Lo peor de nosotros
Rafael Cuevas Molina | Política y sociedad / AL PIE DEL CAÑÓN
Lo peor de todos nosotros ha salido a flote en medio de la histeria colectiva. Ya éramos malos, una especie depredadora con su entorno, agresiva con sus congéneres, especialmente con los más vulnerables, pero hacía falta una crisis como la que estamos viviendo con el coronavirus para que terminara de destaparse la calamidad que somos.
He estado tentado de decir la calamidad «en la que nos hemos convertido» pero, la verdad, viendo hacia atrás en la historia, no parece haber respiro, algún tiempo pretérito en el que no fuéramos como somos ahora, enfrentados unos contra otros, dispuestos a degollar al vecino por un plato de lentejas o, para actualizarnos, por un rollo de papel higiénico.
Debo decir que salidas como las de Donald Trump, pidiendo la vacuna contra el virus en exclusiva para su país, no me extrañan. Ese señor ya pasó a la historia como modelo de impresentable, y cada día de supera a sí mismo en exabruptos y patanería.
Pero hay otras actitudes que desnudan lo feo que llevamos dentro, esos humores apestosos que no se sueltan por decencia mientras se sonríe alegre o sensualmente. Esa carcasa civilizada, esa máscara que esconde tras el rostro de niña bonita un alma hedionda.
Esas actitudes, por ejemplo, de aparente criticidad contra el statu quo, que pecan de insensibilidad ante la desgracia ajena, que se burlan implícita y frívolamente del más débil, del más expuesto, que se sienten a salvo y, desde su balcón juvenil, cabellera al viento, desafían las normas mínimas de convivencia en momentos de pandemia, poniendo en peligro estúpidamente a quienes les rodean.
El colmo de esas poses de sobrada prepotencia es celebrar que por su juventud están a salvo y apostar porque los que reciban el impacto sean los que el sistema miraba, desde antes de todo esto, como una carga insoportable, como un lastre que no permitía desarrollar a plenitud la vida. Se alegran de no ser ellos sino los viejos los que estén a los pies del cadalso, los próximos al patíbulo: «trabaja, trabaja, deslómate y después vete, sal de mi vista y márcharte, este es ahora mi lugar, déjame tu sitio», parece ser la consigna que aflora con fuerza.
Nosotros, que nos creemos tan civilizados, mostramos cómo solo estábamos a la espera del momento propicio para sacar a relucir nuestra estirpe hobbsiana de lobos del hombre. Pareciera que vivimos el black friday de la vida y la muerte, histéricos ya no ante los televisores de pantalla plana, sino ante las botellitas de alcohol en gel.
Eso es lo que en última instancia somos, esa pequeña, egoísta y agresiva personita escondida tras el maquillaje y la sonrisa, la consigna facilona y la autosuficiencia individualista.
Alegres vamos por la vida siendo así como somos. Pareciera que es lo único que podemos ser, una especie de virus gigante agresivo y depredador, que vemos el mundo con ojos estrábicos y que hacemos todo lo posible por borrar de la faz de la Tierra a lo que se interponga en el camino depredador que llevamos.
Ojalá que de estas circunstancias aprendiéramos algo, pero no. Pasado mañana se nos habrá olvidado que le deseamos la muerte al viejo de la esquina, cruzando los dedos porque nuestra juventud nos mantuviera a salvo.
No tenemos remedio.
Rafael Cuevas Molina
Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.