¿Quién manda en Guatemala? Sobre los llamados poderes ocultos
Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
Poderoso caballero es don Dinero.
Francisco de Quevedo
En Guatemala, como en todo el mundo capitalista, manda el poder económico. La política, las ideologías, las religiones, fuerzas armadas y academia, son sus subsidiarias. Esa es una verdad inquebrantable.
¿Quién manda en Guatemala? Igual que en todo el mundo: el poder económico (reléase el epígrafe). El presidente (el actual, al igual que cualquiera otro en la historia) es el administrador de turno. Manda muy relativamente; las decisiones finales tienen aroma a billete de banco.
Como país dependiente, muy poco desarrollado en términos industriales y ligado básicamente a la producción agrícola para el mercado internacional, los dueños reales de la economía (o de la nación) son unos pocos grupos. Algunos de ellos, con larga tradición, están presentes ya desde la Colonia; otros van surgiendo en el siglo pasado y se vinculan a negocios modernos con un perfil más urbano.
Esos sectores, que tienen su propio «sindicato» (cámaras empresariales, para ser correctos), han dominado la mayor parte de la economía desde siempre. A ello hay que agregar otro elemento de poder determinante, representante de una economía mucho más grande que la guatemalteca, que manda no solo en el país sino en toda Latinoamérica, y en buena parte del mundo: Estados Unidos. Esos dos sectores son quienes mandan por estas tierras. Cuando su poder se vio cuestionado en décadas pasadas, apeló a quienes están para defenderlos: el ejército nacional.
La terminada guerra interna fue la respuesta que estos poderes dieron a quien osara proponer alternativas, transformaciones sociales, nuevos modelos. Está más que claro el resultado de todo eso: 200 000 muertos, 45 000 desaparecidos y la subsecuente despolitización de la protesta popular. La cultura light que actualmente vivimos es una de sus secuelas.
Pero en transcurso de esa guerra (eufemísticamente llamada «conflicto armado interno»), el poder armado del Estado, el Ejército, tomó una dimensión desorbitada. Fenómeno único en toda Latinoamérica, donde igualmente las fuerzas armadas oficiales combatieron las protestas populares y las diversas iniciativas insurgentes que surgieron para los años 60/70 del pasado siglo, el Ejército guatemalteco tomó una proporción monumental. De hecho, pasó a ser una fuerza económica en sí misma, por tanto, con gran incidencia política.
Quizá sin disputarle abiertamente espacios económicos a los poderes tradicionales, ese Ejército –y todos los tentáculos que fue desplegando– se convirtieron en una nueva clase económico-social. A partir de él, no como institución, pero sí a partir de muchos de sus altos mandos, surgieron poderes que ya nadie pudo dominar.
En cierta forma, el genio se salió de la lámpara. La institución castrense, y el poder desmedido que fue acumulando, sirvió de base para la aparición de poderes que, sin «existir» oficialmente, pasaron a ser actores claves de la dinámica nacional. Aparecieron los así llamados «poderes paralelos u ocultos».
La expresión poderes ocultos hace referencia a una red informal y amorfa de individuos poderosos de Guatemala que se sirven de sus posiciones y contactos en los sectores público y privado para enriquecerse a través de actividades ilegales y protegerse ante la persecución de los delitos que cometen. Esto representa una situación no ortodoxa en la que las autoridades legales del Estado tienen todavía formalmente el poder pero, de hecho, son los miembros de la red informal quienes controlan el poder real en el país. Aunque su poder esté oculto, la influencia de la red es suficiente como para maniatar a los que amenazan sus intereses, incluidos los agentes del Estado [1].
O igualmente: «Fuerzas ilegales que han existido por décadas enteras y siempre, a veces más a veces menos, han ejercido el poder real en forma paralela, a la sombra del poder formal del Estado» [2].
Esa red de poderes tiene presencia muy fuerte, incuestionable, en la dinámica nacional. Según datos aportados por Naciones Unidas, manejan sectores «calientes» de la economía (contrabando, narcotráfico, crimen organizado, tráfico de personas y de armas, tala ilegal de bosques) manejando no menos de un 10 % del PBI. Evidentemente, constituyen un poder.
Durante la presidencia de Barack Obama en Estados Unidos, la política de Washington intentó «transparentar» un poco los Estados centroamericanos, por lo que la Cicig tomó un rol determinante, junto con el fortalecido Ministerio Público. De ahí que comenzaron a desmantelarse algunas de esas redes criminales. Pero la realidad enseñó que las mafias se habían enquistado muy profundamente en las estructurales estatales, fusionándose con buena parte de la clase política. De ahí que pudo hablarse de un Pacto de Corruptos, conformado por empresarios, exmilitares, políticos y crimen organizado. Pacto que tiene una importancia decisiva en muchas de las decisiones de la política nacional, habiendo copado los distintos poderes del Estado.
¿Mandan esos poderes en Guatemala? Sin dudas, son uno de los factores dominantes, junto a un empresariado tradicional ligado a negocios lícitos, el cual también juegan corrupta e impunemente (evasión fiscal, desalojo violento de tierras y desvío de ríos para su propio aprovechamiento, políticas neoliberales).
[2] Robles Montoya, J. (2002) El “poder oculto”. Guatemala: Fundación Myrna Mack.
Fotografía tomada de América 2.1.
Marcelo Colussi
Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
Correo: mmcolussi@gmail.com
Lo escrito por Marcelo Colussi es una correcta síntesis. Considero oportuno indicar que el sindicato de la corrupta, impune, criminal mafia agrupada en sus delictivos organismos de coordinación, su marera clica de cuello blanco, así como los ya casi legendarios “poderes paralelos”, solo pueden ejercer como lo hacen a partir de contar con la venia de la imperial triada yanqui, sionista y taiwanesa.