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Soñando con el fin del capitalismo

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Soñando con el fin del capitalismo

Fernando Zúñiga Umaña | Política y sociedad / EN EL BLANCO

Mientras se palpan las señales de un capitalismo en decadencia, nuestros políticos de paquete lamen las suelas de los grandes empresarios para darles mejores condiciones y que hagan más grande la brecha social. Ejemplo de ello es el proyecto de ley ya aprobado en nuestro país contra las huelgas de los trabajadores.

Yanis Varoufakis, exministro de Financias del Gobierno de Grecia, nos da un halo de esperanza en su artículo titulado Un mundo sin capitalismo. Menciona Varoufakis que «Multimillonarios, ejecutivos empresariales y hasta la prensa financiera se han unido a intelectuales y líderes comunitarios en una sinfonía de lamentos por la brutalidad, insensibilidad e insostenibilidad del capitalismo rentista» [1]. Pese a ello, tal parece que al capitalismo le vale un comino que el sistema no ofrezca posibilidades de mejorar las condiciones de vida de las masas de trabajadores en todo el mundo, que por el contrario cada vez se ven más lejos de obtener al menos condiciones dignas en un mundo de rapaces y explotadores.

La historia del capitalismo nos remonta, de acuerdo con Varoufakis, al momento en que se establecieron las acciones negociables, producto de las decisiones de las megaempresas de fines del siglo XIX, donde su tamaño exigía de megabancos que financiaran sus deudas, de ahí que en un entorno de enorme deuda y gigantescas necesidades de capital se establecen las megafinanzas, megafondos de pensiones, de aseguradoras y coaseguradoras, y por supuesto las megacrisis. Es ahí, en la oscuridad de esos movimientos y transacciones de capital, donde el sistema capitalista ha evidenciado su ineficiencia para mejorar las condiciones sociales y económicas de vida y donde también demuestra tener el control total de la sociedad.

Esas rígidas estructuras financieras impiden que se puedan dar oportunidades a los trabajadores de ser partícipes en las empresas, señala Varoufakis lo siguiente:

Imaginemos que las acciones fueran como un derecho a voto, que no se pueden comprar ni vender (…) el personal nuevo de las empresas recibirá una única acción por persona que garantiza el derecho a emitir un único voto en elecciones abiertas a todos los accionistas, en las que se decidirán todos los asuntos de la corporación: desde las cuestiones de gestión y planificación hasta la distribución de ganancias netas y bonificaciones. De pronto, la distinción entre ganancias y salarios ya no tiene sentido, y a las corporaciones se las baja a un nivel que estimula la competencia en el mercado. A cada persona que nace, el banco central le otorga automáticamente un fondo fiduciario (o una cuenta personal de capital) donde periódicamente se deposita un dividendo básico universal. Al llegar la adolescencia, el banco central añade una cuenta corriente gratuita (…). Los trabajadores cambian de empresa con total libertad, llevándose consigo el capital de su fondo fiduciario, que puedan prestar a la empresa para la que trabajan o a otra. Como no hay necesidad de turbopotenciar las acciones con la emisión de capital ficticio a gran escala, las finanzas se vuelven deliciosamente aburridas (y estables) Los estados eliminan los impuestos personales y a las ventas y solamente gravan las ganancias corporativas, la tierra y las actividades perjudiciales para el bien público.

Reconoce el autor que su propuesta es un sueño, no obstante lo maravilloso de ella. Algo así requiere de profundos cambios que sean aceptados por mentes brillantes ubicadas en las mismas empresas, que deben reconocer que la ampliación de la brecha social está provocando masas de población empobrecidas y sin acceso a un consumo que también es fundamental para las empresas. Las condiciones económicas y financieras se rigen por marcos normativos que acuerdan organismos internacionales a nivel mundial y los gobiernos en alianzas con las grandes empresas en lo que se refiere a las políticas en nuestros países.

[1] Un mundo sin capitalismo. Semanario Financiero, 18 enero 2020, Costa Rica.

Fernando Zúñiga Umaña

Costarricense, estudioso de la realidad económico social y política nacional e internacional. Economista de formación básica, realizó estudios en la Universidad de Costa Rica y en la Flacso México. Durante más de 30 años laboró en la Universidad Nacional de Costa Rica. Actualmente es director del Doctorado en Ciencias de la Administración de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica. Consultor privado en el campo de la investigación de mercados, estudios socio económicos.

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1 comentario

  1. Myra 21/01/2020

    Genial.
    Utopíco.
    Los intereses de los capitalistas, de los poderosos y si sequitos se ven amenazados…
    Pero, soñemos, así como la era digital, que llegó para cambiar nuestra forma de vida, quizás la nuevas generaciones logren semejante cambio estructutal Soñemos!

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