El mundo patas arriba: la cooperación internacional
Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
La riqueza mundial está en pocas manos, concentrada fundamentalmente en el Norte del planeta. El Sur es un rosario de miseria y carencias. Pero, curiosamente, el Sur financia al Norte.
Según datos oficiales de organismos crediticios y de Naciones Unidas, los países pobres del Sur pagan miles de millones de dólares en calidad de deuda externa a los ricos del Norte. A esa cifra hay que agregar la repatriación de beneficios de las filiales de las grandes empresas del Norte que operan en el Sur, más el creciente deterioro en los términos de intercambio comercial entre productos primarios del Sur con relación a otros industrializados que recibe del Norte; agréguese la fuga de capitales del Sur hacia el Norte en calidad de capitales golondrinas y depósitos secretos en paraísos fiscales, más las materias primas y horas de trabajo del Sur literalmente saqueadas por el Norte. Como dijo Eduardo Galeano: «el mundo está patas arriba».
Tan patas arriba, que los pobres financian a los ricos. El caso no es nuevo: lleva cinco siglos. Desde la llegada de los conquistadores europeos a tierra americana, el Sur (Latinoamérica y África) viene aportando el capital inicial con el que el capitalismo europeo se desarrolló y expandió luego globalmente: saqueo inmisericorde de los recursos naturales, así como explotación desaforada de la mano de obra semiesclava o literalmente esclava, en general amparada en un insultante racismo.
En el Norte se discute sobre la calidad de la vida; en el Sur, sobre su posibilidad. Pese a lo paradójico de la situación, son las regiones más empobrecidas del Sur las que, con sus carencias, mantienen el lujo inmoderado del Norte. No hay arte de magia: la riqueza producida por la especie humana serviría para que todos los habitantes del planeta viviéramos con comodidad (se produce un 40 % más de la comida necesaria para alimentar a la humanidad, y sin embargo el hambre sigue siendo un monstruoso flagelo). Si hay carencias, es porque esa riqueza está muy inequitativamente repartida.
En ese marco general, luego de un saqueo histórico impuesto por la fuerza bruta (espadas y luego armas de fuego), santificado por la Iglesia católica años atrás y mantenido hoy por nuevos mecanismos de dominación, no solo militares, pero igualmente brutales (representados en el FMI y Banco Mundial), para la década de los 60 surge lo que se ha dado en conocer como «cooperación internacional Norte-Sur».
¿Era el Plan Marshall del Gobierno de Estados Unidos una estrategia de cooperación internacional para con la destruida Europa Occidental posguerra? En un sentido lo era. Pero no la cooperación solidaria con el hermano golpeado, sino la estrategia de contención de un socialismo creciente que venía del Este. La cooperación internacional que desde hace décadas el Norte otorga al Sur no es, precisamente, solidaria. Es una «estrategia contrainsurgente» -como se concibió la Alianza para el Progreso, primera de estas iniciativas, puesta en marcha por la administración de John Kennedy en los 60 en América Latina-, un mecanismo de protección de recalentamientos sociales; si se quiere: un nuevo y sutil mecanismo de control. Casualmente, esa iniciativa aparece un año después de la primera revolución socialista en el continente: la cubana de 1959.
¿Por qué se hace cooperación internacional? ¿Sentimiento de culpa? ¿Acaso los capitales tienen sentimiento? No pareciera. Sencillamente porque favorece finalmente las estrategias de dominación del Norte. Dicho claramente: es un mecanismo más de control, sutil, disfrazado de «solidaridad», pero que sirve solo a los intereses de quien la otorga, nunca a quien la recibe.
Si realmente existiera un interés solidario en promover el desarrollo de los hermanos más postergados, el Norte no podría comportarse de esta manera. De hecho, en 1971 los países más prósperos fijaron, en el marco de las Naciones Unidas, el compromiso de contribuir anualmente con el 0.7 % de su producto interno bruto para la ayuda internacional al desarrollo. Hoy, setenta años después, son muy pocos quienes cumplen esa meta (solo los países escandinavos). Pero si se cumpliera con el compromiso de aportar una mayor cantidad de asistencia para con el Sur, ¿cambiaría la situación del mundo? ¿Puede efectivamente la cooperación Norte-Sur resolver la cuestión de la pobreza y el atraso?
¿Cómo esperar soluciones de ayudas que vienen condicionadas, amarradas a agendas políticas ocultas, que provienen de los mimos factores de poder que, mientras desembolsan unos 60 000 millones de dólares al año en cooperación, extraen de la misma región 100 veces más como ganancia? ¿Es eso cooperación?
Algo sumamente importante a destacar es el circuito que se establece con esa cooperación, el cual, una vez establecido, resulta sumamente difícil superar: si hay alguien que se acostumbró a recibir -porque hay otro que se acostumbró a dar- se forma una relación de dependencia casi inmodificable (verdad psicológica indiscutible: eso es la mendicidad).
Al Sur no le favorece en mucho esta «cooperación», pues nunca jamás un país salió de pobre con ella. Véase al respecto esta interesante evaluación de un proyecto de cooperación. El reto está en unirse, en buscar la solidaridad efectiva Sur-Sur, en no olvidar que la solidaridad real también existe. Solidaridad no es beneficencia, no es limosna. Y la justicia se hace con solidaridad, no con caridad.
Fotografía principal tomada de Aleteia.
Marcelo Colussi
Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
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