecieran y solo quedara esta novela? ¿Pasaría esta a ser la historia oficial, totalizante, que signifique una época que abundó en guerras sucias, confusiones, traiciones y pactos bajo la mesa?
La lectura que le doy a la novela no es, por tanto, la de un «punto de vista», o de ficción, pues ya Derrida, hace varios años, dijo que todo aquello que es escrito apenas se asemeja a la verdad y por poco se escapa de ser «ficción», siendo el lenguaje tan generalizante, extirpándole su particularidad a los hechos. Por eso mismo, no quisiera hablar de la imagología en Mario Roberto Morales, sino de la «disputa por la verdad» en su novela y en espacios adyacentes. Entendemos «disputa por la verdad» como aquel momento crucial en la historia de un territorio donde ciertos personajes o sectores batallan, desde la oficialidad o la clandestinidad, por quién tiene la razón y, por lo tanto, quién posee la verdad de un suceso. Y el problema es que centrar los hechos en torno de la verdad solo lleva a absolutizarla; es decir, a suprimir pasajes, borrar evidencias y excluir actores. Y toda la historia de la humanidad es susceptible a esto, quizá por eso Nietzsche afirmó que no habían hechos, solo interpretaciones. Asimismo, alguien más dijo: «La historia la escriben los ganadores».
Pero ya basta de vueltas. Los eventos que la novela de Mario Roberto Morales opera son las condiciones que posibilitaron los Acuerdos de Paz tras el conflicto armado interno. La versión que la mayoría de nosotros conocemos es la de nuestro libro de sociales de quinto o sexto primaria, ese mismo texto que se engalana y se siente orgulloso de decir que a los nativos de América los descubrió Cristóbal Colón, que a los pueblos prehispánicos los salvó del paganismo la Iglesia católica y que Europa trajo el desarrollo a nuestras tierras, y que, de no ser así, quizá seguiríamos ofreciendo sacrificios humanos a Kukulkán. Hoy en día, sabemos que no fue «descubrimiento» sino invasión y que Colón se murió creyendo que había llegado a las Indias orientales. ¿Qué sucedió en ese momento? ¿Por qué conocimos únicamente la versión española? Primero, porque el sistema de comunicación de saberes era la escritura alfabética y no ideográfica, como las culturas prehispánicas. Segundo, por la eliminación sistemática de la cultura americana previa a la conquista. Y tercero, porque el sistema de dominación impuesto anulaba la episteme indígena y descalificaba sus conocimientos. Finalmente, la cultura europea terminó desplazando a la americana e impuso un sistema de creencias, de valores, de conocimientos y de leyes. Hubo un ganador y un perdedor.
Sin embargo, en la Guatemala contemporánea, extrañamente, no sucede así. Aunque la derecha, se podrá decir, ganó, ideológicamente, el conflicto armado, ella no es la que escribe la historia. ¿Por qué? Porque tenemos la élite económica menos ilustrada de América. No escribe, no lee y no argumenta. Irónicamente, la historia la escriben otros, o no se escribe. Un ejemplo claro es el periodo de los cincuenta del siglo pasado, la llamada Primavera Democrática y la Contrarrevolución. Por ejemplo, los libros Rapsodia del crimen, de Tony Raful; Vida y magnicidio de Carlos Castillo Armas, de Rolando Girón Romero; Comunidad y Estado durante la revolución, de Edgar Esquit; Árbenz, una biografía, de Carlos Sabino; Un sueño de primavera, de Ramiro Ordóñez-Jomana, Guatemala 1944: crisis y revolución, de Tischler Visquerra, y, cómo no, Tiempos recios, de Mario Vargas Llosa. Estos textos desean suturar, cerrar, significar, una época pasada, con el objetivo de apropiarse de la historia y definir a los protagonistas y ganadores de esta.
La historia en sí es un campo de combate, y es de ahí de donde proviene el relato que Mario Roberto Morales nos ofrece. ¿Quién ganó el conflicto armado? ¿Quiénes fueron los actores? ¿Por qué, a pesar de firmarse la paz, no es evidente la justicia? ¿Qué tan revolucionaria fue la izquierda? ¿Fueron los militares y los guerrilleros bandos opuestos o enemigos con oportunas casualidades? ¿Podemos creer en la verdad? ¿Qué versión de la historia conocemos? ¿Cuál es la que nos han contado y a quién beneficia? Estas son algunas de las preguntas que me surgen.
Sin embargo, hay un terrible problema en considerar la «disputa por la verdad» o la «disputa por la historia» como un evento ajeno a la Historia; la disputa también es Historia. Ivan Jablonka, historiador francés de origen polaco, propone en su libro, La historia es una literatura contemporánea (2016), que es necesaria una nueva operación de sentido reflexivo, argumental y ético que una la literatura con las ciencias sociales y las humanidades. No puede, para él, existir mayor aspiración en la escritura que decir el mundo. La literatura y las ciencias sociales, según Jablonka, pueden, y deben, imbricarse para potenciar tanto la reflexión como la comprensión por medio de la escritura. En ese sentido, debería de abolirse el divorcio entre la escritura de la historia y la escritura de la literatura, para unirse en un nuevo tipo de escritura que aspire a tener tanta verdad como rigor. Jablonka señala en el prólogo de su obra:
[…] si la escritura es un componente insoslayable de la historia y las ciencias sociales, lo es menos por razones estéticas que por razones de método. La escritura no es el mero vehículo de “resultados” ni el paquete que uno ata a las apuradas, una vez terminada la investigación: es el despliegue de ésta, el cuerpo de la indagación. Al placer intelectual y la capacidad epistemológica, se agrega la dimensión cívica. Las ciencias sociales deben discutirse entre especialistas, pero es fundamental que también pueda leerlas, apreciarlas y criticarlas un público más amplio. Contribuir mediante la escritura al atractivo de las ciencias sociales puede ser una manera de conjurar el desamor que les afecta tanto en la universidad como en las librerías. […] la literatura es apta para explicar lo real […]. La literatura no es necesariamente el reino de la ficción. Adapta y a veces anticipa los modos de investigación de las ciencias sociales. El escritor que quiere decir el mundo, se erige, a su manera, en investigador (Jablonka, 2016, p. 12).
Sin embargo, el peligro de incluir la Literatura como parte de la Historia y la Historia como parte de la Literatura es que, como diría Jacques Derrida, trae consigo su propia borradura: la posibilidad misma de la represión. Un ejemplo claro es que cuando Vargas Llosa presentó su novela Tiempos recios en la Gran Sala Efraín Recinos del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias y los presentadores le preguntaban al peruano, confirmando más bien, si lo relatado no era más que pura ficción.
¿Verdad que es ficción?, le preguntaban.
En su novela Saga de libélulas, Francisco Alejandro Méndez revisa dos acontecimientos que también son tocados en la novela de Mario Roberto Morales: el secuestro de una anciana de la élite económica local y el motín en el Preventivo de la zona 18 que dejó como saldo a seis decapitados y varios heridos. Es curioso cómo en la novela de Méndez los acontecimientos se desentienden de la realidad histórica y se circunscriben estrictamente al fenómeno de pandillas y el crimen organizado (lo cual entra dentro de la libertad creativa). En Jinetes en el cielo, en cambio, los acontecimientos, el secuestro y el motín, son piezas de un rompecabezas histórico que todavía no logramos entender y que, por más libros que se publiquen al respecto, solamente continúa atenuándose con el tiempo, dilatando una imagen clara del evento, como si desde las alturas un poder mayor soplara una espesa neblina que nos termina de cegar el horizonte.
Mientras que en Saga de libélulas el motín del preventivo se debe al montaje de una cortina de humo que permite la fuga de cuatro reos, en Jinetes en el cielo forma parte del plan de silenciamiento de testigos y la eliminación de cabos sueltos en la negociada firma de la paz. Mientras que en la novela de Francisco Méndez el secuestro de doña María Isabel de Alvarado y de la Cueva viuda de Fuentes, descendiente directa de don Pedro de Alvarado, responde a la ambición irracional de la banda los Yugulares; en la novela de Roberto Morales el secuestro de Ana de Hoffman, una anciana de más de ochenta años y viuda del dueño del monopolio del cemento, responde al plan de jubilación de las cúpulas guerrilleras que pactaron los Acuerdos de Paz y la derrota de la izquierda en ese país innombrable en la cabeza del autor.
Ahora quisiera referirme al caso de Juancho, no a su relación con la realidad guatemalteca y el cáncer que mató a la izquierda en Guatemala, sino a la sutil descripción fenomenológica de las ideologías guatemaltecas que hace Mario Roberto. Tanto el Ejército como la Guerrilla resultaron beneficiados con los Acuerdos de Paz:
Mire, Fabián, esto de la paz es una gran puesta en escena. Los militares y los guerrilleros teníamos ya casi quince años de estar jugando al gato y el ratón porque la guerrilla fue derrotada militarmente a los tres meses de iniciada la campaña de «tierra arrasada». (…) Este juego obedecía a las órdenes del Pentágono, la CIA y el Mossad. De pronto, estas instancias nos ordenaron simular que la guerrilla no estaba derrotada y montar el espectáculo de la firma de la paz con la ayuda de la ONU. A los guerrilleros se les ofrecieron cincuenta millones de dólares, (…) se convertiría en partido político y se alternaría en el poder con el partido del actual Presidente de la República, es decir, de la oligarquía… (p. 106).
Con este esbozo del ajedrez político recogido en la novela, podemos hablar mejor de Juancho, un guerrillero que, pese a no tener la conciencia tranquila, en algún momento se negó a negociar con los militares, sobre todo con Cuevas Ruiz, «el maldito genocida» (como le dice), incluso si esa decisión ponía en peligro los acuerdos de paz. Para solucionar esto, los compañeros de Juancho lo traicionaron y lo entregaron a los militares, quienes lo torturaron de manera «técnica y profesional» y terminaron matando, negando, al final, su existencia, conciliando esta versión con la de la guerrilla, quienes también aseguraban no haberlo conocido.
Ahora bien, lo que debería molestarnos no es en sí este acto de «injusticia», sino el quebrantamiento de la ley suprema de las ideologías: «la fuente del totalitarismo es un vínculo dogmático con la palabra oficial», cuyo caso no es este. En esta novela ni los militares ni los guerrilleros respetan su propia ideología. Al igual que Žižek en su libro El sublime objeto de la ideología, Mario Roberto parece estarnos diciendo que «un compromiso excesivo con el Bien puede en sí convertirse en el mayor Mal (…). En las sociedades contemporáneas, democráticas o totalitarias (…), la ideología imperante no pretende ser tomada en serio o literalmente. Tal vez el mayor peligro para el totalitarismo sea la persona que toma su ideología literalmente» (p. 55). Por eso mismo, Juancho es eliminado, su excesivo apego a sus ideales y ética lo mataron, y era un peligro para «los Aacuerdos de Paz». Aclaro que, a pesar de no ser el protagonista, el personaje de Juancho me conmovió y se convirtió en mi favorito. No lo puedo considerar un héroe ni un villano, tampoco un antihéroe (ya que no fue tan astuto, al final de cuentas). Juancho adquiere, al igual que don Giovanni, el estatus de héroe ético, es decir, «de alguien a quien guían principios fundamentales “más allá del principio de placer” y no simplemente la búsqueda del placer o de la ganancia material» (Ibíd).
Casos como este abundan en la historia. Recordemos que el conflicto armado interno inicia no desde la periferia sino desde el mismo centro del Estado. El germen de la guerrilla surge cuando un grupo de jóvenes oficiales, suboficiales y soldados del Ejército Nacional de Guatemala se concentraron en la ciudad de Guatemala con el fin de derrocar al gobierno de Ydígoras Fuentes, manifestando la difícil situación de las unidades militares en cuanto a mal trato y soporte logístico deficiente y por la corrupción y los malos manejos del Gobierno. Tal parece que lo más peligroso para una ideología es el sujeto que se la toma en serio.
Finalmente, me gustaría traer a la mesa un punto que podría resultar, quizá, según algunos comentarios escuchados por ahí, como la debilidad de la novela en el plano del contenido: la reiterada descripción de escenas eróticas, el cual, a veces, suele ser un mal en la literatura guatemalteca, ya que no tiene ningún propósito en el desarrollo de los hechos (cof, cof, no voy a dar nombres). Sin embargo, en la novela de Mario Roberto Morales está plenamente justificado. Los personajes de Maricarmen, Tina Escalante o Brenda podrían ser tachados de promiscuos. A lo largo de la novela, se dedican a corromper la moral en la cama, en el sillón, en la cocina, en la alfombra de amigos y enemigos, aliados y adversarios, familiares y desconocidos. En una obra literaria (hecha con responsabilidad) nada está de más. Está claro que la promiscuidad sexual es una alegoría de la promiscuidad ideológica de los protagonistas. Ni guerrilleros ni militares, ni civiles ni la comunidad internacional respetan acuerdos, tratos ni ideales, puesto que es la única forma de sobrevivir. El que respeta ciertas ideas, muere. El promiscuo ideológico, sobrevive.
Al contrario de Once upon a time… in Hollywood, la película de Tarantino que mencionábamos al principio, en Jinetes en el cielo no hay malos o buenos definidos, no hay un Charles Manson a quien responsabilizar de lo sucedido. Con esta novela, Mario Roberto Morales no busca moralizar o presentar un veredicto del conflicto, nos tocará o les tocará a otros decidir qué pasó, cómo sucedió y por qué. Como el doctor Zhivago o su protagonista Fabián Algara, lo de Morales es «la pregunta, la duda, las respuestas a medias, truncadas por una realidad que se mueve a tal velocidad que no se deja atrapar: como un chisme, como un rumor, como una orquestación de murmuraciones que dejan en la imaginación de la gente mil cambios abiertos para hacer transitar sus fantasías, sus deseos, sus fútiles aspiraciones» (p. 244).
Nota: este texto fue leído en la presentación de Jinetes en el cielo, que tuvo lugar el 27 de febrero, en el Fondo de Cultura Económica.
Imagen tomada de Mariorobertomorales.info
Matheus Kar
(Guatemala, 1994). Promotor de la democracia y la memoria histórica. Estudió la Licenciatura en Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el II Certamen Nacional de Narrativa y Poesía «Canto de Golondrinas» 2015, el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» (2016), el Premio Nacional de Poesía “Luz Méndez de la Vega” y Accésit del Premio Ipso Facto 2017. Su trabajo se dispersa en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha publicado Asubhã (Editorial Universitaria, 2016).
Extraordinario.
Quienes fuimos fuertemente golpeados por esa guerra, nos identificamos.
«¿Qué cáncer mató a la izquierda en Guatemala?» En mi región, la guerrilla extorsionaba, asesinaba a cualquier empleado del Estado por la estúpida idea que tenían de que eran «los malos». Mi padre, Vicente Paúl Morales Hidalgo, Alcalde Asesinado el 21 de mayo de 1981, en Santa Ana Huista, Huehuetenango, fue una de sus víctimas.
«…ni los militares ni los guerrilleros respetan su propia ideología»
Muchos exguerilleros amasan fortunas con sus Oenegés, aprovechando la miseria e ingenuidad de la gente
Muy bien…. A seguir analizando otras obras que el toque crítico es excelente
Al leer a jóvenes como Matheus respiro con esperanza y me parece ver una luz al final del túnel. Los politicastros, de cualquier ideología, son unos delincuentes. Se suman a mi esperanza Elder Exvedi y Fernando González. ¡Adelante joven Matheus!
Estimado Dennis Orlando Escobar Galicia, saludos cordiales desde Santa Ana Huista, Huehuetenango. Siempre leo esta revista. Agradezco el envío a mi correo. Sin tan solo este país leyera. Por cierto, en mi biblioteca tengo algunas obras de don Fernando González Davison, entre ellas, Matuslén, el heterodoxo, OSCURA TRANSPARENCIA, LA CAIDA DE ARBENZ, me interesan mucho esos temas y trato de que los patojos del instituto conozcan la historia de este país ingenuo…Saludos
Excelente reseña, muy bien contextualizada.
Mateus creo que si leíste el texto, – o sea si hiciste tu tarea- pero en tu afán de estilo y divismo hasta vos mismo te diste cuenta que estabas hablando demás, no quiero decir con esto que una reseña literaria sea un objetivo, frío y sesudamente estructurado escrito, pero te vas mucho por las ramas, hablas muy perifericamente y cuando aterrizas en la obra, solo decís cosas que le gustan al autor.¿ y qué de tu propio criterio?, ¿y qué de las emociones que te produjo el mismo? ¿Tuviste otras lecturas similares a esa obra , como la de Goldman, Rico o Carrera para ponderar el aporte objetivo de Jinetes en el cielo con respecto de las otras?. Igual creo que para los retos que te estas poniendo a tu edad si puedo decir que sos un lector avanzado.
Tu reseña es delicadamente lacerante, corta con precisión sin desperdiciar ramas, adulaciones o críticas oficiosas.
La parte que más me gustó fue la comparación de la promiscuidad sexual con la ideológica. Creo que lograste con ese párrafo solo, decantar muy bien la doble moral chapina.
Excelente texto.