La familia y la escuela, donde más se vulneran los derechos de niños y niñas
Sentiido | Arcoíris / SENTIIDO
Publicado originalmente en Sentiido, el 27 de enero de 2020.
En junio de 2017 Luis Miguel Bermúdez, profesor de Ciencias Sociales de la Secretaría de Educación de Bogotá y profesor del colegio Gerardo Paredes, fue noticia. ¿El motivo? Había diseñado un currículo de educación sexual que redujo a cero el número de embarazos adolescentes en esta institución educativa donde, en promedio, 70 menores daban a luz cada año. Por esta razón, ese año recibió el Premio Compartir Gran Maestro y, en 2018, estuvo en el top 10 del Global Teacher Prize.
La educación siempre ha sido lo suyo. «Aunque no era el plan favorito de mis hermanos y mis primos, yo jugaba con ellos a ser profesor». Y más grande no cambió de vocación. El problema fue que a su papá no le gustó la idea: «¡eso no le va dar plata!» y «¡esa es una carrera de mujeres!», le dijo. Así que duró un semestre en Ingeniería Forestal para después pasarse a lo que realmente quería: Licenciatura en Ciencias Sociales.
Ser profesor le ha cambiado la vida. El punto, dice, está en entender que no es cliché la idea de que los profesores tienen mucho que aprender de niños, niñas y adolescentes. «Debemos dejar de lado la arrogancia de que todo debe ser a mi manera porque yo soy el profesor y dejar de pensar que si el menor no me obedece está poniendo mi autoridad en tela de juicio».
«Cuando abrimos nuestra mente, nuestro corazón y nuestros oídos a aprender de los estudiantes, nos volvemos mejores docentes y mejores seres humanos».
Otra creencia a superar, explica, es pretender mejorar la calidad de la educación sin cambiar los métodos de enseñanza tradicionales. «Es muy nociva la creencia de que si el estudiante no memoriza un montón de datos y no sufre con la educación, no está aprendiendo».
El camino para llegar a ser el docente que es hoy ha sido largo. Al principio de su ejercicio profesional, el profesor Bermúdez era de los que decía que el feminismo le parecía «demasiado radical».
Todo cambió cuando asumió la dirección de un grupo de séptimo grado y conoció de cerca las historias de vida de sus estudiantes. «Todas, absolutamente todas, estaban marcadas por el maltrato y la violencia». Ahí se enfrentó, por primera vez, a un caso de abuso sexual de una alumna de 12 años.
«Es triste saber que hasta que uno no conoce tantas historias marcadas por la violencia, no entiende el machismo ni la realidad de las mujeres».
El paso a seguir: dejar de enseñar los programas de ciencias sociales tradicionales con la certeza de que esa información no era la que sus estudiantes necesitaban aprender. «A la niña de 12 años, víctima de abuso sexual, no le iba a servir de mucho conocer todo sobre las Invasiones Bárbaras. De hecho, recuerdo muy bien las respuestas que me daban respecto a su caso, muy relacionadas con el performance «El violador eres tú», propuesto por Las Tesis de Chile: ¿pero ella dónde estaba? ¿Cómo iba vestida? ¿Y por qué estaba con él? La responsabilizaban de lo sucedido».
Sentiido: ¿Cómo logró poner en marcha el proyecto con el que ha podido reducir el embarazo adolescente?
Luis Miguel Bermúdez: La mayoría de proyectos de educación sexual de todo el mundo señalan que uno de los principales errores de las instituciones educativas es reducir la educación sexual a un par de talleres al año. Lo recomendable es que sea una materia pero la mayoría de colegios no lo hacen argumentando que no hay espacio para incorporar nuevas asignaturas.
Sin embargo, la Ley Nacional de Autonomía Institucional de Colombia autoriza ajustar los currículos siempre y cuando el Consejo Académico esté de acuerdo. Esto nos permitió tomar una materia de ética y agregarle el currículo de ciudadanía sexual para garantizar dos horas semanales de formación al respecto.
«La creencia de que un buen docente es quien es asociado con autoridad, es muy nociva».
De esta manera se cambió un contenido curricular para resolver necesidades específicas de las estudiantes como la reducción del embarazo temprano, respetando sus derechos sexuales y reproductivos. En esa materia garantizamos un aprendizaje sobre derechos pero se hizo necesario crear otro espacio para saber cómo ejercerlos y defenderlos. Ahí nació el proyecto de educación integral para la ciudadanía sexual.
S: ¿Cómo disminuir el bullying LGBTI?
L.M.B.: Se tiende a creer que el bullying por orientación sexual e identidad de género solamente afecta a las personas LGBTI, pero las violencias de género en la escuela son el mecanismo por el cual la cultura pretende fortalecer el machismo y la idea de que los hombres deben comportarse de una determinada manera y las mujeres de otra.
En el ámbito escolar son comunes las riñas entre hombres porque, por ejemplo, un chico se fue al colegio con una camisa rosada. Y como socialmente esto no se considera masculino pero tampoco se le puede quitar la camisa, entonces se acude a la homofobia con frases como «ayyy tan linda la niña con esa camisa».
«Los comentarios homofóbicos también los reciben hombres heterosexuales».
Y cada vez que un joven recibe estos gestos homofóbicos reafirma las expresiones machistas para que no lo molesten. De ahí la importancia de enseñar desde temprana edad cómo la homofobia es la causa de que la mayoría de hombres estén con frecuencia metidos en líos de violencia para defender su masculinidad.
La educación permite que cuando estos niños lleguen a la adolescencia y algún joven trate de regularlos con un comentario homofóbico, puedan decir: «Ese otro quiere que yo pelee cuestionándome mi masculinidad y no le voy a seguir el juego».
Algo similar les sucede a las mujeres cuando dicen que no quieren tener hijos, que no quieren tener novio o que prefieren vestirse de manera relajada. De inmediato viene el «seguro es lesbiana».
«La homofobia pretende regular los cuerpos y los comportamientos femeninos y masculinos».
Por esto, es fundamental enseñarles a niños y a niñas que existen muchas formas de ser hombre y de ser mujer. Esto hace que los menores se enfoquen en ser felices y no en complacer modelos de feminidad y masculinidad impuestos por los adultos.
Otro punto importante es el gobierno escolar, una figura clave en una institución educativa. Es como el Hollywood del colegio porque hacen campañas y los pequeños admiran esta instancia.
«El gobierno escolar contribuye a volver cotidianas las diferencias sexuales».
Como parte del gobierno escolar creamos el «Movimiento Diverso Gerardista». Empezamos a empoderar a las personas LGBTI del colegio a que participaran de este espacio, no porque fueran LGBTI, sino para que desde ese lugar se apropiaran y defendieran la diversidad.
Fue, entonces, cuando salió la primera personera abiertamente lesbiana y los primeros aspirantes a este cargo que se identificaban como homosexuales, no a modo de campaña, sino para hacer pública a la comunidad educativa una parte de su identidad. Eso llevó a que las próximas generaciones dijeran: «el personero de mi colegio es gay» y «la contralora tiene una identidad de género diferente y esto es normal».
El tercer elemento para contrarrestar el bullying es revisar los manuales de convivencia para cambiar los artículos que promuevan la discriminación, algo muy en sincronía con la sentencia del caso Sergio Urrego. Hay muchos artículos que en nombre de «la moral y las buenas costumbres» niegan el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de los estudiantes.
S: ¿Cómo han afectado los discursos de que existe una tal «ideología de género» la calidad de la educación sexual?
L.M.B.: En 2016, antes de que estallara la movilización contra la supuesta «ideología de género», estaba avanzando bien la revisión de los manuales de convivencia de las instituciones educativas para evitar la discriminación. Veníamos negociando con quienes se oponen a la diversidad.
Infortunadamente, cuando el tema saltó a los medios de comunicación, se empezó a tergiversar lo que se estaba haciendo con mentiras como que se pretendía acabar con la familia conformada por papá, mamá e hijos.
Los discursos conservadores se fortalecieron. Hubo quienes intentaron sacarme de la institución. Yo vivía con angustia, me sentía perseguido. Los profesores que estaban en contra de mi proyecto, empezaron a animar a padres y madres a oponerse a lo que yo enseñaba. Algunos estudiantes me expresaron: «mi director de grupo le dijo a mi mamá que yo perdí tres materias por formar parte del proyecto de educación sexual del colegio».
Pero a largo plazo todo esto nos permitió identificar los aspectos a fortalecer en el currículo como la educación en género para papás y mamás. Fue cuando creamos las escuelas de familias.
«Una pregunta que nos surgió fue por qué tantos papás y mamás cayeron en la trampa de que se pretendía imponer una «ideología de género»».
Entendimos que los grandes miedos que tiene buena parte de las familias tradicionales son a que sus hijos hombres sean homosexuales y a que sus hijas mujeres no vayan a ser esposas ni mamás. Persiste la idea de «si tu hijo no es marica y es todo un macho» y «si tu hija se casó y tuvo hijos después de posponer su vida sexual hasta el matrimonio», hiciste un buen trabajo como papá y mamá. Esos dos miedos son parte de la raíz del machismo en el que vivimos y logran movilizar a padres de familia.
Fueron varios los papás y las mamás que me dijeron: «Usted quiere volver homosexual a mi hijo porque él ya cumplió 17 años y no ha llevado novia a la casa y cuando uno le pregunta por qué responde que él no va a tener novia por presión porque eso refuerza unos estereotipos de género».
Un día un papá me dijo: «¿Usted qué es lo que le está enseñando a mi hijo que ahora cuestiona como yo trato a su mamá? Me dice que soy machista. No le enseñe eso a mi hijo porque me lo está mariconeando. ¿Cómo así que uno ya no le puede decir nada a la mujer?».
También están las estudiantes que me cuentan que ellas asumían en sus casas los roles que creían les correspondían como lavar y planchar, mientras sus hermanos hombres no hacían nada de eso. Después de mis clases empezaron a cuestionar a sus papás sobre por qué les asignaban esas tareas y la mamá les decía: «Porque usted es la mujer de la casa». Y la respuesta de su hija era: «Esa es una violencia de género».
Por más ocupadas que estuvieran, esas mamás me buscaban para decirme: «Profesor yo no quiero que usted maleduque a mi hija». «¿Cómo así?», les respondía yo. «Ella ya no quiere hacer el oficio de la casa y qué va a pasar cuando se case. En mi casa las mujeres hacen el oficio y punto».
«Hay que invertir todos los recursos posibles en formación y fortalecimiento de las mujeres y de la primera infancia».
Cuando las mamás llegan con esos cuestionamientos, lo primero que hago es agradecerles que se hayan tomado el tiempo de ir a hablar conmigo. Después, por lo general, me dicen: «Usted le está enseñando a mi hija tal cosa y a mí me pasó tal otra…» y empiezan a contarme apartes de sus vidas marcados por múltiples problemas. La mayoría causados por violencias de género. Y así se los hago ver: «Eso que usted ha vivido es lo que yo quiero evitarles a sus hijas con una educación sexual de calidad».
S: ¿Qué responder al argumento de la «autonomía institucional y familiar» de los sectores conservadores para oponerse a la educación sexual?
L.M.B.: Cada postura que existe en la sociedad debe tener unos mínimos éticos como, por ejemplo, respetar la vida: no nos vamos a matar entre unos y otros. Es poner sobre la mesa la dignidad de todos los seres humanos, un derecho que está por encima de cualquier creencia.
La idea de que por el amor que les tienen a sus hijos, papás y mamás siempre les dan lo mejor, ha sido entendida por algunas familias como sinónimo de que niños y niñas son de su propiedad. Parten de la base de que no tienen derechos sino que deben hacer lo que papá y mamá digan.
Bajo ese concepto, empezaron a justificarse vulneraciones de los menores al punto de que fue necesario crear los derechos universales de niños y niñas, como si no se dieran por hecho. Las cifras de abuso sexual infantil y el embarazo a temprana edad han demostrado que los adultos pasan por encima de los derechos sexuales y reproductivos de los menores. El camino es enseñarles a niños y niñas, desde temprana edad, que sus cuerpos son suyos, que son seres autónomos y a defender sus derechos y sus cuerpos de las violencias de los adultos.
S: ¿Cuáles son los principales obstáculos para impartir una educación sexual de calidad?
L.M.B.: Una educación de calidad es cuando se educa en contexto. Es decir, teniendo en cuenta las necesidades reales de los estudiantes. El problema es la resistencia a reconocer los derechos sexuales y reproductivos de niños, niñas y adolescentes.
Esto hace que muchas veces –así lo concluyó una investigación que evaluó los proyectos de educación sexual de Bogotá– la pedagogía en educación sexual esté centrada en el aspecto reproductivo y en el miedo cuando se requiere una educación que reconozca la dimensión erótica y placentera de la sexualidad.
«La educación sexual debe ser laica».
El motivo principal por el que la mayoría de adolescentes inicia su vida sexual es por placer, no por intereses reproductivos. Y desconocer esto en la educación sexual, conduce a dejarle a la pornografía la manera como se debe tener una relación sexual porque ni la familia ni la escuela se atreven a enseñarlo.
El currículo de educación para la sexualidad tampoco debe centrarse en conceptos médicos o religiosos o en lo que quieren papás y mamás: se debe construir con y para los estudiantes. Pero la mayoría de los adultos considera que los aportes de los jóvenes son errados, desconociendo así lo que realmente necesitan niños, niñas y jóvenes.
«En este país una mujer que conoce sus derechos y decide sobre su cuerpo es considerada lo opuesto a la mujer ideal».
Otro de los obstáculos son ciertos discursos religiosos como la idea de que las mujeres deben obligatoriamente ajustarse al modelo mariano (de la Virgen María) donde la pureza sexual es fundamental y donde los principales roles de las mujeres son esposa (de un hombre) y madre. Por tanto, se les niega a las menores una educación sexual de calidad y el acceso a métodos anticonceptivos.
En Colombia, la mayoría de mujeres son educadas con sentimientos de culpa. Si son mamás y sienten que sus hijos se equivocan, asumen que fallaron en su rol. Si una mujer queda embarazada joven, está mal, pero si no quiere tener hijos, también, porque es una egoísta. Incluso se sienten culpables de no tener el cuerpo que la sociedad espera de ellas.
S: ¿Los manuales de convivencia rechazan de manera explícita la violencia por orientación sexual e identidad de género?
L.M.B.: Los manuales de convivencia se revisan anualmente por diferentes actores de la comunidad educativa. Ahí entran a jugar las distintas posturas al respecto y la mejor manera de dirimir conflictos es preguntarse qué dice la ley.
«Es importante que los manuales de convivencia especifiquen que respetan los derechos humanos, sexuales y reproductivos de todos los actores de la comunidad educativa».
Hay profesores que todavía consideran que si un estudiante hombre es autorizado para llevar el pelo largo, arete o piercing, se vuelve una mala persona. En estos casos hay que revisar qué han dicho las sentencias de la Corte Constitucional porque están por encima de nuestras respectivas posturas.
S: ¿Ha recibido señalamientos por ser un docente que aborda la educación sexual con un enfoque de derechos?
L.M.B.: Sí. Ser educador sexual dejando de lado las ideas de que las mujeres están obligadas a ser esposas y mamás (así no quieran serlo), despierta resistencia. Algunos colegas me dicen: «Lo más bonito que le puede pasar a una mujer es ser mamá y esposa». «¿Y si ella quiere otra cosa, ser presidenta o científica por ejemplo?», les pregunto. Su respuesta es: «Que lo sea, pero sin dejar de ser mamá y esposa. Profe no les dé rienda a que no se realicen como mujeres». Y así pretenden especificarlo en el currículo.
Parte de la solución es que el currículo de educación sexual sea nacional para que no se convierta en lo que a cada quien se le ocurra enseñar. Pero a los gobiernos nacionales les da miedo defender esta idea por la importancia del capital político –los votos– que aportan los sectores conservadores.
S: ¿Son las nuevas generaciones más incluyentes y el problema es el choque con los adultos que se resisten a reconocer la diversidad?
L.M.B.: Sí son más incluyentes, pero esto no quiere decir que las nuevas generaciones ya no sean homofóbicas, racistas ni xenofóbicas. Pero sí tienen mayor predisposición a aprendizajes muy distintos a los de generaciones pasadas. En parte, porque son más empáticas por la violencia que ha rodeado sus historias de vida. Quieren ser más abiertas a las diferencias.
En esto también tienen que ver las industrias culturales. Nuestra generación creció viendo películas como Blanca Nieves, que nos fijaban la expectativa de vida de casarnos con el príncipe o la princesa. Nos enseñaron que los finales felices solo son para determinadas personas: el blanco, el príncipe y la princesa y el resto son unos ogros que no lo merecen.
En cambio, películas como Sherck o Valiente les están diciendo a los niños desde temprana edad que las personas que se salen de esos estereotipos también merecen finales felices. Esto ha contribuido a que las nuevas generaciones crezcan con una mayor apertura a la diversidad.
S: ¿Qué hace falta para impartir una educación en diversidad sexual de calidad?
L.M.B.: Hay quienes creen que debe enseñarse que existen personas homosexuales, bisexuales y demás, clasificando así a los seres humanos según su vida sexual y afectiva. Yo prefiero enseñar diversidad sexual y de género desde una perspectiva queer o enseñarles a los estudiantes que no importa como ame cada quien.
¿De qué le sirve a alguien saber que fulanito es homosexual o bisexual? Estas categorías normalmente se han utilizado para discriminar. Lo más importante es enseñarles a los estudiantes desde temprana edad el respeto por las diferencias, cualquiera que sea. El foco debe ser que no está bien ningún tipo de discriminación.
«Una habilidad que se debe enseñar en la escuela es el respeto por las diferencias».
Por eso me acojo más a la teoría queer, para enseñarles a niños, niñas y a jóvenes a conectarse con el ser humano y a no clasificar, sino a reconocer las diferencias para no solamente aceptarlas sino celebrarlas.
Sí hace falta enseñar más sobre identidad de género, un tema desconocido para mucha gente, incluso para personas trans que logran ponerle nombre a lo que sienten cuando lo ven en una clase. Este es un tema que debe abordarse en los currículos.
S: ¿Son las directivas de las instituciones educativas reacias o abiertas a impartir una educación sexual de calidad?
L.M.B.: En las instituciones educativas pasa como en la sociedad y en las redes sociales: hay directivas a favor y otras en contra. Por esto, el éxito de cualquier proyecto de educación sexual implica una negociación. El primer paso para hacerlo es que a pesar de que quienes se oponen no tienen la razón, uno no puede desconocer sus creencias.
Lo segundo es que la educación sexual es obligatoria por ley. Pero lo que muchas instituciones educativas hacen es impartirla desde un ángulo tradicional: enseñando que lo mejor es la abstinencia o no tener relaciones sexuales.
«Cada vez que sale una propuesta sobre cómo mejorar la educación sexual, las mayores resistencias vienen de sectores conservadores religiosos».
Pero si no negociamos con quienes se oponen a una formación de calidad, la educación sexual seguirá reducida a que una o dos veces al año una enfermera les imparta un taller sobre anticoncepción a los estudiantes más grandes y uno de prevención del abuso sexual a los más pequeños.
La mejor manera de resolver esas divisiones es a través del Comité de Convivencia, teniendo presente que aquello que se enseñe, tanto en la casa como en las instituciones educativas, no puede ir en contra de los derechos humanos ni de los derechos sexuales y reproductivos de niños, niñas y adolescentes.
Imagen principal tomada de Unesco.
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