La gran comilona
Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR
Una antigua mansión en las afueras de París fue seleccionada por los productores Rafael Azcona y Mario Ferreri como el escenario ideal para ambientar, durante una semana, el guion de la memorable y asqueante sátira a la sociedad de consumo (presentada como una apoteosis a la sobredosis). La película La gran comilona, se estrenó en Cannes el 12 de mayo de 1973 y fue nominada al prestigioso premio la Palma de Oro.
El argumento narra la historia de 4 personajes de mediana edad, representantes del «poder y el prestigio social», entregados a la gula, el exceso y el deseo de comer como cerdos, hasta morir.
En este «ingesticidio» (morir hartos de indigestión), la bacanal llega a su máximo exponente. Representa el mal gusto, la decadencia y el aburrimiento de la alta burguesía en una insaciable vorágine de alimentos y excrementos que revuelve el estómago por su obscena opulencia. Proyecta en el espectador, ni más ni menos, el deseo desenfrenado y malsano de impresentables representantes de las clases privilegiadas, herederos de rancias familias de «estirpes y linajes de nobles pergaminos» que se creen dueños y señores de vidas, haciendas y destinos de las clases desposeídas y abandonadas a su suerte.
Este hartazgo, sin parangón, es el resultado de una vida disoluta, inodora, incolora e insípida, protagonizada por «niñitos bien» nacidos en cunas de oro y con un solo objetivo en la vida: vegetar y hacer valer, a toda costa, los códigos de conducta y dominación inculcados por sus padres, viejos usurpadores del bien común y llenos de sueños de desmesurada grandeza.
Como la vida es una sucesión de presentes, el guion de este filme -escandalizador y decadente- pareciera haber sido inspirado en nuestra cotidiana realidad. En nuestro país, la gran comilona de los criollos se remonta desde la época en que «nuestros padres lucharon un día y lograron sin choque sangriento…».
Los máximos representantes de las poderosas «familias emancipadoras», después de negociar la independencia de la joven nación con los responsables del decadente imperio español; agarraron el timón de los destinos del nuevo país y lo llevaron a su tan deseado destino… un destino seguro, solo para sus muy particulares intereses.
Desde esas remotas épocas, las omnipotentes familias criollas han concebido la administración del Estado como botín y a la patria como una sobada mercancía cada vez más en desuso; insignificante y devaluada.
Una dramática muestra de lo que afirmo ocurrió en la segunda semana del presente mes de febrero, en el Congreso de la República. El principal protagonista es un «niño bien, hijo de papi», fatuo, soberbio de capa y espada, improvisado, negligente, berrinchudo, prepotente y poseedor de un hedonismo llevado a la más alta expresión. Ante la sugerencia de que se suprimieran gastos superfluos e improcedentes (como alimentación, dietas, servicios de telefonía, seguros médicos y privilegios varios), se sintió ofendido y arremetió con improperios cargados de falsedades contra la diputada indígena Vicenta Gerónimo Jiménez, que ganó el derecho de representar a su pueblo por elección directa, no por un manoseado listado nacional.
Claro, el pensamiento de «capitanía general» le brotó por generación espontánea al heredero del poder criollo; «sus derechos», heredados de generación en generación «son innegociables y no admiten discusión». Eso sí, se centró en denunciar el robo de energía eléctrica, olvidándose tendenciosamente de que fue la clase social representada por su padre -el que se hizo el muerto-, la encargada de privatizar servicios públicos esenciales como: Ferrocarriles de Guatemala (Fegua, 1997) Empresa Eléctrica (EEGSA, 1998), Telecomunicaciones de Guatemala (Guatel, 1998) INDE y Correos (aparte de numerosas concesiones y honerosos fideicomisos).
«Quitarle recursos al Estado es un robo… es un delito», lo repitió, a viva voz el Junior, sin siquiera ruborizarse… «el pez, por la boca muere».
Protestar, llorar y patalear porque le quieran negar, en forma gratuita, un almuerzo pagado a precio sobrevalorado con el dinero de los contribuyentes es una acción que, aparte de desvergonzada e imprudente, desnuda en cuerpo y alma la pobreza moral de insaciables personajes que nunca pueden sentirse llenos y siempre permanecen a la espera de satisfacer su ancestral hambre.
Es una clase social responsable de piñatizar la economía, que se empeña en vivir bien y sofisticadamente, ignorando olímpicamente todo lo que pueda perturbar su bienestar, llegando a desconocer que, tras comer y vomitar, hasta la mierda revienta.
La vida parasitaria debe terminar, es impensable seguir manteniendo tanto vividor improductivo que, aparte de representar a los de siempre, no genera nada positivo para el país. No es posible de que solo en el 2017 se desembolsaran 6.2 millones de quetzales en alimentos (comida, agua, café, té, cremora, entre otros) para diputados, invitados, visitantes y algunos trabajadores de este pestilente nido de ratas conocido como «alto organismo del Estado».
Indudablemente Guatemala es un país surrealista donde hasta lo imposible se hace realidad. De no ser así, cómo podemos entender que en un país en el que el abandono, la desnutrición crónica, las precariedades en la atención de servicios básicos -infraestructura, educación, vivienda, salud y educación- ocupan dramáticamente los más altos índices de carencias humanas, pueda convivir un reducido grupo de políticos y «señores feudales» rodeados de banalidades y beneficios propios de otras realidades.
La pita se rompe por lo más delgado, es tiempo de poner las cosas en su lugar. No se puede seguir manteniendo clases privilegiadas que se engordan hasta lo indecible, sin ponerle un hasta aquí al «discreto encanto de la burguesía», como lo definió peyorativamente el cineasta español Luis Buñuel en su surrealista filme.
«Y… cuando Lázaro resucitó, no tenía recuerdos».
Imagen proporcionada por Luis Felipe Arce.
Luis Felipe Arce
Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.
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