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La semana y sus días

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La semana y sus días

Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / DYEUS OTIOSUS

Seis es un número perfecto, y no porque Dios haya creado todas las cosas en seis días;
todo lo contrario, Dios hizo su obra en seis días, porque el seis es un número perfecto.
Agustín de Hipona


Generalmente no nos preguntamos por el origen de muchas convenciones, sin sospechar que detrás de ellas existen vestigios de antiguas creencias que compartimos a nivel comunitario, y otras veces a nivel global. Justamente, los alcances que tienen determinadas creencias o mitos, reflejados en el lenguaje actual, son directamente proporcionales a su antigüedad, de manera que mientras más extendidos (geográficamente) se encuentran, mayor será el intervalo de tiempo hasta converger en un cierto tronco común, compartido, en un mundo que, en su momento, fue más cohesivo por ser más pequeño, tanto espacial como culturalmente hablando. Por otro lado, es altamente probable que la diversidad que observamos en las creencias actuales no nos den cuenta del pasado que con seguridad hemos compartido, remontándonos a una humanidad más convergente, en los inicios de la cultura misma, antes de la escritura y los anales de la historia más antigua, transpasando los milenios que conforman el actual holoceno. De hecho, muchas veces es únicamente a través de los escrutinios arqueológicos y sociolingüísticos que resulta posible el establecimiento de los nexos entre una civilización y otra, en la que los mitos y las deidades jugaron un papel fundamental en la interpretación de la existencia humana, como parte especial del cosmos circundante. Estos denominadores ideológicos comunes, compartidos a lo largo de los siglos y de los milenios, funcionan como claves hermenéuticas de esta compleja red de conceptos socioculturales. De esta guisa, traemos a colación uno de estos denominadores clave, utilizado en el día a día, sin reparar en su origen y su antiquísima interpretación: la semana.

Nuestra inteligencia nos permitió la observación sistemática de los eventos naturales, reparando en su conveniente ciclicidad, para el registro de los eventos en nuestras vidas, construyendo distintos tipo de calendarios, asociándoles fuerzas sobrenaturales a los fenómenos más significativos. En términos generales, las interrelaciones de tres cuerpos celestes en nuestro sistema estelar nos permiten la medición del tiempo, a saber: nuestro planeta Tierra, el Sol y la Luna. En particular, la influencia del movimiento lunar es perceptible en nuestro planeta de diversas formas, y por ello ha sido motivo subyacente en distintos mitos y creencias, desde las civilizaciones más antiguas, hasta las leyendas urbanas de la cultura popular de hoy en día. Al margen de todo ello, uno de los subproductos más notables de la ciclicidad lunar nos ocupa en esta oportunidad, la semana, la cual sirve como unidad fundamental para la planificación de nuestras acciones y para el registro de los eventos. Aunque constituida siempre por siete días, el inicio de la semana varía según el contexto, lo que se aprecia en el mapa incluido en la imagen siguiente.

Imágenes tomadas de diversos medios, editadas por Vinicio Barrientos Carles.

La semana data de las civilizaciones semíticas más antiguas, por lo que se le observa en las religiones abrahámicas con una significancia específica (por ejemplo, en la Torá, al inicio del Tanaj); empero, la reconstrucción sociolingüísta más rigurosa apunta a su presencia en el protoindoeuropeo, por lo que estamos ante una antigüedad mayor, lo se que refleja en su uso actual prácticamente universal.

Sin entrar en la profundidad de los fenómenos astronómicos citados, periódicos, llamamos año al tiempo para la circunvalación de la Tierra alrededor del Sol (tiempo orbital de nuestro planeta) y día al tiempo de rotación de la Tierra sobre su propio eje. Asumimos que los días tienen la misma duración, que no cambian en el tiempo, al igual que los años, permaneciendo invariables por toda la eternidad. Sin embargo, lo cierto es que ambos movimientos hacen paulatinamente más lentos, aunque estas variaciones resultan realmente insignificantes e imperceptibles para los efectos de nuestra vida media (el día, por ejemplo, aumenta su duración en apenas una centésima de segundo en el transcurso de cinco siglos).

Al asumir el día como unidad fundamental del tiempo, correspondiente a la rotación de la Tierra, sucede que los otros dos movimientos no coincidirán en un número entero. Es decir, ni el año (solar) ni el «mes lunar» tienen un número exacto de días. De aquí la variedad de calendarios para el registro del tiempo. Por ejemplo, en nuestro calendario estándar (gregoriano), se estableció, por convenio, un año con una duración exacta de 365.25 días, lo cual no es correcto respecto de la realidad física, por lo que se hizo necesaria una serie de «correcciones» en el calendario para aproximarse de mejor manera a la duración real. Esto ameritará una revisión específica, en otra oportunidad.

Por otro lado, una circunvalación lunar tiene una duración aproximada de 27.322 días. Sin embargo, los observadores más antiguos asignaron a este «mes lunar medio» una duración exacta de 28 días, que, subdividida en cuatro cuartos, originó la semana de siete días. Cuatro semanas consecutivas estarán por ello asociadas con las cuatro fases lunares: plenilunio, menguante, novilunio, creciente. Este número 28, en su momento, fue considerado por los pitagóricos por ser perfecto, al igual que el 6, citado por San Agustín en la frase del inicio.

Imágenes tomadas de diversos medios, editadas por Vinicio Barrientos Carles.

El objetivo del día de hoy es mostrar la correlación cultural y lingüística de las civilizaciones antiguas, evidenciada en el nombre de los días. Ahora los chicos se encuentran fuertemente familiarizados con el idioma inglés (por lo menos mucho más que con el griego antiguo o con el latín), de forma que puede resultar sumamente interesante reparar en el origen del nombre de los días de la semana, para lo cual debemos retroceder a la antigüedad del clasicismo griego.

Para establecer los días y el orden, deben colocarse los siete «planetas» del sistema geocéntrico del universo, desde el más cercano a la Tierra, hasta el más lejano, como se muestra en la imagen previa, así: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno. Estos son los nombres romanos (latinizados), pero provienen del mundo griego antiguo, y anterior a este. Al colocar los planetas, en un heptagrama (heptágono estrellado regular: Schläfli {7|2}), se obtiene el orden de los días asignados a cada planeta, según se ve en la imagen precedente, quedando así: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno, Sol. De esta situación se dio el origen de los nombres de los días de la semana, según una gran diversidad de idiomas, como puede verificarse. En la imagen siguiente se muestran unos cuantos, aparte del castellano (allí español) e inglés.

Imagen tomada de Wikipedia, editada por Vinicio Barrientos Carles.

Finalmente, el detalle en el cual el lector observador reparará, es la presencia de Tiw, Woden, Thor y Frigg, quienes son los dioses «casi correspondientes» a los respectivos griegos, pero en la mitología nórdica y germánica, como quizá se ha adivinado por la presencia del afamado Thor. Tiw corresponde a Marte (Ares) y Frigg, Frida o Freya corresponde a Venus (Afrodita). Un leve rompimiento se ve en Woden, u Odin, que es el padre de Thor, puesto que Marte (Ares) es el hijo de Júpiter (Zeus), quien a su vez es hijo de Saturno (Cronos: Κρόνος, distinto de el tiempo χρόνος).

Curiosamente, en vista de la aritmética del heptagrama originario del orden de los nombres de los días, al leer la semana en saltos, se tendrá el modelo geocéntrico de la antigüedad, así la secuencia dada por lunes, miércoles, viernes, domingo, martes, jueves, sábado se convertirá en la siguiente: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno. Por ello, al descubrir el nuevo planeta, Urano, se le bautizó con ese nombre por tratarse del padre de Saturno, para conservar así el orden que acá hemos descrito.


Imágenes principales tomadas de diversos medios, editadas por Vinicio Barrientos Carles.

Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

Dyeus otiosus

Correo: [email protected]

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