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No hay nuevas masculinidades. Pase mañana.

Disidencias textuales Hoy en gAZeta

No hay nuevas masculinidades. Pase mañana.

Juan Pablo Hernández Paredes | Disidencias textuales / DISIDENCIAS TEXTUALES

El sábado salí de fiesta. Llevaba una chaqueta de gamuza con estampado de leopardo, un collar de perlas y mi pelo suelto y largo hasta los hombros, no tuve tiempo de maquillarme los ojos ni pintarme las uñas. Me gusta presentarme así, siento que deja ver quien soy y lo que he construido como ente individual.

Reto las normas del género y además me veo bien mientras lo hago, aunque a veces prefiera ponerme unos jeans y una playera para pasar como cualquiera, como alguien que parece un hombre común, uno muy lampiño. Dejar crecer mi cabello ha sido una experiencia interesante, especialmente cuando soy llamado «señorita» por personas con las que casualmente coincido, como meseros, dependientes de tiendas o al subir al Uber.

No soy trans, pero tampoco soy un hombre, o al menos no con todas las letras que insisten en imponerme, me siento cómodx navegando el espectro fuera de la binariedad y sin asumir ningún género. Si desean definirme, indefinido suena bien para mí, aunque en el espejo aún se puede leer a un «hombre» y esto me trae privilegios inherentes e irrenunciables que he tratado de analizar, combatir e incluso compartir para que las personas que me rodeen puedan descansar un poco en la constante resistencia por el justo reconocimiento, la igualdad, la equidad de condiciones o, incluso, el preocuparse por llegar con vida al final del día.

¿Qué son las nuevas masculinidades? Desde que conozco el concepto he tenido conflictos con él, quizás porque es un tema personal que me ha llevado a desechar, desde hace años, lo que aprendí sobre lo que es ser «masculino» de mi personalidad y extraer al hombre que se pretende que sea.

Sé que soy gay, me gustan algunos hombres y le gusto a algunos hombres, tengo un cuerpo masculino y fue lo que le dije a mi familia hace tiempo, cuando salí del clóset. Además, asumo la palabra como propia con toda la carga histórica y social que conlleva ¿Esto me sumerge en ese mar que llaman «nuevas masculinidades»? Espero que no. La masculinidad homosexual ha existido desde siempre, igual que la presentación amanerada y ambigua del género que en muchos casos se asocia al ser gay (aunque sea falaz). La cultura gay y los modismos modernos se han globalizado por occidente desde hace décadas y se pueden rastrear en el arte y la literatura con facilidad. Eso no suena nuevo.

Socialmente existen grupos masculinos que se van encontrando por códigos comunes, por ejemplo, muchos hombres gais acostumbran llamarse en femenino, una práctica tan rebelde como problemática, que en mi caso me ayudó en el devenir de reconocerme como persona no binaria, pero también reconozco que puede contener misoginia y homofobia internalizada e, insisto, estas prácticas no son nuevas.

También existen grupos de hombres que se forman por códigos de hipermasculinidad asociados a la valentía irracional, la hosquedad, la fuerza bruta, la lujuria y la falta de higiene. Puedo hablar desde los Caballeros de la Mesa Redonda, el Club de Toby, hasta la mayoría de reuniones para ver el Mundial de fútbol contemporáneo. Estos círculos son casi exclusivamente cisheterosexuales y constituyen el espacio donde se forja la masculinidad desde la infancia, son los grupos a los que pertenecen nuestros padres, primos y hermanos; son los lugares donde debemos ganarnos el boleto de entrada a través de repetir los comportamientos típicos o resignarnos al ostracismo. Son el campo de cultivo de la masculinidad hegemónica actual.

Dentro de este gran porcentaje de la sociedad, han surgido algunas voces que hablan de una nueva masculinidad que lava los platos el domingo, cambia el pañal del bebé de vez en cuando y lleva a la hija al salón de belleza antes de ir a una fiesta de quince años si nadie más puede acompañarla. Hombres que se «atreven» a usar calcetines de colores y a ponerse crema humectante. La superficialidad del término es absurda. Ya, lo dije.

Sin embargo, y prometo que este es el objetivo de este artículo, no debemos rendirnos y perder la esperanza de una sociedad equitativa. El futuro empezó discretamente hace mucho tiempo, también, con hombres verdaderamente comprometidos que han ido rompiendo el molde al que supuestamente deben adaptarse para formar masculinidades no violentas.

Masculinidades que toman el amor, la ternura y la solidaridad como guías de vida. Hombres que no discriminan a otros hombres por sus gustos personales o expresión de individualidad. Masculinidades que reconocen la lucha feminista, la importancia del compañerismo mixto y toman una postura coherente contra actitudes machistas. Hombres que ya no odian, que priorizan el diálogo sobre la guerra, que escuchan y que hablan, que sienten y que bailan si lo desean. Al ser observadores, veremos que cada vez podemos encontrar más hombres así, siempre han existido, de hecho, yo me he enamorado de un par.

Transformar la sociedad implica destruir los arquetipos de masculinidad que hemos heredado, y no te pido, hombre, que te pintes las uñas si no lo quieres, pero revisa tus actitudes y la forma como te relacionas con las personas que no se parecen a ti, si alguna vez te han visto con miedo, tienes mucho que trabajar.

Mañana vendrá una nueva generación que parirá niños, niñas y niñxs que serán cuidados en familias donde el factor común sea el amor y no el poder. Ahí nacerá la nueva masculinidad, esa que no crezca bajo el patriarcado, sino sobre la paz.


Fotografía principal tomada de Pixabay.

Juan Pablo Hernández Paredes

Ciudad de Guatemala, 1986. Multidisciplinario e inquieto. Arquitecto de profesión, conservador de monumentos por vocación e interiorista de tiempo completo, también soy crítico del arte e interesado en teorizar sobre el fenómeno artístico. Queer y activista en Visibles.

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1 comentario

  1. Mercedes franco 17/02/2020

    Me ha encantado tu articulo

    Responder

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