Literatura y cine en Guatemala (V). El señor presidente y los intentos de interpretación cinematográfica (I)
Edgar Barillas | Arte/cultura / RE-CONTRACAMPO
La obra de un Premio Nobel latinoamericano, claro, no iba a pasar inadvertida para los cineastas de la región; y si a ello se suma un tema que ha sido recurrente para los literatos, el de los dictadores y sus dictaduras (y desgraciadamente para la realidad latinoamericana), pues la mesa está servida. En palabras de Sergio Ramírez, el laureado escritor nicaragüense:
No había manera de que en América Latina los novelistas no se vieran enfrentados al caludillo convertido en dictador; una tradición que se inicia con don Ramón Del Valle Inclán con su Tirano Banderas, parte de lo que el llamaría su «ciclo esperpéntico», y donde nos cuenta la caída de Santos Bandera, ficticio dictador de Santa Fe de Tierra; y que alcanzaría su cumbre casi veinte años más tarde, en 1946, con El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, donde recrea la figura de Manuel Estrada Cabrera, este sí dictador de verdad (Ramírez, 2007: 2).
De ahí que de El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura 1967, se hicieran tres adaptaciones cinematográficas: una argentina, de 1969; una cubana-francesa-nicaragüense, de 1983; y una venezolana, del 2007. Las tres tienen en común que resaltan la figura del dictador como personaje central y el contexto de la vida bajo las dictaduras, así como la historia de amor entre Miguel Cara de Ángel y Camila.
Con la novela El señor presidente, sin embargo, no es la temática la que atrae, sino la escritura. En ella, como en otros casos privilegiados, la escritura es mucho más que el relato, porque Asturias hace derroche de un lenguaje poético a lo largo de toda la obra; crea una atmósfera a veces onírica en torno a una historia cruda, demasiado parecida a la realidad para ser ajena a ella. Sobre el relato predomina la palabra; Ramírez opina acerca de ello:
El suyo es un territorio descrito por las palabras, y construido en base a las palabras, que pretende ser la realidad, pero no la realidad tan solo, sino un resplandor irisado, un espejismo encarnado en reflejos, una ilusión manifiesta, una simulación de esplendores, un tinglado de representaciones armado por el viento, que sombras suele vestir, hasta desencadenarse en una construcción paralela donde las palabras son piedras, vigas, argamasa ilusoria pero sustancial. Se trata, entonces, de una realidad exaltada. Nada de eso se consigue en la literatura sino con las palabras (Ramírez, op. cit.: 3).
Desde la jitanjáfora del inicio: «Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre!…»; hasta los símiles: «Era bello y malo como Satán», y las metáforas: «Cada casa era una regadera de ladridos» y otros recursos retóricos, Asturias usa la lírica en armónica combinación con modismos guatemaltecos para recrear el ambiente de la Guatemala de las dos primeras décadas del siglo XX bajo la dictadura de Manuel Estrada Cabrera. El silencio, el miedo, la autocensura, la delación, el servilismo, la adulación y más, mucho más, eran la tónica de aquel ambiente enrarecido de la dictadura; y Asturias así lo interpretó.
El relato de Asturias se inicia con el asesinato de un militar, amigo personal del presidente de la República, a manos de un pordiosero subnormal:
Por el Portal del Señor avanzó un bulto. Los pordioseros se encogieron como gusanos. Al rechino de las botas militares respondía el graznido de un pájaro siniestro en la noche oscura, navegable, sin fondo…
El bulto se detuvo -la risa le entorchaba la cara-, acercose al idiota de puntapié y, en son de broma le gritó:
-¡Madre!
No dijo más. Arrancado del suelo por el grito, el Pelele se le fue encima y, sin darle tiempo a que hiciera uso de sus armas, le enterró los dedos en los ojos, le hizo pedazos la nariz a dentelladas y le golpeó las partes con las rodillas hasta dejarlo inerte…
Una fuerza ciega acababa de quitar la vida a coronel José Parrales Sonriente, alias El hombre de la mulita.
Estaba amaneciendo (Asturias, 2001: p. 7).
Aunque la muerte de Parrales fue ocasionada por un mendigo, el Pelele, el gobierno acusó a dos supuestos enemigos del régimen: el general Eusebio Canales y el abogado Abel Carvajal; el auditor general de guerra no aceptó los testimonios de otros pordioseros que presenciaron el crimen quienes atribuían el crimen al Pelele.
El presidente tenía un favorito: Miguel Cara de Ángel, quien «era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles» (Asturias, p. 25). El jefe ordenó a Cara del Ángel que fuera a visitar al general Canales. Lo que pretendía el señor presidente era aplicar a Canales la famosa «ley fuga» (asesinar a los reos en un supuesto intento de fuga). Al buscar al general Canales, Cara de Ángel conoce a Camila, la hija de aquel; ella tenía «el pelo en llamas negras alborotado, la cara trigueña lustrosa de manteca de cacao para despercudirse, náufragos los ojos verdes, oblicuos y jalados para atrás». El favorito del presidente urdió entonces un plan para que el general escapara y él pudiera raptar a la hija, Camila. Se confabuló con la Mazacuata, dueña del tugurio llamado Tuz Tep; de Lucio Vásquez, policía de la secreta pretendiente de la Mazacuata; y de un amigo de Vásquez, Genaro Rodas, para retener a Camila durante su secuestro.
En tanto, el presidente es agasajado y el país vive un día de fiesta para celebrar al «Presidente Constitucional de la República, Benemérito de la Patria, Jefe del Gran Partido Liberal, Liberal de corazón y Protector de la Juventud Estudiosa». El servilismo llega a su máxima expresión.
Mientras que el general Canales escapaba, el licenciado Carvajal fue capturado y llevado al calabozo. Otros más siguieron su misma suerte; se inicia un período de persecusión, capturas, vejaciones y muerte. En la cárcel, la desesperanza hace presa de los perseguidos políticos.
Los pensamientos de Cara de Ángel comenzaron a llevarle repetidamente a Camila, hasta en la vigilia y los sueños. Camila enfermó en el encierro. A Cara de Ángel le aconsejaron que se casara con ella para salvarla de una muerte segura y así lo hizo. Al saberlo, el presidente se enojó : «en todo caso debió consultarme antes de casarse con la hija de uno de mis enemigos» (Asturias, p. 241), pero no castigó a su favorito, sino que hizo publicar en los diarios la noticia del matrimonio, anunciando que él mismo había apadrinado la boda. Al enterarse, el general Canales, que había partido al destierro, cayó muerto sobre el periódico que daba la noticia.
Aunque el matrimonio de Camila y Miguel fue sin el consentimiento de ella, estar juntos les fue uniendo. Luego de un viaje a unos baños en el bosque, el amor surgió. El señor presidente había resistido las insidias del auditor general de guerra sobre Cara de Ángel, pero finalmente se convenció de que había sido traicionado; envió al «bello y malo como Satán» a Estados Unidos en una misión que en realidad era una trampa; luego del viaje por ferrocarril, al llegar al puerto donde abordaría un barco rumbo al norte fue detenido por un militar a quien el propio favorito había salvado de su expulsión de la milicia. En la cárcel, el exfavorito, envejeció. El colmo de la maldad sobre un Miguel derruido ocurre al final cuando encierran en su celda a un inmigrante ruso acusado de anarquista para que le cuente que él también está preso porque había querido enamorar a la preferida del presidente, «una señora que, según supo… era hija de un general y hacía aquello por vengarse de su marido que la abandonó». Creyendo la mentira, Miguel Cara de Ángel murió. La partida de defunción decía: «N. N.: disentería pútrida.»
La historia no es contada por Asturias de manera lineal, sino en una estructura de las que, según el crítico literario guatemalteco Francisco Albizúrez Palma «incluso exigen del lector una participación activa en la construcción de la obra» (Albizúrez, 2001: XVIII). Para el profesor Albizúrez Palma, la novela está construida sobre un eje central, las acciones de Cara de Ángel y Camila, al cual se inserta una diversidad de situaciones, «las cuales rompen el orden cronológico o temporal y la unidad de espacio» (Ídem: XIX). Sergio Ramírez también habla de la estructura de la obra; para él, es «una novela construida de una manera cinética, cuadro tras cuadro, que retrata el miedo y la degradación, el sometimiento y la crueldad» (Ramírez, op.cit.: 3).
Seymour Menton, citado por Albizúrez, hace notar que «la obra se construye sobre un perspectivismo evidente: la narración combina los puntos de vista de unos diez personajes» (Ídem: XIX). Así, a lo largo de la novela, Asturias narra por lo general en tercera persona, como un testigo observador que no participa en la escena. Sin embargo, en ocasiones utiliza testimonios que son narrados como declaraciones de personas a quienes les constan los hechos; es decir, estamos en presencia de un narrador homodiegético testigo. El capítulo XXII, por ejemplo, está compuesto por 16 «partes» (informes) al señor presidente. También utiliza el recurso del narrador heterodiegético omnisciente, que sabe lo que sienten los personajes: «Cara de Ángel oyó el nombre de la esposa de don Juan, pero no recuerda haber dicho el suyo».
Hay personajes que sirven a Asturias para dar un toque de humor a la obra, así como remarcar las características de una sociedad sometida a la dictadura. Este es el caso del titiritero y su esposa que se enzarzan a cada momento en discusiones. Otros personajes que completan el cuadro del encierro y el control social son un estudiante y un sacristán detenidos en las mazmorras de la policía.
Un aspecto que se resalta de la obra de Asturias es la sonoridad de sus textos. El compositor e investigador de la música Igor de Gandarias explica que eso se aplica desde las primeras líneas de la novela, en la famosa jitanjáfora de la que ya se ha hecho mención:
¡aLUMbra, LUMbre de aLUMbre, LUzbel de piedraLUMbre, sobre la podreDUMbre! ¡Alumbra, LUMbre de aLUMbre, sobre la podreDUMbre, Luzbel de piedrLUMbre! ALUMbra, aLUMbra, LUMbre de aLUMbre…, aLUMbre…, aLUMbra… aLUMbra, LUMbre de aLUMbre…, aLUMbra, aLUMbre. (Gandarias, 2017).
También el recurso de darle vida sonora a los objetos: «A lo lejos se oyó una risa de tenedores, cucharas y cuchillos regados en el piso». Y las onomatopeyas, como cuando Camila busca a su tío Juan y toca a la puerta de su casa: «¡Ton-torón-ton! ¡Ton-torón-ton!». O cuando huye el general Canales: «Sin duda fue por ahí nomás, por donde cantaban los chiquirines: ¡chiquirín!, ¡chiquirín!, ¡chiquirín!».
Continuará.
Edgar Barillas
Guatemalteco, historiador del cine en Guatemala, investigador de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Agradable descripción de la novela de Asturias, pero, en dónde están las fuentes que cita. Me interesa saber qué obra de Ramírez consultó; de las otras ya sé de donde tomó las citas.
Lástima que no explica en qué consistió cada una de las versiones fílmicas de la novela. En lo personal, aún confío en conseguir -algún día- copia de la de Marcos Madanes, 1969. Sobre las de 1983 y 2007, quizás interese a los lectores leer los nimios comentarios de este servidor en: (https://www.academia.edu/29187807/Adaptaciones_en_cine_teatro_y_ballet_de_El_Señor_Presidente.pdf ).