El boxeo y la política
Ricardo Barrientos | Política y sociedad / MANIFIESTO
¿Qué es lo más reprobable de Neto Bran y el Tres Kiebres? ¿Ellos y el penoso espectáculo que protagonizaron, o su audiencia fanática?
La bochornosa conducta de Ernest Steve Bran Montenegro, alias Neto y alcalde municipal de Mixco, Guatemala, y de Esduin Jerson Javier Javier, alias Tres Kiebres y alcalde municipal de Ipala, Chiquimula, está generando sendos y muy diversos análisis políticos y sociales. Y con justificada razón, porque además de constituir una vergüenza nacional que ya está dando la vuelta al mundo, evidencia la peligrosa descomposición social que se propaga y afianza en Guatemala.
Sin embargo, los análisis deben tomar muy en cuenta que el vínculo entre la política, legítima o no, y los espectáculos violentos como el boxeo no son nuevos ni exclusivos de Guatemala. De hecho, son muy antiguos, quizá siendo un caso muy notorio el del emperador César Marco Aurelio Cómodo Antonino Augusto, quien en el período de 180 a 192 gobernó la Roma antigua, haciéndose famoso por su gusto por pelear como gladiador, e históricamente se le considera como el emperador con el que inició la decadencia y caída del Imperio romano. O la rápida y complaciente respuesta vía Twitter del presidente estadounidense Donald Trump a las adulaciones del luchador irlandés Conor McGregor, evidenciando la preocupante afición del mandatario al Campeonato de Lucha Extrema y a sujetos como McGregor, visitante frecuente de los tribunales por sus conductas violentas y menosprecio por la ley.
Además, es una historia que no incluye solo a presidentes racistas y violentos como Trump o a bravucones como McGregor. Destacan grandes como Muhammad Ali, bautizado Cassius Marcellus Clay Jr., uno de los grandes objetores de conciencia de la historia reciente. Además de lo que hizo dentro del ring, sacudió a la sociedad estadounidense de la década de 1960 al convertirse al islam, rechazar el reclutamiento militar y oponerse a la guerra de Vietnam, promover el orgullo afroamericano y apoyar el movimiento de los derechos civiles. Esto le costó cárcel y el despojo de sus títulos deportivos, hasta que, por decisión de la Corte Suprema de Justicia estadounidense, le fueron restituidos al inicio de la década de 1970.
Otros grandes del boxeo son Joseph «Joe» Louis Barrow, afroamericano estadounidense, y Maximillian «Max» Adolph Otto Siegfried Schmeling, alemán que le tocó vivir el régimen nazi. Saltaron a la fama mundial por las peleas que protagonizaron en 1936 y en 1938, pero su valor para la humanidad es una historia que eriza la piel y que también va mucho más allá del ring. Primero porque Louis, al derrotar a Schmeling en 1938, demostró al mundo la estupidez del racismo y puso en ridículo la maquinaria propagandística nazi que sugería la superioridad aria de Schmeling, lástima que gente como Trump pareciera no haber entendido aún esa parte de la historia. Segundo, porque Schmeling después de la Segunda Guerra Mundial buscó a Louis, y construyeron una de las amistades más admirables y aleccionadoras de la historia, para luego saberse que durante el régimen nazi este boxeador alemán arriesgó su vida salvando la de dos niños judíos, entre otros actos desafiantes a la política de odio racista.
Sirvan estas reflexiones para entender que el problema no es el vínculo entre la política y el boxeo, ni los boxeadores, porque la historia nos muestra tanto casos vergonzosos como loables.
El problema somos nosotros, la ciudadanía. El horror no fue ver a dos alcaldes liándose a golpes, fue ver a la audiencia que abarrotó el sitio, restaurantes y se pegó a los televisores prestándose al juego perverso y morboso de dos de los políticos más señalados de Guatemala.
Ricardo Barrientos
Especialista en temas de política fiscal. Fungió como viceministro de Finanzas Públicas de Guatemala en 2009-2010. Consultor independiente sobre política fiscal, evaluación y seguimiento de políticas públicas. Ha publicado trabajos sobre política tributaria y análisis de la evasión tributaria en Guatemala.
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Estimado Ricardo: Felicitaciones por su artículo. En verdad, como usted lo dice: «El horror no fue ver a dos alcaldes liándose a golpes, fue ver a la audiencia que abarrotó el sitio, restaurantes y se pegó a los televisores prestándose al juego perverso y morboso de dos de los políticos más señalados de Guatemala». Le agrego, en mi artículo «Pan, circo y política» en esta misma revista, otro elemento: el que en esa audiencia haya habido estudiantes y profesionales universitarios. ¡Increíble! Da pena ver cómo mueve a la ciudadanía este tipo de payasadas y como esto hace que se olviden de la problemática nacional. De nuevo. Felicitaciones.