COVID-19… ¿experimento mediático?
Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
El pánico es más contagioso que la peste y se comunica en un instante.
Nikolái Gógol
La palabra epidemia causa, de por sí, cierto grado de alarma. Y es que sabemos que puede bastar un tosido, un beso, un toque o incluso un piquete de mosquito, para cambiar, no solo nuestra vida, sino la de todos a nuestro alrededor. Esta es la idea general que tenemos de un brote infeccioso, concibiéndolo como un fenómeno sobre el que es muy difícil tener el suficiente control. En la mayoría de los casos, cuanto más cercanas sean las personas infectadas, mayor será el riesgo de contagio y, con ello, el riesgo de las consecuencias de los padecimientos. Sin embargo, no siempre es tan simple, y si incorporamos la idea del surgimiento de nuevas y extrañas enfermedades, de tipo viral, potencialmente letales, para las cuales no hay tratamiento farmacológico o vacuna preventiva, nuestro grado de alarma tiende a crecer sin límite, provocando verdaderos horizontes apocalípticos, en donde el pánico se convierte en la merienda del día a día. Como bien dice el escritor ruso Gógol, el pánico cunde más rápido que la peste, lo cual no nos parece extraño al día de hoy, cuando estamos siendo groseramente bombardeados por una ola de noticias y documentales, que bien podríamos de calificar de alarmistas, al respecto del riesgo cercano, según lo ha manifestado a fines de enero la OMS, al respecto de la posible pandemia del nuevo coronavirus, identificado como COVID-19.
Aunque la OMS ya no usa técnicamente este término (pandemia), ha advertido que el brote de COVID-19 se perfila como una emergencia internacional, que muy probablemente se propagará más allá de lo actualmente previsto. Aunque ya no se utiliza el antiguo sistema de seis fases, este brote correspondería, precisamente, a la fase 6 (entendida como la epidemia de un nuevo patógeno que se propaga fácilmente, de persona a persona, a lo largo y ancho de todo el globo), como se clasificó en los hechos acontecidos en 1918, y más recientemente en 2009, ambos eventos epidemiológicos provocados por el género de los influenzavirus A (H1N1), reconocida la primera como la gran pandemia de la gripe, o gripe española. En términos generales, del nuevo COVID-19 existen cuando menos dos aspectos a tratar: uno en torno de la virología e infectología de la variante aparecida en la ciudad de Wuhan, China, y el otro referido a los modelos que pueden ser aplicados para el estudio de la propagación y difusión del brote. En virtud del espacio, dejaremos en suspenso estos detalles para las semanas entrantes.
En este momento nos llama la atención el desproporcionado revoloteo mediático, por el que viene muy al caso una revisión objetiva del posible por qué de tanto ajetreo. Por un lado, los expertos en las instituciones líderes de la salud pública creen que estamos ante el mayor riesgo, nunca antes experimentado, de sufrir brotes a gran escala (pandemias globales), aún más peligrosos que aquellos que hemos visto antes, léase el SARS, la gripe porcina, el ébola y el zika. En contraposición, ante todos los elementos que refuerzan esta alarmista posición, se encuentran los datos crudos que hablan de la proliferación de una segunda versión del coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave (SARS–CoV–2), que es, fundamentalmente, causante de una influenza nueva, con una proporción de contagio baja (R0< 2.3 en COVID, versus R0 > 15 en sarampión), y una letalidad actualizada de menos del 2.1 % (y bajando, pues los nuevos casos están siendo, clínica y epidemiológicamente, mejor tratados).
Así, ahorrándonos toda la estadística del caso, la campaña publicitaria, con desinformación incluida, tanto al respecto de la propagación del nuevo COVID-19, como sobre su impacto en la salud de los afectados, ha creado una atmósfera mundial de miedo e incertidumbre generalizada, que no corresponde para nada con los hechos científicos al respecto. Resulta evidente que cualquier comparación con otros males de salud que aquejan al mundo entero, u otros focalizados en diferentes regiones, dejarían muy mal parado al nuevo COVID-19. Anótese que se trata de mucho menos de cinco mil casos confirmados fuera de China y muy debajo del centenar de fallecidos, todos asociados a una condición propia de una avanzada edad y un sistema inmunológico deficiente o debilitado.
Entonces, uno se pregunta, ¿a qué responde esta pandemia mediática? En nuestro país, la declaratoria de «calamidad» (es decir: desgracia, adversidad o infortunio colectivos) pareciera ir más allá de la citada prevención, que debería movilizar a la alerta (en acciones), pero no más allá. Sin embargo, el alarmismo no es regional, sino global, con un poco menos o un poco más de la sazón que cada nación le está imprimiendo, de acuerdo a la cultura o según la plata disponible. El asunto es que la campaña está manipulando el miedo y la incertidumbre, lo que antoja la visualización del pánico próximo preparándose para entrar en la escena sociopolítica. Derivada de esta campaña, se han tomado decisiones erróneas, fuera de foco, que ya están afectando otras áreas para el vital equilibrio mundial, como por ejemplo el mercado y las consecuentes interrelaciones económicas y financieras.
De forma resumida, podemos identificar algunos puntos detrás de este alarmismo publicitario. El primero incluye una ola creciente de sentimiento racista contra todo lo chino, incluyendo a los chinos. Después de todo, al encontrarse más del 98 % de contagiados en la China continental, resulta fácil promover el racismo contra los habitantes del gigante asiático, lo que prontamente se transformará en una guerra económica contra China, lo cual es, posiblemente, el objetivo terminal de toda esta hecatombe mediática. Así, las estrategias estadounidenses están utilizando al COVID-19 para aislar económicamente a su principal adversario, a pesar de que la economía del Norte de América depende en forma crucial de las correspondientes importaciones. De manera paralela, el pánico inducido en los mercados bursátiles tendrá sus magnas consecuencias.
Sin caer en posturas conspiracionistas, existe un curioso dato que está saliendo a relucir, gracias al periodismo crítico, no comprometido con los intereses que mueven esta campaña, referido a una simulación realizada el 18 de octubre de 2019, por nada menos que el prestigioso Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud, con sede en Baltimore, Estados Unidos. La simulación evaluó los efectos de una epidemia de nivel global, justamente titulada nCoV-2019, en la que se predijo la aniquilación de 60 millones de personas de todos los rincones del mundo, a lo largo de un año y medio de evolución, y, con mayor relevancia, la predicción de una caída del mercado de valores de alrededor de 15 % o más, que corresponde, en gran medida, a la caída del mercado real registrada a fines de febrero recién pasado. En suma que muchas características del «ejercicio de simulación» encajan con lo realmente sucedido, posterior a la declaratoria por parte de la OMS. No solo el nombre de la simulación nCoV-2019 (nuevo coronavirus 2019), sino el aparecimiento del virus mismo, apenas dos meses después del estudio, sugieren una inducción intencional del brote, lo que sí resulta alarmante en otra dimensión de este evento.
Estaremos reenfocándonos desde otros ángulos, abordando esta temática, que con toda seguridad nos estará acompañando durante todo el 2020. Finalizamos insistiendo que el COVID-19 actualmente tiene una prevalencia bajísima (de menos de un caso en un millón, aún aumentando en un 50 % los reportados positivos actualmente), la cual en Estados Unidos baja todavía más, a la ínfima proporción de uno en cinco millones. Aunado a esto, la mortalidad real también es baja: un fallecimiento cada cincuenta casos infectados. Evalúe el lector.
Imagen principal tomada de Cronista y Expansión, editada por Vinicio Barrientos Carles.
Vinicio Barrientos Carles
Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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