Lourdes de Armas
Rodolfo Alpízar Castillo | Arte/cultura / ESCRITO EN CUBA
Lourdes de Armas (La Habana, 1960). Narradora, poetisa, crítica literaria, teóloga. Entre sus obras narrativas se cuentan: Marx y mis maridos (novela, varias ediciones en Cuba y el extranjero; la más reciente en 2018), Sin pudor (cuentos, dos ediciones, una en Cuba, otra en EE. UU., Miradas inquietantes (México, 2017), Zografía (cuentos, Premio Pinos Nuevos 2001); las tres primeras se encuentran disponibles en Amazon. Su obra ha sido traducida al italiano, el croata y el portugués. Por su actividad intelectual ha recibido varios premios nacionales y foráneos. Actualmente dirige la sección de Narrativa de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Dirección electrónica: [email protected]
En cada frontera un ladrón
Para Denny Gabriel y sus amigos de travesía.
Encuentren aquí mi humilde colaboración, un gesto solemne.
Estoy en Panamá, acabo de llegar del hostal que está frente al Hospital Santo Tomás. No sé si es por el calor o por la tristeza, pero tuve que detenerme ante las escaleras del edificio a esperar que pasara la fatiga. Siempre me cuesta definir si estoy fatigada o deprimida.
Fui al hostal para encontrarme con el hijo de una amiga. «Mi hijo va para allá, por favor, ve a verlo», me pedía en un email. Había en su tono amable una señal de angustia. Mi amiga no pedía que le diera dinero ni cualquier otra cosa a su hijo, solo que lo viera.
Eso hice: darle asistencia, conversar, preguntar:
–¿Cómo llegaste?
–En una avioneta que nos trajo desde Darién directo al Hostal.
Lo miré extrañada.
–Sí, ahí todo está cuadrao.
La joven que lo acompañaba me dijo que su hermana le había pagado la avioneta por internet desde Italia.
–Ciento treinta y seis dólares –comentó otro de los que se movían por el estrecho portal.
–¿Eres colombiano? –El tono de su voz me hizo pensar que lo era.
–No, venezolano.
No acababa de salir de mi sorpresa. Algo en el pecho me dolió, no sabía qué decirles, qué aconsejarles. Tuve la impresión de ser una anciana. Sentí que desconocía a aquellos jóvenes, a aquel mundo. Internet, era un puente para la compra de un boleto para un viaje ilegal.
Miré a Dennis y su rostro de veinte años mostró sus dientes parejos y limpios, en una sonrisa de hombre mayor.
–¿El boleto se puede comprar por internet? –preguntó mi curiosidad.
–Sí, claro –respondió la muchacha con naturalidad.
Parece que notaron mi sorpresa, o no sé qué gesto en mi rostro, y comenzaron a contarme en detalles.
El hijo de mi amiga había ido a Venezuela, de allí fue a Ecuador, luego a Colombia, en Darién tomó la avioneta que los trajo a Panamá. La muchacha y él se habían hecho novios durante la travesía. Eso me contó Dennis, que hablaba moviendo las manos, nervioso.
–Dormir en medio de la selva fue muy duro –dijo, y bajó la cabeza.
No quise preguntar los detalles, su silencio comenzaba a asustarme. La joven miró a su alrededor y repitió:
–Fue duro, llegué sin zapatos.
Dirigí la vista a sus pies y me estremeció el color violáceo, la carne viva de sus dedos.
–Perdí muchas cosas, muchas –dijo la voz del venezolano, que me hizo recordar su presencia–. No podemos traer nada, todo lo perdemos en el camino, nos lo quitan.
Dennis lo miró, y su juventud se veía envejecida por sus gestos. Reconocí en su rostro las huellas de la angustia.
–Ser cubano es lo peor– habló mirando hacia los jóvenes, y ellos asintieron–. Nos esperaban en todas las fronteras, de una a otra se avisaban y nos hacían bajar de los ómnibus: «Los cubanos, que se bajen», decían en todos los sitios. Nos pedían dinero y solo así podíamos seguir. El viaje cuesta más dos mil. En cada frontera hay que pagar. Si no, no dejan pasar.
–En cada frontera un ladrón– Mi voz sonó quebrada. Tuve deseos de abrazarlo, de sacar un montón de dólares de mi bolsillo vacío, de salir corriendo.
–Al menos ya la historia terminó –les mentí, sabía que solo comenzaba.
–Nosotros solo queremos trabajar. Solo eso. ¿Por qué tenemos que pasar tanto trabajo para trabajar? En Cuba porque no te pagan, y en los demás lugares… ¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué?
Vi que buscaba la respuesta en mis ojos, esa mirada penetrante de un joven de veinte años. Fue imposible esquivarla. Una mezcla de sensaciones se apoderó de mí, entre ellas la vergüenza. Me sentí fatigada.
Los abracé tan fuerte como pude. Y me fui despacio. Los zapatos me molestaban, o quizás era la tristeza que había alcanzado mis pies.
Fotografía tomada de Asociación Hermanos Saíz, Cuba.
Rodolfo Alpízar Castillo
Traductor literario (portugués-español), narrador, exlingüista, con una extensa lista de publicaciones propias (literarias y lingüísticas) y de traducciones de autores como José Saramago, Mia Couto y Pepetela, ente otros, tanto en su país como en el extranjero. Premio de la Federación Internacional de Traductores por la obra de la vida (2011), junto a otros reconocimientos nacionales. Desde hace dos años mantiene un espacio bimestral dedicado al intercambio de narradores con los lectores.
Correo: [email protected]
Excelente cuento. Muy sincero y bien contado. Felicidades